Estados Unidos aún no está perdido

Manifestantes afuera del Capitolio a principios de este mes Credit Al Drago para The New York Times
Manifestantes afuera del Capitolio a principios de este mes Credit Al Drago para The New York Times

Muchos de nosotros empezamos 2017 esperando lo peor. Y, de distintas maneras, nos tocó lo peor.

Donald Trump ha sido tan horrible como lo esperábamos: día a día sigue demostrando que no está preparado para el cargo, ni moral ni intelectualmente. Además, resulta que el Partido Republicano —incluidos los llamados “moderados”— es aún peor de lo que uno podría esperar. En este momento, es evidente que el partido está compuesto en su totalidad de esbirros cínicos, dispuestos a vender cada uno de sus principios —y cada fibra de su propia dignidad— siempre y cuando sus donantes obtengan grandes beneficios fiscales.

Mientras tanto, los medios conservadores han renunciado hasta a la pretensión de hacer periodismo verdadero y se han vuelto órganos descarados de la propaganda del partido en el poder.

No obstante, estoy terminando el año con una sensación de esperanza, porque decenas de millones de estadounidenses se han mostrado a la altura de la situación. Estados Unidos aún podría convertirse en otra Turquía o Hungría: un Estado que preserva las formas de la democracia, pero en la práctica se ha vuelto un régimen autoritario. Sin embargo, no pasará con facilidad, o no sucederá tan pronto como muchos de nosotros lo estábamos temiendo.

A inicios de este año, el comentarista David Frum advirtió que el deslizamiento hacia el autoritarismo sería imparable “si la gente se retira a su vida privada, si los críticos se hacen escuchar menos, si el cinismo se vuelve endémico”. Pero, hasta ahora, eso no ha sucedido.

Lo que hemos visto en cambio es el surgimiento de una resistencia muy activa. Esta se hizo visible prácticamente desde el día que Trump asumió la presidencia, con las enormes marchas de las mujeres que tuvieron lugar el 21 de enero, las cuales hicieron que las diluidas multitudes de la inauguración parecieran ridículas. Si la democracia estadounidense sobrevive a este terrible episodio, voto porque hagamos que los sombreros rosas del Proyecto Pussyhat se vuelvan el símbolo de la liberación del mal.

La resistencia continuó con la gente en los ayuntamientos que confrontó a los legisladores republicanos cuando intentaron derogar la Ley de Atención Médica Asequible (Obamacare). Y, en caso de que alguien se haya preguntado si las multitudes anti-Trump y las encuestas negativas relacionadas con Trump se traducirían en acción política, una serie de elecciones especiales —las cuales fueron la culminación de una gigantesca ola democrática en Virginia y una derrota sorpresiva e impactante en Alabama— ha disipado ese tipo de dudas.

Hablemos con la verdad: Estados Unidos sigue estando bajo un peligro mortal. Los republicanos aún controlan toda la influencia del poder federal y nunca habíamos sido gobernados por personas menos confiables en toda la historia de nuestra nación.

Es evidente que esto va dirigido al mismo Trump, quien claramente es un remedo de dictador que no tiene el más mínimo respeto por las normas democráticas. Sin embargo, también va hacia los republicanos en el congreso, quienes han demostrado una y otra vez que no harán nada para limitar las acciones del mandatario. Lo han respaldado mientras utiliza su cargo para enriquecerse él y a sus compinches, mientras fomenta el odio racial e intenta realizar una purga en cámara lenta del Departamento de Justicia y del FBI.

De hecho, ha habido una extraña dinámica en los últimos meses: mientras más terribles se vean las cosas para Trump, más cercanos se unirán los republicanos a su alrededor. Uno podría haber esperado que las recientes derrotas electorales dieran un poco más agallas a los republicanos moderados. En cambio, senadores como John McCain y Susan Collins, quienes habían sido elogiados ampliamente por haber resistido el intento de derogación del Obamacare durante el verano, aceptaron de forma sumisa un proyecto de ley fiscal de una abominación monstruosa.

Y la evidencia creciente que demuestra la confabulación de Rusia con la campaña de Trump parece que no ha persuadido a ningún republicano prominente a tomar una postura, salvo que ya fuera anti-Trump desde antes. Por el contrario, hemos visto a críticos de otro tiempo, como Lindsey Graham, volverse aduladores serviles que promueven las propiedades de Trump.

Así que no podemos contar con las conciencias de los republicanos para protegernos. En particular, debemos ser realistas sobre los posibles resultados de la investigación de Robert Mueller. La apuesta más segura es que, sin importar qué encuentre Mueller, qué tan condenatorio sea y qué haga Trump —aunque involucre una descarada obstrucción de la justicia—, las mayorías republicanas en el congreso apoyarán a su presidente y seguirán alabándolo.

En otras palabras: mientras los republicanos dominen el congreso, los controles y balances constitucionales son, en efecto, leyes en desuso.

Así que todo recae en el pueblo estadounidense. Es probable que otra vez tenga que levantar su voz en las calles. Y por supuesto que tendrá que hacer sentir su peso en las casillas electorales.

Será difícil, porque el juego está completamente amañado. Recuerden: Trump perdió el voto popular, pero terminó de todas formas en la Casa Blanca y las elecciones intermedias estarán lejos de ser justas. El fraude electoral y la concentración de los votantes con tendencias democráticas en los distritos urbanos han creado una situación en la cual los demócratas podrían ganar una gran mayoría de los votos y aun así no lograr asumir el control de la cámara de representantes.

E incluso si los votantes se levantaran de forma eficaz en contra de la gente horrible que se encuentra en el poder en este momento, aún falta mucho para restaurar los valores básicos de Estados Unidos. Nuestra democracia necesita dos partidos decentes y en este momento el Partido Republicano parece ser irreparablemente corrupto.

En otras palabras, en el mejor panorama posible, se necesitará una larga lucha para volver a ser la nación que se supone deberíamos ser. Sin embargo, como ya lo había mencionado, tengo mucha más esperanza de la que tenía hace un año. Estados Unidos aún no está perdido.

Paul Krugman es un economista estadounidense, profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton, profesor centenario en Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres y académico distinguido de la unidad de estudios de ingresos Luxembourg en el Centro de Graduados de CUNY.

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