Espectáculos de la agonía

Tengo el corazón partido entre el viaje caribeño del Papa y nuestro paisaje político. Debo admitir que cuando contemplo a Benedicto no sé cuántos metido en un vehículo que imita los motocarros de mi infancia, los que usaba el Plácido de Berlanga para llevar los regalos de Navidad, pero a buen seguro más sofisticado, me resulta imposible imaginarme qué pensarán de esto los siglos futuros. ¿Se reirán? ¿Lo vincularán a las tradiciones de los faraones? ¿De los emperadores de Bizancio? ¿De un Luis XIV rodeado de varones enfaldados?

La importancia del ritual como supervivencia de los tiempos oscuros. Cuando era más joven me daba en pensar sobre la responsabilidad de todos esos sabios eclesiales, rigurosos pensadores, que jamás han levantado la voz ante tamaña desmesura, y que sin embargo se desmelenan, justificadamente, ante las exageraciones de tal o cual régimen del pasado. A mí con la Iglesia católica me ocurre que la entiendo muy bien, pese a no ser creyente, pero nunca he osado traspasar esa línea que consiente manifestar una opinión rotunda. No hay condiciones para hacerlo y hoy menos que nunca. Creíamos habernos librado del fanatismo religioso y ahora vuelven los imanes, que son tan parecidos a lo que ya habíamos conocido, que nos infantilizan, nos hacen niños, resabiados e indignados.

Pero me puede lo local, lo nuestro, lo inmediato. Como el viaje a Itaca de Convergència es asunto que lleva tiempo, espero volver sobre ello cuando vaya por el siguiente capítulo de su Odisea. Recuerdo que, impresionado por la literatura, un día me decidí a ir a Itaca, de verdad. No era sólo una cuestión ligada a Homero sino sobre todo al poema de Kavafis que con el tiempo desató una fiebre de pretenciosa literatura cotidiana. Ir a Itaca se traducía como marchar hacia ninguna parte, pero con mucha ilusión. Llamé entonces a un ilustre catedrático de la universidad, expertísimo, dicen, en los griegos antiguos, al que pregunté cómo era Itaca, la isla, la de verdad. No sólo me sorprendió que me dijera que no había estado nunca, sino que no había tenido especial interés por llegar a ella. Me pareció un signo de estupidez intelectual. Porque Itaca existe y por más que no sea de fácil acceso desde el ahora desolado puerto de Patrás, es un lugar sencillo, tranquilo, con muy escasos turistas y pocos residentes. Es decir, todo lo contrario de una aventura para ambiciosos desalmados y sin imaginación. ¡Pobre Kavafis, si llega a saber para qué ha servido su sutil poema!

Cuando en la noche del domingo supe de los resultados electorales en Andalucía y Asturias me entraron ganas de reír. Todo el gasto en planificación y análisis para llegar a la conclusión de que nadie tenía ni idea de las intenciones del electorado; desde los que se quedaron en casa, que fueron muchísimos, a los que se limitaron a paliar los efectos demoledores que presagiaban las urnas. Los sondeos en ocasiones sirven para todo lo contrario de lo que pretenden ¿Nadie detectó que otra mayoría absoluta del Partido Popular daba miedo a buena parte de los votantes moderados? Algo que debería hacerles pensar a sus dirigentes. No valen las teorías cosméticas sobre un exceso de confianza. Cuando la mayoría quiere ganar, gana. Pero se abstuvieron, y lo que fue una victoria se convirtió en derrota. Quien no gobierna, pierde. Y el que gobierna, gana aunque haya perdido.

Y aquí estamos en otra de las singularidades de nuestra situación política. Al votante común apenas le interesa la corrupción de su clase política. Se ha berlusconizado, valga el palabro. No es que les guste, todavía no hemos llegado a ese nivel mafioso, pero aplican el rasero general, y puesto que todos lo hacen, buscan equilibrios para que no exageren. Pero fíjense en un detalle curioso que quizá a más de uno le dé cierta opción al optimismo. La derrota sin paliativos del Partido Socialista en Andalucía la compensaron sus votantes desplazando los votos a Izquierda Unida. Hay que admitir que es una de esas sutilezas que a veces honran a un electorado. Ya que no deben ganar los nuestros al menos que no ganen los otros, y quede la posibilidad de intentar otra opción.

