Donald Trump, después de sobrevivir a un intento de asesinato que le acerca aún más a la reelección, llega a la ciudad de Milwaukee para celebrar la convención republicana. Es consciente de la importancia de Wisconsin en las elecciones de noviembre, un estado decisivo en el que la carrera electoral se mantiene muy ajustada. Cuando los habitantes de esta pequeña ciudad de los Grandes Lagos se comparan con la vecina Chicago, donde tendrá lugar la convención demócrata en agosto, en el fondo se sienten orgullosos de vivir en un pueblo. En Milwaukee floreció en el siglo diecinueve el movimiento socialista. La huella de la inmigración alemana permite que se siga elaborando muy buena cerveza y que por sus calles desfilen bandas de música. Hoy todavía sufre la segregación racial y también una creciente desigualdad económica. Florecen sin embargo algunos trabajos en empresas de tecnología y es sede de Harley Davidson, el icónico fabricante de motos. Forma parte de la América silenciosa de Richard Nixon, pero también está conectada con la globalización económica, cuyas reglas cada vez critican más tanto los políticos republicanos como los demócratas, unidos en la confrontación con China.
Horacio Alger Jr. publicó en 1874 una novela juvenil ambientada en Milwaukee que se hizo muy popular. El protagonista de 'Julius, el niño de la calle (o la vida en el Oeste)', es un joven indigente recogido por la filantropía privada en busca de una oportunidad, cualquier trabajo que le permita labrarse un futuro mejor. Esfuerzo y suerte ('pluck and luck') es la fórmula que propone Alger en este cuento moral y en el resto de su extensa obra para celebrar la movilidad que cambiaría la vida de muchos en Estados Unidos.
Pero el ascenso social y económico, la seña de identidad del sueño americano, ya no funciona bien. Hoy el código postal en el que se nace determina más que ningún otro factor las posibilidades de educación y desarrollo profesional de una persona. Estados Unidos está dividido en dos mitades, que se definen tanto por sus preferencias morales y culturales y su situación geográfica –las costas 'versus' el interior del país– como por las oportunidades que tiene cada grupo. La actitud de una mitad hacia la otra es de desprecio o de resentimiento. Ezra Klein entiende esta división como un cambio de era política, la evolución hacia un país cada vez más polarizado, con un sistema político disfuncional. Hasta la década de los sesenta los partidos congregaban sensibilidades diferentes e incluso contrapuestas e intermediaban entre ellas. Hoy cada visión del mundo, republicana o demócrata, es mutuamente excluyente y hostil hacia la otra. Los demócratas son algunos millones más, pero los republicanos conservan la ventaja que les otorga el sistema de elección indirecta por el Colegio Electoral en las elecciones presidenciales.
Trump, que ha sido capaz de levantar el puño desafiante tras el atentado, será aclamado por los suyos con todavía más fervor en la convención de Milwaukee. El magnate neoyorquino ha convertido al partido republicano en un culto. Es una formación política que ha mutado y poco tiene que ver con el espíritu de Abraham Lincoln o Ronald Reagan. Está dominada por el movimiento 'Make America Great Again', que sustituye la fe en el progreso por la vuelta a un pasado glorioso que nunca existió. La astucia de Trump y su mentalidad transaccional le permite sumar a votantes libertarios y evangelistas, que le reclaman impuestos bajos, poca regulación económica o jueces muy conservadores. Cada vez más miembros de minorías lo respaldan, al rechazar el encasillamiento y la victimización de la política de identidad en la izquierda demócrata.
El político que aspira a volver a la Casa Blanca es distinto al presidente de hace unos años. Le mueve la revancha y conoce mejor los resortes del poder. Niega haber perdido las elecciones de 2020 y fomenta las teorías conspiranoicas. Achaca su montaña de problemas judiciales –el primer candidato presidencial condenado en un juicio penal– a una caza de brujas montada por Biden. Se muestra enemigo declarado de la mayoría de los jueces y los medios de comunicación. Utiliza a los inmigrantes como el enemigo y anuncia deportaciones masivas.
Como ha escrito Michael Ignatieff, es la democracia estadounidense lo que está en juego. Sin embargo, Estados Unidos puede sobrevivir a otros cuatro años más de Trump, por la fortaleza de su sistema constitucional y la pujanza de su sociedad civil. El impacto de esta segunda presidencia en un mundo que ha entrado en una era de rivalidades es más preocupante. Pondría fin al realismo de Biden, con un nuevo giro hacia el aislacionismo y un mayor proteccionismo económico, lo que tendría como resultado una superpotencia menos influyente, que no garantiza la estabilidad global. Todo ello unido a una peligrosa admiración del candidato republicano hacia los 'hombres fuertes' de las autocracias en ascenso, en una etapa en la que es posible que la tensión entre Estados Unidos y China desemboque en un conflicto militar.
El segundo mandato de Trump puede ser funesto para una Unión Europea todavía sin capacidades propias en defensa y que tenderá a dividirse a medida que se debilite la solidaridad atlántica. La OTAN vería sacudida sus fundamentos si se crean categorías de miembros dignos de protección –los que invierten de modo suficiente en defensa– y los que no. El candidato republicano además ha prometido conseguir la paz en Ucrania en veinticuatro horas. Es algo imposible de hacer sin recompensar a Vladímir Putin por sus actos criminales e imponer la desmilitarización y la partición del país invadido. Con un dictador ruso victorioso y dispuesto a nuevas aventuras, se crearía una inestabilidad permanente en la frontera Este de Europa.
El fatalismo se ha instalado entre los demócratas ante la apoteosis del candidato republicano en Milwaukee y el negacionismo trumpista de Joe Biden sobre su capacidad para gobernar cuatro años más. Tal vez estén a tiempo de darle la vuelta.
José M. de Areilza Carvajal es secretario general de Aspen Institute España.