¿Espanya.ct? No, gracias

Por  Esteban González Pons, conseller portavoz de la Generalitat Valenciana (ABC, 31/05/05):

Con la pérdida de Cuba y Filipinas en 1898, España sufrió una conmoción pública como la que vivimos recientemente, el 11 de marzo de 2004. Ante ambos acontecimientos la vieja piel de nuestra nación se estremeció con parecida intensidad. Y sin embargo, ahí no acaban las similitudes entre una y otra sacudida histórica. El desastre del 98 alimentó un sentimiento generalizado de renuncia, de desgana patriótica, una caída de la autoestima nacional que, por lo que estamos viendo, el desastre de 2004 también puede haber producido. Un desaliento cansino que, entonces como hoy, se extiende de tertulia en tertulia hasta convertir en actitud de moda, en talante políticamente correcto, la rendición y la flojera ante todo lo español. Cada vez que nos golpean fuerte, por lo que parece, tenemos la costumbre centenaria de deprimirnos.

A comienzos del siglo XX, en aquel cruce de siglos marcado por la desorientación y el conformismo frente a nuestro ideario nacional, surgió una generación de intelectuales que, apostando por la vertebración interior del país y por su inmersión política en Europa, buscaba regenerar y rearmar moralmente nuestra adocenada vida política. Fue la hora de Ortega, Unamuno o Giner de los Ríos, entre otros. La hora de nuestros bisabuelos. Pues bien, hoy nos tocaría a nosotros, a los bisnietos de la generación del 98, pechar con otro desastre, el de 2004, con otra melancolía nacional, con otra amenaza de fuga separatista de las regiones más ricas y con otro enlace al planeta de nuestra época. Sería nuestra responsabilidad generacional.

Ahora bien, a diferencia de lo que ocurriera en el 98, el riesgo que corremos por el desánimo que debilita a España ya no es el de quedar descolgados del tren de Europa, sino el de aislarnos en la malla de la conectividad mundial. En el presente, lo que no está en internet no existe y quien no gestiona una zona vallada del ciberespacio no tiene un territorio suyo en el universo del conocimiento. Lo que significó la moderna Europa para nuestros bisabuelos lo representa la triple w para nosotros. Hace doscientos años las naciones se identificaban por sus banderas y se preservaban tras sus fronteras. En los tiempos de internet se distinguen por disponer de dominios, o sea, de espacios de administración propia en la Red, que las identifican con sus siglas y las preservan tras sus límites electrónicos. De hecho, los dominios de dos letras (como el «.es» de España o el «.fr» de Francia, por ejemplo) están exclusivamente reservados en la Red para las naciones con Estado, quedando los dominios de tres letras (como el comercial «.com», el educativo «.edu» o el variado «.net», por ejemplo) disponibles para ser ordenados por otro tipo de organizaciones.

Por eso, resulta asombroso que no haya encendido alarma alguna que el Parlament catalán reclame el dominio «.ct» para Cataluña, un dominio nacional de dos letras segregado del «.es» de España. Teniendo en cuenta que ningún Estado federado o confederado del globo terráqueo disfruta de una enseña virtual así, la propuesta del «.ct» equivale a una petición de independencia cibernética. O, en otras palabras, a una reclamación de la independencia de Cataluña aplazada hasta dentro de unos cincuenta años, para cuando en el pasaporte digital de cualquier ciudadano figuren sólo las dos siglas del dominio electrónico de su país. Equivale a declarar la independencia catalana en el futuro.

¿De qué serviría que el nuevo Estatuto catalán no incluyese una atribución expresa del derecho de autodeterminación si ese derecho queda garantizado para el día de mañana con la inclusión del «.ct» en el listado de países independientes que existen en internet? La teoría clásica definía los Estados por la existencia de tres elementos: territorio, población e instituciones libres. Hoy los Estados también tienen su particular dominio de dos letras que regir en la Red. Que nadie se equivoque, en el futuro quizá no haya mástiles en los que izar banderas, pero seguro que habrá barras de navegación en las que escribir direcciones web con sus distintivos nacionales.

En todo caso, opino que el asunto es mucho más grave y tiene más calado político que el debate surgido a cuenta de la creación de una selección catalana de hockey sobre patines. Si Zapatero complace a la Generalitat de Cataluña en lo de su dominio «.ct», será demasiado tarde para decir «España.es», o, lo que es lo mismo, que aún «España es», porque nuestra presencia unificada en internet habrá saltado por los aires. Si en el presente España aparece fragmentada en la Red, quedará fragmentada para el futuro; en internet no es compatible la coexistencia de dos dominios territoriales. El dominio «.ct» expulsará a las direcciones «.es» al menos de Cataluña. La malla electrónica catalana no permitirá ser español, sólo catalán. Del actual «catalunya.es» de resonancias constitucionales nos habremos ido al «espanya.ct» que nos representa con los muebles del salón de casa, pero sentados en la calle. Con nuestros «cordoba.ct», «segovia.ct» y «minglanilla.ct» esparcidos por ahí.

A la generación del 98 le dolía España; a la generación que debería ponerse en marcha ahora, la generación de 2004, no puede dolerle porque ya no se trata de aquel terruño atrasado y ágrafo de antaño, pero, si se descuida, España se puede desconectar. Si, como consecuencia de la tristeza institucional que en el aprecio de nuestra nación nos ha dejado el desastre de 2004, dejamos pasar iniciativas como el «.ct» por darnos vergüenza defender nuestro «.es» común, España dejará de dolernos para siempre, simplemente se desenchufará. Ojo, sin romperse, España se nos puede apagar.