Estado de malestar

En 1940, el Ministerio de Trabajo británico estudió la posibilidad de detraer de los salarios de la ciudadanía una cantidad que sufragara ciertas ayudas sociales en caso de enfermedad (sanidad gratuita), desempleo (subsidio) o jubilación (pensiones). Con ese dinero se financiaría, además, la educación universal y ciertas ayudas a las familias numerosas.

El modelo del welfare state se basaba en cierta tradición solidaria de raíces cristianas: tomar del holgado para auxiliar al necesitado. El Estado administraba los ahorros del trabajador, forzados en este caso, para devolvérselos cuando los necesitara. Una idea estupenda que ahuyentaba la pobreza y garantizaba cierta paz social entre sindicatos y patronos.

Aquel modelo arraigó con variable fortuna en los países desarrollados o en vías de desarrollo, entre ellos España. Gracias a él los españoles hemos disfrutado de muchos años de razonable jubilación y de una sanidad pública admirable.

Pero ahora la España alegre y soleada ve anubarrarse el horizonte. El estupendo Estado de bienestar empieza a peligrar cuando se alarga la vida de los jubilados, cada vez más numerosos, y la crisis de natalidad mengua las incorporaciones al mercado de trabajo.

Sumemos a lo anterior una crisis económica que acrecienta la población desempleada (y subsidiada) y disminuye la población activa (y contribuyente). Y para terminar añadamos que el sistema tributario es tan deficiente que permite que los peces gordos se escaqueen mediante deducciones, exenciones y otros trucos de ingeniería fiscal.

Esos problemas del Estado de bienestar los resuelven los gobiernos mediante políticas de austeridad (impuestas por nuestros autoritarios padrinos europeos): recortar el gasto y aumentar los impuestos, lo que contribuye a que muchas empresas se resistan a crear trabajo o sencillamente cierren. «Para qué voy a ensanchar la plantilla si el incremento del gasto en Seguridad Social se llevará las ganancias», piensa el empresario. Y el gobernante lo agrava subiendo el salario mínimo y las pensiones para ganar votos.

Consecuencia: incremento del desempleo, definitivo si el trabajador anda en la cuarentena (con otros cuarenta años de vida media por delante, que el Estado deberá subsidiar) y precarización laboral (contratos por días e incluso por horas).

El ascensor social que supuestamente aseguraba el modelo democrático se convierte en descensor social que transporta a la clase media al nivel de la baja y aboca a la exclusión social a la clase más débil.

Item más: dado el panorama que se presenta a los jóvenes, muchas parejas renuncian a tener hijos por falta de ayudas a la natalidad, lo que contribuye al envejecimiento de la población. La solución, importar población extranjera, plantea a su vez un problema: de la avalancha indiscriminada de refugiados, en su mayoría sin cualificación alguna, más de la mitad ingresa directamente en las listas del paro y en las de las ayudas sociales, un gravamen suplementario para el Estado al que supuestamente debería ayudar a sostener.

Si no resultara políticamente incorrecto podríamos añadir, además, que la emigración musulmana es inasimilable debido a su práctica de una religión incompatible con la legislación y el modo de vida occidentales, basados en la Declaración de Derechos Humanos. Lo demuestra el hecho de la radicalización de jóvenes musulmanes europeos de segunda y hasta tercera generación que siempre gozaron de un Estado de bienestar y jamás pisaron un país musulmán.

Concluyamos: el Estado de bienestar del que veníamos disfrutando está virando hacia un preocupante estado del malestar de consecuencias, quizás, imprevisibles. En esta grave coyuntura necesitaríamos políticos capaces de encontrar soluciones imaginativas y dotados de la firmeza necesaria para aplicarlas, pero me temo que la clase política carece de aptitudes para sortear los obstáculos que se avecinan.

¿Dónde encontraremos líderes que elevando la mirada del cortoplacismo de ganar las inmediatas elecciones antepongan el bien de España a las conveniencias del partido? ¿Dónde hallaremos políticos abnegados que miren por el procomún en lugar de simplemente asegurarse la poltrona durante otros cuatro años? (Aunque, por otra parte, ¿de qué podrían vivir esos rufianes alojados en el Congreso gracias a las listas cerradas?).

La deteriorada situación que vivimos, con la nave del Estado en manos de incompetentes que jamás trabajaron, criados a los pechos de las respectivas juventudes de los partidos y sin más credenciales que las de ser jóvenes y guapos, carga el futuro de funestos augurios. Esa necesaria regeneración democrática requiere también ciudadanos que exijan a su clase política las imprescindibles reformas comenzando por la de una calamitosa ley electoral que permite quitar y poner gobiernos a las minorías separatistas empeñadas en destruir el Estado. A la vista está que la subordinación de los políticos a los intereses del partido ha favorecido el separatismo y creado los monstruos que amenazan a un Estado cada vez más débil.

Del mismo modo habría que plantear la recuperación por el Estado de las competencias en Educación, Sanidad y Fuerzas de Seguridad, así como la supresión de privilegios fiscales regionales, y agravios comparativos en el acceso a la función pública que en las autonomías vasca y catalana está vetada a los que no conozcan su lengua. Sin embargo, los catalanes o vascos sí pueden optar a un puesto en el resto de España.

Como las desgracias no vienen solas, mientras en el edificio social que todos habitamos aparecen peligrosas grietas que anuncian su ruina, un incendio pavoroso se ha declarado en el ático con vistas al mar de la comunidad catalana. Hace días, durante las algaradas con las que ANC y Odium Cultural intentan intimidar al Estado que juzga a los golpistas, se corearon voces de ¡Visca Terra Lliure!, la banda terrorista que extorsionaba a los empresarios adosándoles bombas lapa en el pecho. Su líder Carles Sastre, condenado a sesenta y seis años de prisión por el asesinato del empresario José María Bultó y otros delitos, se incorpora a la escena para matizar, con su nota siniestra, la astracanada del procés. Del que no se tienen noticias es del pirómano que incendió Cataluña para tapar su trama corrupta, el molt multimilionari (antes molt honorable) Jordi Pujol, el del estilo ético.

Juan Eslava Galán es escritor.

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