Estados Unidos necesita una estrategia para Siria

Estados Unidos necesita una estrategia para Siria

El presidente norteamericano, Donald Trump, elogió los ataques con misiles de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido contra instalaciones militares sirias -perpetrados en represalia por un ataque con armas químicas supuestamente ejecutado por el régimen de Bashar al-Assad- y los calificó de gran éxito. Pero ninguna dosis de retórica triunfante puede oscurecer la traición al pueblo sirio por parte de Occidente, ni disimular su falta de una estrategia real para resolver el conflicto sirio.

En los últimos siete años, casi medio millón de ciudadanos sirios han sido asesinados y siete millones hoy son refugiados. Mientras tanto, se ha formado una alianza nefasta entre fanáticos chiitas, representados por Irán y Hezbollah, y un gobierno ruso decidido a deshacer el orden de pos-Guerra Fría y cambiar radicalmente el juego estratégico en Oriente Medio.

Occidente no pudo estar a la altura del desafío. Por el contrario, Trump está por retirar las tropas estadounidenses todavía apostadas en Siria, con el argumento de que se ha alcanzado su principal objetivo: derrotar a Estado Islámico (EI). Sin embargo, si bien había que frenar a EI, nunca fue el mayor enemigo de Occidente en Siria; ese título se lo lleva el eje de Rusia, Irán, Hezbollah y el régimen de Assad -un eje contra el cual EI, en verdad, funcionaba como fuerza de contrapeso.

Ahora, lo único que puede ofrecer Occidente es lo que el secretario de Defensa Jim Mattis llamó "un disparo único" de ataques excesivamente cautelosos que no tuvieron como blanco a ninguna capacidad convencional del régimen de Assad y sus aliados. Al igual que los ataques limitados con misiles de Estados Unidos el año pasado, el reciente ataque no disuadirá el uso futuro de armas químicas, mucho menos amenazará la supervivencia del régimen de Assad.

Aun si los ataques efectivamente enviaron el mensaje de que no se tolerarían las armas químicas -una línea roja ostensiblemente razonable, dada la experiencia con armas químicas en las dos guerras mundiales del siglo XX-, también podrían interpretarse como una señal de que el blanco pueden ser otros medios de matanza. Y las armas químicas han sido responsables de menos del 1% de las muertes en la guerra siria hasta el momento; la gran mayoría han sido causadas por armas convencionales.

En verdad, el foco en las armas químicas podría terminar ayudando a aumentar el número de bajas. Según Sergey Lavrov, ministro de Relaciones Exteriores ruso, el reciente ataque liderado por Estados Unidos podría servir como un pretexto para fortalecer aún más las capacidades convencionales del régimen de Assad al ofrecerle el sistema avanzado de defensa aérea S-300 de Rusia.

Los ataques ya están teniendo otro efecto no buscado: fomentar la popularidad de Assad. Ahora se lo puede retratar como la víctima de las mismas potencias coloniales que conspiran con Arabia Saudita cuando masacra a los yemeníes y con Israel cuando oprime a los palestinos.

El retiro de Estados Unidos de la ecuación estratégica en Siria inclusive puede afectar a sus propios aliados. En particular, deja solo a Israel para confrontar la amenaza planteada por Irán, Hezbollah, Hamas y Rusia.

En lugar de presionar a Trump para que se retire del acuerdo nuclear iraní de 2015, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, debería haber garantizado una presencia de Estados Unidos en el frente sirio-libanés, que Irán y su apoderado, Hezbollah, parecen decididos a convertir en un frente caliente. El ataque a Israel de un dron armado iraní hace unas semanas, y la respuesta de ataques israelíes contra instalaciones militares iraníes en Siria, no tienen precedentes, y hay muchas posibilidades de que escalen. Sin una presencia estadounidense fuerte en la región, ni siquiera el improbable escenario de una confrontación entre Israel y Rusia se puede descartar por completo.

¿Cómo debería ser entonces una estrategia estadounidense? Por empezar, una fuerza norteamericana debería ayudar a estabilizar aquellas partes del país que EI dejó vacantes, pero que Assad no controla. Es más, Estados Unidos debería utilizar su influencia con Turquía y los kurdos sirios para sellar un acuerdo que permita la creación de una región kurda autónoma en el norte de Siria. Una zona neutral permanente controlada por Turquía podría mitigar los temores del país de que los combatientes y las armas puedan llegar a manos de los kurdos dentro de Turquía.

Una iniciativa norteamericana para llevar paz a Siria podría inclusive ser algo positivo para el presidente ruso, Vladimir Putin, ya que le permitiría escapar a una trampa que él mismo creó. A pesar de haber declarado "misión cumplida" por lo menos en tres ocasiones, Putin es incapaz de alcanzar un acuerdo político entre los muchos actores en Siria.

El dilema de Putin es que no está dispuesto ni a sostener el conflicto hasta que Assad controle todo el país (la única versión de "paz" que Assad está dispuesto a aceptar) ni a correr el riesgo del colapso del régimen al retirarse por completo. En este sentido, Rusia es al mismo tiempo un amo de Siria (junto con Irán) y un rehén del régimen de Assad -un régimen que sólo puede ser liberado por Estados unidos.

Algo que complica aún más las cosas para Rusia, así como para Irán, es que cualquier retorno económico que genere Siria -a través de contratos petroleros, suministros militares y telecomunicaciones, y el control de las minas de fosfato- no puede cubrir los costos de reconstruir el estado sirio y repatriar a millones de refugiados. Sólo Estados Unidos y los estados del Golfo (todos enemigos declarados de Assad) podrían conseguirlo. Pero no hay manera de que paguen la cuenta estimada en 100.000-300.000 millones de dólares sin tener voz y voto en el resultado político.

La última vez que un presidente estadounidense proclamó "misión cumplida" de manera jactanciosa fue en 2003, cuando George W. Bush, apenas seis semanas después de invadir Irak, declaró que las principales operaciones de combate allí habían terminado. Por el contrario, esas operaciones se prolongaron ocho años más, y las tropas estadounidenses siguen en Irak hasta el día de hoy. Trump desoyó esa lección histórica, lo que sugiere que, al igual que Bush, no conoce cuál es la misión.

Shlomo Ben-Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.

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