Coinciden dos hechos: Estados Unidos abandona a los afganos a su poco envidiable destino y se publica el censo nacional, realizado en 2020. A priori, no parecen tener relación, pero si nos fijamos bien, se desprende que los estadounidenses que entraron en Afganistán hace veinte años son no los mismos que ahora se están yendo. Estados Unidos, dominado desde su fundación por una aristocracia anglosajona, blanca, cristiana y convencido de su destino universal, se ha convertido en un pueblo a imagen del mundo, donde conviven todas las culturas, todas las razas, todas las ideologías.
Kamala Harris, la vicepresidenta, nacida de padre negro en Jamaica y madre originaria del sur de India, es el rostro del futuro Estados Unidos. Joe Biden es el rostro del Estados Unidos de ayer. El censo lo confirma. Cada diez años, desde 1790, y conforme a un artículo de la Constitución, los residentes estadounidenses, legales o no, se cuentan y se recuentan y se distribuyen en casillas, legado de la esclavitud de los orígenes.
A lo largo del siglo XIX, todos podían elegir voluntariamente entre blanco, negro, mulato e indio. En el siglo XX, todo se complicó, se multiplicaron las casillas. Bajo la influencia política de su número, los latinos y los hispanos han podido identificarse como tales. Luego lograron que se los reconociera como blancos.
Los ciudadanos originarios de Samoa se han distinguido de los hawaianos, y los nativos de Alaska ya no se confunden con los otros indios. Para complicar aún más el recuento y la fisonomía de esta nueva América, desde 2000 se permite marcar varias casillas, lo que refleja la complejidad de los orígenes y el creciente mestizaje. Desde 2010, además de marcar varias casillas, se puede añadir algún comentario. La solución definitiva es marcar la última casilla: ‘Ninguna de las anteriores’, la opción de no elegir. En total, en 2020, los blancos siguen siendo mayoría en un 60 por ciento, o incluso en un 75 por ciento si incluimos entre los blancos a todos los hispanos y latinos. Un indígena guatemalteco inmigrante reciente, ¿es realmente blanco, de piel y de cultura? Sí, si así lo decide. No, en su identidad heredada y vivida. Si sigue la tendencia demográfica actual, en 2050, el Estados Unidos verdaderamente blanco estará en minoría debido al avance de latinos y asiáticos. Pero los auténticos ganadores de esta epopeya identitaria serán los mestizos: el 39 por ciento de los hispanos se casan con no hispanos, una cuarta parte de los asiáticos se casa con un no asiático, el 20 por ciento de los negros declara un ascendente que no es negro.
Como consecuencia de ello, la noción de comunidad, que estructuraba la sociedad americana en Estados Unidos, pronto perderá todo su significado. Más aún si sumamos la dilución de las comunidades religiosas: se multiplica hasta el infinito, mientras que un tercio de los estadounidenses ya no pertenecen a ninguna comunidad religiosa establecida, a pesar de que declaran orar y creer en Dios, pero en un Dios personal.
A la dilución de las comunidades étnicas, culturales y religiosas anteriormente mencionadas, se suman comunidades elegidas, que no tienen precedentes: la comunidad Lgtbq, por ejemplo, basada en elecciones de vida, moda y sexualidad. Entendemos por qué, ante esta sociedad infinitamente mestiza, los partidarios incondicionales de la América blanca se unieron en torno a Donald Trump, el hombre blanco por excelencia y orgulloso de serlo. Pero el censo de 2020 no deja muchas esperanzas para el futuro del trumpismo.
¿No estaba inscrita esta incesante reinvención de la nación en sus propios orígenes, puesto que se fundó sobre la inmigración y la libre elección de convertirse en ciudadano de esta República con vocación universalista? El primer autor considerado estadounidense, St John Crèvecœur, de origen francés, publicó en 1782 una obra premonitoria titulada ‘Letters of an american farmer’ [Cartas de un granjero americano]. Allí empezó proféticamente la aparición en este continente de una nueva raza, ‘la raza americana’. El autor se asombraba en aquel momento de que los alemanes se casaran con mujeres inglesas e incluso irlandesas. Sería impensable en Europa, comentaba Crèvecœur, quien después de la Independencia se convertiría en el primer cónsul de Francia en Estados Unidos. Sabemos que, en el siglo XIX, a pesar de la resistencia de blancos anglosajones, irlandeses, italianos y rusos, los judíos llegaron en masa y los intentos de bloquear a los chinos fracasaron. Fue entonces cuando un dramaturgo de moda, Israel Zangwill, publicó en 1908 una obra de mucho éxito en la que un anglosajón se casaba con una judía. Estados Unidos, según Zangwill, se había convertido en un ‘crisol’.
Sin embargo, queda una ‘raza’ que se resiste al mestizaje: los negros. Siguen siendo una comunidad aparte, herida todavía por su historia antigua y reciente; para que conste, la segregación no se abolió hasta 1964. Estados Unidos es y será una nación mestiza, más los negros (13 por ciento de la población), durante algún tiempo. Pero el estadounidense estándar de 2050, si creemos a los demógrafos, será un blanco-latino-asiático. Dejaré la última palabra al difunto Elie Wiesel que, al comprobar cómo se diluía la comunidad judía de Nueva York a través de matrimonios ‘mixtos’, observó con nostalgia que, al final, el amor es el que decide.
Guy Sorman