Esperpentos acuáticos

Eran otros tiempos, aquellos en los que las incautas voluntades, acompañadas de cálculos mal hechos, prometían grandiosas obras por doquier a costa del dinero público. HERALDO (4 de abril de 2008) recogía la noticia de que el Consejo de Ministros había aprobado el día anterior un convenio específico con la DGA para acometer la depuración de aguas en el Pirineo (294 núcleos), además del impulso económico para desarrollar el Plan Nacional de Calidad de las Aguas que llevase a nuestra Comunidad a cumplir el compromiso de depuración integral que tenía marcado la UE para 2015. Aplausos unánimes desde todos los estamentos y colectivos. Empezarían a llegar más de mil millones de euros para acometer unas 1.400 actuaciones en más de 700 municipios; pero al poco estalló la crisis. Enseguida se vio que el Instituto Aragonés del Agua (IAA) no conseguía que el Plan Aragonés de Saneamiento y Depuración llevase los caudales previstos. La gestión del IAA –al que muchos municipios cedieron sus competencias de saneamiento– no ha evitado que las aguas que circulan ahora por nuestros cauces sigan turbias, y no solo por los materiales que arrastran o contienen en disolución.

En este momento, cuando se van a cumplir diez años de aquel acuerdo y sobrepasados ya dos del horizonte depurador de la UE, parte de las instalaciones construidas no alcanzan el 30% de su capacidad operativa, algunas localidades pagan por el impuesto de contaminación de agua (ICA) cuatro o más veces de lo que les correspondería, otras sufragan y no tienen depuradora, algunas son multadas por no tenerla cuando los incumplidores de la ley son quienes no se la han construido. Además, los vecinos de Zaragoza deberían contribuir al gravamen común a pesar de que se pagaron sus instalaciones –el Ayuntamiento asegura que habría de invertir unos 18 millones de euros en mejorarlas–. Por todo esto, muchos alcaldes se han unido para lograr que el impuesto sea más equitativo. Mientras tanto, las aguas sin sanear siguen contaminando nuestros ríos, también los más limpios de la montaña.

El reciente informe de la Cámara de Cuentas autonómica certifica la insostenibilidad del primitivo proyecto y la mala gestión del mismo: se han incumplido plazos, parte del dinero asignado fue dedicado a otros menesteres, el coste del mantenimiento de muchas instalaciones es desmesurado, solamente se han puesto en funcionamiento algunas de las depuradoras previstas en el Pirineo y es improbable que se puedan hacer las de las pequeñas localidades de Aragón. Por ello recomienda la derogación del Plan Integral de Depuración, dada su inviabilidad financiera; y avisa de que puede que Aragón tenga que devolver 117 millones por obras no ejecutadas. Una vez más, la insinceridad y la ineficacia administrativas –desde aquí se culpa a Madrid y viceversa– han provocado en los aragoneses una desafección por la protección ambiental, un desencanto social –parece que el bien público se ha enfangado con intereses empresariales– y unas cargas económicas –satisfechas o no– que menoscaban a toda la Comunidad. Este proceso merece el calificativo de esperpéntico. Parece que el Gobierno de Aragón va a reactualizar el plan para construir las plantas realmente necesarias, empleando tecnologías eficientes pero menos costosas. Esperamos que la comisión de investigación de las Cortes, apoyada por todos los grupos, diga quién debe responsabilizarse de lo mal hecho para revertir la situación y que nunca vuelva a suceder algo similar.

La imagen más bella del agua parece absurda tras estos episodios, espejos cóncavos que distorsionan la ética administrativa y parlamentaria, a veces desplazada por la estética de las leyes o normas revocables, que lo son porque se perdieron ante la inclemencia de los tiempos. Casi seguro que esta frase la habría sancionado algún personaje de Valle-Inclán, un depurador de la corriente de la vida de hace cien años a base de esperpentos. Todo esto sin hablar de los tóxicos, no controlados, que deben circular con nuestras aguas; pero como no se ven parece que no repercuten en la salud del río. No nos olvidemos del lindano del Gállego, de los descontrolados purines. Algo más: sumen lo que nos van a costar a todos, vida acuática incluida, estos prolongados despistes en el saneamiento acuático.

Carmelo Marcén Albero, maestro y geógrafo. Profesor de Ciencias Naturales en el IES “Miguel Catalán” de Zaragoza. Premio Nacional “Educación y Sociedad 1993” por su trabajo "El río vivido. Una aproximación al ecosistema fluvial".

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