Especies invasoras

¿A usted le gustan las cotorras, sus vivos colores, su cacofonía? ¿Le encantaría vivir en una casa con una colonia de ellas a la vista... y al oído? Si las respuestas son afirmativas, le recomiendo que busque morada con un antiguo cedro cerca, o una palmera enhiesta y lozana. Porque los cedros cargados de años y las palmeras de copas tupidas son los árboles que más buscan estas aves para establecer sus bulliciosas comunidades, trátese de Barcelona, Madrid, Cádiz o cualquier otro punto urbano del territorio nacional.

Llevan años invadiendo España, poblando España, haciendo España aún más tonitronante.

Por lo que atañe a la capital del Estado, me di cuenta de su presencia entre nosotros hace dos o tres años en el Retiro. Estaban instaladas entonces en un cedro en verdad vetusto. Uno solo. Y el estrépito era descomunal. Hoy, multiplicadas, se han desparramado por todo el parque y sus aledaños, entre ellos el paseo del Prado. Lo peor es que, además de su infame estridencia, las cotorras son una constante amenaza para los pájaros más pequeños y pacíficos, que tienen que competir con ellas para conseguir un poco de espacio en el mundo.

Merodean en veloces bandadas, son muy fuertes, muy agresivas, muy tenaces. En los jardines que rodean las instalaciones de Televisión Española hasta han logrado echar a las urracas, que, si bien recias y peleonas ellas mismas, no pueden competir con tanta falange de energúmenos.

¿Quién fue el primero en soltar unas cotorras por estos pagos? Buen regalo, a fe mía. Si la madre naturaleza no interviene, tarde o temprano habrá que tomar medidas contra ellas.

No son los únicos invasores, por supuesto. En el mundo vegetal nos tiene totalmente colonizados, por ejemplo, el ailanto. Según la valiosa Guía de Incafo de los árboles y arbustos de la Península Ibérica, viene de las islas Molucas. Su ritmo de crecimiento es espectacular, aguanta cualquier clima, cualquier suelo, por pobre que sea, necesita poca agua y, mediante los numerosos brotes radicales que echa a gran distancia (algo así como el eucalipto), estrangula cuanta planta halle a su alrededor, causando entre los cultivos estragos devastadores. Cuando gana fuerza y alcanza uno o dos metros de altura se puede decir que, como la cotorra, es hermoso, con sus largas frondas de hojas muy verdes. Pero luego vienen las consecuencias. Observe la cuneta o descampado más próximo: allí lo encontrará seguro. Una peste.

Si dirigimos nuestra atención hacia ríos, lagos y embalses, daremos también con distintas variedades de temibles usurpadores acuáticos. En el Ebro, el importado siluro, que puede adquirir dimensiones sobrecogedoras, está acabando con los demás peces que tratan de sobrevivir en aquella magna corriente (el vídeo colgado en internet en el que se aprecia a uno de ellos cazando palomas en la orilla del río, como si fuera un cocodrilo, es algo que pone los pelos de punta).

¿Y qué decir del mejillón cebra? Molusco de agua dulce originario de los mares Negro y Caspio, se caracteriza por su reproducción vertiginosa. Llegó al Ebro hacia el 2001, lo tiene hecho un desastre, y ahora está infestando también la cuenca del Júcar. Según Ecologistas en Acción, reduce mucho la concentración de fitoplancton, del que depende la cadena trófica en los ríos. Y, además, genera una gran deposición de materia orgánica que favorece el crecimiento de algas y bacterias nocivas. Por si fuera poco, su alta tasa reproductiva, según dicha organización, hace que sus poblaciones estén causando graves problemas en todo tipo de infraestructuras hidráulicas. Otra plaga, otro castigo bíblico.

El Partido Popular no tiene ideas exactamente progresistas acerca de la conservación del entorno. Hace unas semanas el Ministerio de Medio Ambiente anunció la revisión del real decreto de especies invasoras, aprobado hacia el final de la pasada legislatura socialista y que, entre otras cosas, arremete contra la trucha arcoíris, considerada nefasta por los ecologistas. El tono de la comunicación era más bien burlón: dice que las pretensiones del decreto resultaban en algunos casos ridículas, de imposible cumplimiento, etcétera, y en lo tocante a dicha trucha ¿no lleva, como la carpa, más de un siglo «integrada» en el ecosistema español, no es ya de los nuestros, para disfrute de los deportistas de la caña de pesca?

El hombre, como cotorras, siluros, ailantos, mejillones cebra y demás compañía, lleva toda la vida invadiendo el espacio de los demás. El imperialismo no es más que eso. Se me ocurre que hoy estamos viendo la proliferación de una variante peligrosa, Marianus cospedalis. Cree firmemente que España le pertenece. Se va metiendo en todas partes. No reconoce nunca errores, no tiene la culpa de nada (la culpa la tienen siempre los demás). Es ducha en la práctica del desprecio, de la amnesia y del rencor. Y me temo que para su limitación harán falta, como mínimo, ocho años.

Ian Gibson, escritor.

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