Un gobierno socialista con Izquierda Unida en una autonomía en quiebra, como todas, con la corrupción de caldo de cultivo, como todas, y un gobierno central en manos del enemigo, va a ser un espectáculo. No sé si dará mucho juego, pero vistoso habrá de serlo. Ya las negociaciones serán una especie de casting sobre la vieja y la nueva clase política andaluza, si es que esta última existe.

Las fórmulas de gobierno en Andalucía van a ser muy complicadas, porque todos han sido derrotados menos Izquierda Unida. Todos han perdido parte de su base electoral menos ellos. Decir que en Andalucía pesa más la izquierda que la derecha es una frivolidad, porque exigiría responden a la pregunta “¿desde cuándo?”. Porque hace unos meses no era así. ¿Qué comparte Izquierda Unida con el socialismo andaluz, que lo humilló reiteradamente? El miedo al PP no basta, porque quienes dan miedo son los que gobiernan; no los que están en la oposición. Y hay un elemento muy importante tratándose de Andalucía; los socialistas han reducido su margen hasta convertirse en un partido que esencia la corrupción, pero les ocurre como a Craxi en Italia: mientras haya reparto, hay partido. Pero Izquierda Unida en Andalucía es lo más parecido a una almazuela, eso que ahora dan en llamar patchwork, esas telas construidas en base a retazos. Si tuviera que poner un ejemplo, diría que lo más parecido a Izquierda Unida en Andalucía es el Partido Socialista valenciano. Creo que con eso lo explico todo.

Mi idea inicial era la de dedicar el artículo a las elecciones en Asturias, auténtico paraíso natural de la urnas. Conociendo al personal estoy seguro de que más de uno se sentirá orgulloso de haber logrado lo que parecía imposible. Que perdieran todos y que se sintieran felices. No ganó nadie; todos perdieron votos y el que más el Partido Socialista, pero como la abstención se acercó a la mitad del electorado, el que tenía más dependientes se quedó con la tienda. El cinismo de algunos periodistas asturianos alcanza el cénit de la desvergüenza. No siento ninguna simpatía por Álvarez Cascos, pero no le quedaba otra opción que suicidarse en público. Lo estaban esperando sus ex compañeros del PP y sus adversarios del PSOE. Había que echarle valor, y ante ese reto no retrocedió. Si no te dejan gobernar, y así lo expresaron tus posibles aliados, tienes dos opciones. O bajarte los pantalones, que es lo que han hecho todos reiteradamente en Asturias, o cargar la pistola y jugar a la ruleta rusa ante el electorado.

Cascos no tenía posibilidades de ganar, en el mejor de los casos, no perder. Perdió con dignidad cuando todos creían que ya podían cantar su réquiem. Ojo, los animales políticos son una especie más infrecuente de lo que creen algunos y no suele darse en territorios tan propensos a la fauna salvaje como Asturias; los dos últimos animales políticos asturianos que yo recuerdo fueron Melquíades Álvarez e Indalecio Prieto, y no acabaron bien.

A diferencia de otras especies, no desaparece en los períodos de letargo. El animal político siempre está al acecho. Pero pase lo que pase con Cascos y su arrebatada carrera en solitario, hay una cosa que me ha llamado especialmente la atención en las elecciones asturianas. En las poblaciones donde la corrupción es más manifiesta e incluso ha pasado por los tribunales y la cárcel, los votantes les han recompensado dándoles más votos. De ahí cabría deducir que Asturias resulta la región menos trascendental políticamente, cosa que no se adecua con el pasado, pero al tiempo el lugar donde menos interés manifiesta la gente por su propia autonomía. Lo dicen las encuestas, que a lo mejor en esto no exageran. Nunca hemos contemplado una agonía con tal cara de satisfacción. De seguir así se quedará en mueca.

Por Gregorio Morán.

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