Estados Unidos se retira del mundo

Trump se puso en marcha, el distanciamiento del derecho internacional y el quebrantamiento de normas internacionales básicas por parte de Estados Unidos ha devenido consustancial. La ruptura afecta a diversos aspectos del orden internacional multilateral, pero cobra máxima actualidad a raíz de la declaración oficial estadounidense que afirma que las colonias israelíes en los Territorios Palestinos ocupados no son ilegales. Contraviene así la posición de las Administraciones anteriores, que durante décadas han sostenido que dichas colonias o bien constituyen un “obstáculo para lograr la paz entre israelíes y palestinos” o son claramente “contrarias al derecho internacional”.

Trump ya había añadido leña al fuego al declarar que reconocía a Jerusalén como capital de Israel, contradiciendo la anterior posición norteamericana, europea y de la práctica totalidad de los Estados del planeta. La Asamblea General de Naciones Unidas reaccionó de inmediato declarando nula la decisión de Washington.

Antes y después de su elección, Trump ha adoptado posiciones contrarias al derecho internacional y a las Naciones Unidas. La retirada del Acuerdo de París sobre cambio climático vino precedida de una absurda declaración: “Nos ocuparemos nosotros de nuestro medio ambiente”, como si este pudiera ser delimitado con fronteras. Arrogancia, prepotencia e ignorancia. Su obsesión con el mundo musulmán, sin intención de distinguir entre terrorismo y ciudadanía islámica, le llevó en 2017 a firmar una orden ejecutiva que prohibía la entrada en el país a cualquier ciudadano de seis Estados, casi todos musulmanes. Pero EE UU es miembro de la convención internacional sobre derechos civiles y políticos y de la convención internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, y dicha orden ejecutiva discrimina a los ciudadanos de esos seis países a causa de su religión, lo que supone una clara violación de esos tratados.

Está claro que la actitud de Trump y lo que queda de su Administración consiste en aislarse del mundo en la absurda convicción de que pueden valerse por sí mismos en cualquier asunto, aunque alguno imprescindiblemente dependa de la cooperación internacional para salir adelante. Ante la apertura en Jerusalén de la embajada norteamericana, Palestina —Estado observador en la ONU— comunicó a Washington que ello “constituye una violación de la Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas”. Y Trump la abandonó. En octubre de 2018 denunció el bilateral Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Medio (INF), denuncia criticada por los (todavía) aliados occidentales. Abandonó la Unesco, el Consejo de Derechos Humanos, la Asociación Transpacífica. El Pacto Mundial para la Migración fue firmado por todos los Estados de Naciones Unidas salvo EE UU. Igual suerte corrió en 1989 la Convención sobre los Derechos del Niño.

El presidente Woodrow Wilson fue en 1918 impulsor de la Sociedad de Naciones. Y Washington contribuyó a la creación de la ONU en 1945, pero en 1920 el Senado vetó el ingreso de EE UU en la Sociedad de Naciones y desde entonces el Partido Republicano se gradúa en una carrera de oposición al multilateralismo y a las organizaciones internacionales. Sus senadores rechazan firmar tratados porque “nuestra soberanía quedaría sometida a los burócratas de la ONU”. Ted Cruz acusó a Obama de “usar las Naciones Unidas para amordazar a EE UU y eliminar nuestra soberanía”. El presidente Ford denunciaba en 1974 la “tiranía de la Asamblea General” y John Bolton mantenía descaradamente que esta sólo era válida si servía los intereses norteamericanos. En 2003, Richard Perle, mientras trituraban Bagdad, decía que había que “dar gracias a Dios por la muerte de las Naciones Unidas”. Existe una cultura republicana de animadversión y desprecio del derecho y de las organizaciones internacionales. Trump es simplemente su representante más reciente y extremo.

En 2003, Bush obtuvo el apoyo mayoritario del Senado para asaltar Iraq. El senador demócrata Robert Byrd, denunció a Bush, “que ha transformado el paciente arte de la diplomacia en una sarta de amenazas y descalificaciones. La guerra debe ser siempre un último recurso. Tengo que poner muy seriamente en duda el buen juicio de un presidente que es capaz de proclamar que un ataque militar a gran escala se inserta en las más elevadas tradiciones morales de nuestro país”. El argumento es trasladable a Donald Trump.

Y Robert Kagan escribía: “Hay que dejar de actuar como si americanos y europeos tuvieran una visión común del mundo. En las grandes cuestiones estratégicas e internacionales, los americanos son habitantes de Marte y los europeos de Venus”.

Trump desprecia a los europeos y al resto del mundo. Los europeos, sin dejar de ser Venus (lo que implica actuar en las relaciones internacionales como una potencia civil, concepto que supone la construcción de una posición singular que enfatiza más los instrumentos diplomáticos que los coercitivos y el papel central de la mediación a la hora de resolver conflictos), deben prepararse para ser Marte en el caso de que fuera necesario actuar en esa línea.

Emilio Menéndez del Valle es Embajador de España.

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