Esperanza china de altos ingresos

Hay amplio consenso en que el desarrollo económico implica más que el mero crecimiento del PIB. China está aprendiendo ahora que uno no garantiza al otro. A menos que los líderes chinos mejoren la estrategia de crecimiento para estimular el progreso tecnológico y la transformación estructural, la clasificación de altos ingresos continuará eludiendo al país con la segunda mayor economía y la mayor población del mundo.

Ciertamente, la estrategia china de crecimiento –impulsada por la inversión en infraestructura, un masivo aumento de las exportaciones manufactureras de bajo costo, y transferencias de tecnología– ha llevado a cierto cambio estructural. A medida que el trabajo y el capital pasaron de sectores y regiones de baja productividad a actividades más productivas, la asignación de recursos se tornó más eficiente, aumentaron los salarios reales y la estructura económica mejoró.

Pero no se puede depender de las mismas estrategias de crecimiento que llevan a un país pobre a niveles de ingreso medio para alcanzar la clasificación de altos ingresos. De hecho, no son pocos los países cuyos líderes han fracasado a la hora de reconocer las limitaciones de sus estrategias y de proporcionar suficientes incentivos para impulsar la emergencia de una estrategia alternativa, lo que llevó al estancamiento de sus economías y los dejó en la «trampa del ingreso medio».

Tal vez las excepciones más notables a esta regla sean las del este asiático, donde cuatro economías –Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur– respondieron a las crisis y los desafíos externos ajustando sus estrategias de crecimiento. China, cuyo modelo de crecimiento hasta ahora se asemejó al de esas economías antes de que alcanzaran una situación de ingresos medios, necesita urgentemente un cambio similar.

Como observó hace casi 20 años el difunto economista de Yale, Gustav Ranis, la clave para un desarrollo sostenible y exitoso es «evitar la incrustación de las ideas». Para los responsables de las políticas chinas, esto implica reconocer la necesidad de abandonar algunas de las ideas fundamentales que sostuvieron el crecimiento anterior de la economía, antes de que se incrusten tan firmemente que pongan en peligro las perspectivas de desarrollo del país.

El primer problema es la sostenida dependencia china de las exportaciones. En las etapas tempranas del desarrollo económico, casi todas las estrategias de crecimiento se reducen a estrategias comerciales. Pero el modelo chino impulsado por las exportaciones tiene sus límites... y el país los está alcanzando. A menos que haya un cambio pronto, el régimen cambiario y los controles de capital de los que depende el modelo se afianzarán demasiado y se perderá la oportunidad para efectuar ajustes.

Otro riesgo es que los líderes chinos continúen demorando los esfuerzos para expandir el sector de servicios –incluidas las finanzas, los seguros, la venta mayorista y minorista, y la logística– con la esperanza de que la economía pueda continuar dependiendo de la manufactura. Considerando la posible dificultad para obtener apoyo para esos esfuerzos, especialmente cuando se los compara con las políticas orientadas a impulsar las manufacturas, liberalizar y expandir el sector de servicios requerirá un fuerte compromiso del gobierno chino. En este caso, el fracaso japonés en la apertura de su sector de servicios –que limitó su capacidad para adaptar su estructura económica al empeoramiento de su situación demográfica– puede proporcionar la tan necesaria motivación.

La idea última que puede bloquear mayores avances es que la transformación política socavaría el orden social. Una de las principales lecciones de las economías del este asiático para los países en desarrollo es que el desarrollo económico lleva a la transformación institucional, no al revés.

En Taiwán y Corea del Sur, por ejemplo, los gobiernos autoritarios después de la Segunda Guerra Mundial compensaron la debilidad del estado de derecho con la creación de arreglos institucionales de transición para facilitar el crecimiento del PIB. En este sentido, China cuenta con una ventaja significativa. Los países con una capacidad gubernamental débil rara vez se las han ingeniado para alcanzar la categoría de altos ingresos.

Pero, como sugiere la palabra «transicionales» en la descripción de estos acuerdos, no pueden mantenerse indefinidamente. Después de 35 años de esos acuerdos, China debe abrazar el estado de derecho y establecer un sistema judicial confiable e independiente, capaz de facilitar la liberalización del sector de servicios, proteger los derechos de la propiedad intelectual y apuntalar un sistema competitivo de mercado.

En resumen, el mayor riesgo para la continuidad del desarrollo chino no es una crisis, sino el fracaso de sus líderes políticos y élites intelectuales a la hora de reconocer la necesidad de transformar una estrategia de crecimiento que hasta ahora ha demostrado ser exitosa. De hecho, como una crisis tal vez resulte más beneficiosa que perjudicial, es posible que las alarmas sobre la rápida expansión del crédito en los últimos años y la posibilidad de una crisis del crédito, o la situación próxima al colapso del sector de bienes raíces, no sean tan preocupantes como muchos creen.

Idealmente, una crisis de ese tipo no sería necesaria. En este escenario, la desaceleración económica china desde 2008, que puede ser entendida como la primera crisis moderna de crecimiento de ese país, sería suficiente para obligar a sus líderes a desplazar el foco de los aumentos anuales de dos dígitos del PIB a la reestructuración de la economía.

De hecho, ya parece surgir un consenso sobre la necesidad de reducir la dependencia china de las exportaciones, aumentar el comercio de servicios, atraer más inversión extranjera a su sector de servicios, y acelerar la liberalización de los tipos de cambio, las tasas de interés y los flujos transfronterizos de capital; el establecimiento el año pasado de la Prueba Piloto de la Zona de Libre Comercio del Shanghái es prueba de ello. Luego de la III Sesión Plenaria del XVIII Comité Central del Partido Comunista Chino el pasado noviembre, los líderes chinos declararon su compromiso para permitir que el mercado tenga mayor incidencia en la determinación de los resultados económicos.

Indudablemente, son pasos en la dirección correcta. La cuestión es si cumplirán sus declaraciones antes de que sea demasiado tarde.

Zhang Jun is Professor of Economics and Director of the China Center for Economic Studies at Fudan University, Shanghai. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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