Estados en la niebla

No confundamos la crisis sanitaria con la crisis económica. La primera es real y está muy lejos de resolverse; la segunda es, sencillamente, una consecuencia de la pandemia. Creo que es un gran error confundir la actual recesión económica con crisis anteriores como las de 1930, 1973 o 2008. Durante estas últimas depresiones, fue el sistema capitalista el que falló. En 1930, las restricciones monetarias y el cese del comercio internacional transformaron una crisis fugaz en una crisis sistémica; un fallo de la inteligencia económica. En 1973, los Gobiernos creyeron erróneamente que la producción de dinero revitalizaría la actividad, pero solo condujo a la inflación de precios. En 2008, la especulación inmobiliaria inundó los mercados financieros con valores falsos; una vez más, un fracaso de la inteligencia económica. Esta vez, el «sistema capitalista globalizado», es decir, la economía de mercado, basada en la empresa y el intercambio, no ha fallado. La única razón de que la maquinaria se haya detenido es que los trabajadores han desaparecido parcialmente, porque están enfermos o en peligro de estarlo. El día, todavía impredecible (pero sin duda dentro de varios meses), en que todos puedan volver al trabajo, la máquina económica volverá a su ritmo anterior, quizá más rápido por el deseo de ponerse al día. Por supuesto, habrá cambios en el mercado: por ejemplo, se desarrollarán robots, porque no se ponen enfermos; las industrias esenciales regresarán a Europa desde China; determinadas actividades, como viajes o conferencias, se sustituirán por reuniones virtuales.

A la espera de la reactivación, los fondos inyectados por el Fondo Monetario Internacional, los Estados y el Banco Central Europeo deben considerarse, ante todo, ayudas sociales esenciales para compensar la pérdida de salarios. Por lo tanto, estas intervenciones públicas son de una naturaleza diferente a las llamadas políticas de estímulo de la década de los treinta, de los setenta (después de la crisis del petróleo) y en 2008.

Algunos economistas aficionados y filósofos en declive, para quienes cualquier crisis es necesariamente una crisis del capitalismo, sugieren que sustituyamos el libre mercado por una nueva forma de socialismo con un toque de verde, con el culto a la biodiversidad y la divinización del clima y de la solidaridad. Se trata de intenciones nobles, pero una política económica se mide por sus resultados, no por sus intenciones. Si realmente queremos solidaridad, una sanidad pública mejor organizada, protección frente a los desastres, necesitamos, para empezar, una economía de mercado que genere ganancias, no un socialismo estatal que solo reparta penuria. En cuanto a aquellos que creen que la pandemia debería fortalecer en el futuro a los Estados centrales, no entendemos su argumento: los Estados, en general, han gestionado muy mal la pandemia de coronavirus y continúan gestionándola de forma mediocre, especialmente Estados Unidos y, en Europa, España, Italia, Gran Bretaña y Francia. ¿Cómo debería el fracaso relativo de estos Estados, su falta de preparación, su lentitud para decidir, su tendencia a politizarlo todo, conducir a su fortalecimiento? Extraño razonamiento. Se observará también que Alemania, donde los poderes están muy descentralizados, donde el sector privado colabora estrechamente con el sector público, logra contener la pandemia infinitamente mejor que Estados centralizados como Francia y Gran Bretaña, o que Estados confusos como España e Italia, donde ya no está claro quién es responsable de qué.

Por lo tanto, es probable y deseable que la economía del mañana se parezca a la de hoy, a fin de que se restablezcan el empleo y los salarios. También es de esperar que se aprendan algunas lecciones. La Unión Europea, con variantes nacionales, y Estados Unidos, estaban poco preparados para reflexionar a largo plazo, tienen sistemas sanitarios deficientes, y la mayoría de los Gobiernos han olvidado que su misión fundamental era garantizar la seguridad de los ciudadanos; otras tantas lecciones sobre las que meditar. Pero, a corto plazo, hay que centrarse en lo único que realmente importa: salvar vidas. En este sentido, es sorprendente que los europeos persistan en no inspirarse en métodos que han demostrado su efectividad en Corea del Sur y Taiwán: pruebas sistemáticas, mascarillas para todos, aislamiento de pacientes no hospitalizados, identificación de focos infecciosos, informes en el teléfono móvil de los riesgos de contagio. ¿Cómo no preguntarnos también, en España, en Italia y en Francia, por qué la tasa de mortalidad por paciente infectado es cinco veces mayor que en Alemania, Austria y Dinamarca? Se debe a que estos países han entendido y actuado mejor que otros. ¿Qué lección deberíamos aprender? Dudo que, si se mantienen estos métodos de cuarentena medievales, la pandemia desaparezca en las semanas y meses venideros en Europa y en EE.UU., a menos que se recurra a las técnicas disponibles para localizar pacientes.

Debatir y filosofar sobre el futuro son excelentes ejercicios intelectuales, muy democráticos, ya que todos tienen derecho a decir lo que quieran. Pero lo realmente urgente hoy es: ¿dónde están las pruebas, las mascarillas y las medidas de aislamiento? En España, en Francia, en Gran Bretaña y en EE.UU., la respuesta de los gobiernos sigue siendo confusa, lo que resulta muy inquietante.

Guy Sorman

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