Si la Unión Europea no cambia su política, «no sobrevivirá», dijo el vicepresidente español Pablo Iglesias al Financial Times el 8 de mayo. «Es realmente todo el edificio europeo que podría estar bajo presión… Todo el proyecto [europeo] está en juego», dijo el mismo día Paolo Gentiloni, comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios y expresidente del Consejo de Ministros italiano, citando observaciones de Emmanuel Macron. Sin embargo, una mirada retrospectiva sobre la historia de la integración europea sugiere que las tres razones que a menudo se presentan para justificar estas predicciones son poco probables, y que otros tres problemas, hasta ahora poco tenidos en cuenta, podrían llevar a la Unión Europea a una crisis política a medio plazo.
El primer lugar común que se suele utilizar para justificar (o explicar) una crisis existencial en la Unión Europea es que la crisis sanitaria habría significado el regreso del Estado como entidad central de la política, anunciando un repliegue nacional y una disminución de la cooperación internacional. Sin embargo, lejos de ver a los líderes franceses, españoles o italianos embarcarse en una estrategia nacional de recuperación, se les ha visto llamando a la «solidaridad» europea con los ojos puestos en Bruselas, Fráncfort y también en Karlsruhe y Berlín. La integración europea es el producto de la interdependencia internacional en Europa. En lugar de haberla eliminado, la crisis sanitaria la ha fortalecido. Incluso si los estados se encargan de las medidas de salud pública para contener la pandemia, la Unión Europea sigue siendo el centro de gravedad de las estrategias económicas y políticas para salir de la crisis.
También es dudoso, en segundo lugar, que la UE se vea amenazada por la insuficiencia de los mecanismos de solidaridad de la unión monetaria. Las instituciones europeas ya están prestando un apoyo decisivo en este sentido. Cabe, además, la posibilidad de un aumento del presupuesto y la elaboración de un plan de estímulo europeo adicional. Por otra parte, el caso teórico de un choque asimétrico que necesariamente conduzca a una expansión radical del presupuesto y a la apertura de una deuda europea al servicio de los estados miembros a título individual, aún no se ha producido y no encuentra demasiado eco en la actual recesión.
El tercer tópico es que la Unión Europea podría ser víctima de sus divisiones territoriales. De hecho, su principal fractura podría desaparecer a finales de esta década. Las disparidades entre las zonas occidental y oriental del continente son las que más han contribuido a explicar los reveses de la integración europea desde el rechazo del Tratado constitucional en 2005 hasta el Brexit. Sin embargo, los países de la parte oriental del continente hasta ahora se han visto menos afectados por la pandemia y se espera que continúen su convergencia con la parte occidental. Innegablemente, está surgiendo una brecha a expensas de España e Italia, pero no es comparable al desafío que supone tener países de Europa oriental en la Unión.
Más allá de estas premisas, sin embargo, hay tres puntos de incertidumbre, desde el centro hacia la periferia de la UE, que podrían convertirse en catalizadores de una crisis política. En el centro, ¿cómo saldrá Alemania de la crisis económica? Si hubiera algún choque asimétrico, podría afectar directamente a la economía alemana. A pesar de estar logrando dominar la crisis sanitaria, su dependencia del comercio internacional, del sector de la automoción y de la producción de maquinaria, ha supuesto un duro golpe por el colapso del comercio, de las ventas de automóviles y de las inversiones. En la historia de la integración europea, Alemania siempre ha proporcionado la mayor parte de los recursos económicos y financieros que han permitido este cambio histórico. Una crisis en el corazón de la Unión sería perjudicial para su futuro. Por ahora, sin embargo, la limitada disminución de la tasa de inversión en Alemania augura la salida de la crisis.
Una segunda incertidumbre se cierne sobre la movilidad dentro de la Unión en el contexto de la pandemia. Una importante migración del sur hacia el norte de Europa siguió a la crisis económica de 2008. Estos desplazamientos ayudaron a mitigar el impacto político de la crisis al proporcionar oportunidades a los trabajadores de los países que se hundían en la recesión y el desempleo. ¿Podrán producirse de nuevo estos movimientos? Por el momento, las fronteras están cerradas y podrían permanecer así si la epidemia se reactiva. Los períodos de cuarentena entre los países europeos también podrían reducir la movilidad. Además, es posible que la pandemia ya haya afectado a la predisposición a la emigración, que siempre es arriesgada, especialmente en tiempos de incertidumbre sanitaria. Con esta válvula migratoria de seguridad económica y social obstaculizada, la crisis que se avecina podría ser más violenta políticamente que la anterior.
El tercer y último riesgo se encuentra alrededor de la Unión. Los grandes perdedores de esta crisis serán los países pobres del Sahel, del norte de África y de algunas zonas del Medio Oriente. Las oportunidades de migración legal a Europa, el comercio con el Viejo Continente, y las inversiones que proceden de él podrían agotarse. Las remesas de los emigrantes en Europa, de hecho, ya han colapsado. Las consecuencias políticas pueden ser aún más graves ya que los conflictos que estallaron o se reanudaron unos años después de la crisis económica anterior siguen activos en Libia, Siria e Irak, así como en el Sahel. El caos en estas regiones puede afectar a la Unión Europea, por ejemplo, en forma de oleadas de migrantes irregulares impulsados por la desesperación.
Estos tres puntos de incertidumbre dependen directamente de la intensidad de la crisis sanitaria en Europa. Por ese motivo, el fortalecimiento de los medios para combatir la pandemia sigue siendo la mejor manera de superarlos.
Emmanuel Comte, investigador sénior, CIDOB.