¿Estados Unidos y Rusia pueden cooperar en Siria?

La decisión del presidente Vladimir Putin de intervenir en Siria marcó un importante punto de inflexión en la política exterior rusa en 2015. En los últimos 15 años, Putin se ha basado cada vez más en el uso del poderío militar para alcanzar sus objetivos domésticos y de política exterior, empezando con la invasión de Chechenia en 1999, luego la de Georgia en 2008 y finalmente la de Ucrania en 2014. La estrategia de Putin en Siria era el próximo paso lógico, aunque dramático, en la política exterior cada vez más agresiva de Rusia.

Sin embargo, se supone que Siria es diferente de estas intervenciones anteriores. Si bien Putin calculó correctamente que la mayor parte del mundo condenaría sus acciones militares en Chechenia, Georgia y Ucrania, espera solidaridad y respaldo de parte de la comunidad internacional por sus acciones en Siria.

Los analistas pro-Kremlin califican el reciente viaje del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, a Moscú como una prueba de que la intervención militar para combatir el terrorismo en Siria ha puesto fin al aislamiento internacional de Rusia y generado nuevo respeto por su postura como potencia global responsable. Rusia está de vuelta, sostiene el argumento, porque el mundo necesita a Rusia.

Estas conclusiones son prematuras. En el largo plazo, Rusia podría convertirse en un socio en la lucha global contra el terrorismo. Y, en principio, Estados Unidos, la Unión Europea y países de todo el mundo deberían recibir con beneplácito la cooperación de Rusia en esta misión. En la práctica, sin embargo, se deben resolver varias cuestiones de corto plazo antes de que se pueda alcanzar el objetivo de largo plazo de una cooperación con Rusia.

En primer lugar, Rusia, que ha intervenido para defender a su cliente de larga data, el presidente Bashar al-Assad, debe dejar de bombardear a las fuerzas de oposición sirias respaldadas por Estados Unidos y su coalición, y empezar a combatir al Estado Islámico (ISIS). En las primeras semanas de la campaña de bombardeos rusa, la estrategia era obvia: eliminar a las terceras partes en la guerra civil y así obligar al mundo a elegir entre el mejor de dos males, Assad o el ISIS.

Más recientemente, los bombarderos rusos han comenzado a atacar unos pocos blancos del ISIS, pero la campaña aérea del Kremlin sigue focalizada en otras fuerzas de la oposición. Para ser socio de Occidente, Rusia debe cambiar sus blancos de ataque de manera dramática y permanente.

En segundo lugar, Putin debe comprometerse de modo más serio con los esfuerzos internacionales para lanzar un proceso de transición política en Siria. Assad no puede quedarse. Podría desempeñar un papel interino y transitorio, como lo han hecho algunos dictadores en otras transiciones de un régimen autoritario. Pero no puede quedarse en el poder por la simple razón de que su presencia no hace más que convocar más voluntarios a la causa del ISIS.

El régimen de Assad ha matado más personas en Siria que todos los otros grupos juntos. Rara vez ataca a los terroristas del ISIS; más bien concentra sus esfuerzos militares en otros insurgentes. Por lo tanto, no es un aliado útil en la lucha contra el terrorismo.

Es más, la gran mayoría de las víctimas de las operaciones militares del gobierno sirio son civiles, no terroristas. Según la Red Siria para los Derechos Humanos, Assad mató a 181.557 civiles entre marzo de 2011 y noviembre de 2015, mientras que el ISIS mató a 1.777 civiles en este período. Si el objetivo en Siria es frenar la guerra civil, nadie debería considerar a Assad como un conciliador.

Como prueba de cómo Rusia puede influir en el régimen, Putin antes que nada debería presionar a Assad para que deje de matar civiles. Si Putin no logra este objetivo, no hay motivos para creer que pueda sentar a Assad o a sus generales a la mesa de negociaciones.

En tercer lugar, Rusia debe cambiar sus métodos de bombardeo. Están muriendo demasiados civiles. Estos tipos de ataques por parte de Rusia generan imágenes más estimulantes para los canales yihadistas en YouTube –exactamente lo que quiere el ISIS.

En cuarto lugar, los medios rusos deben dejar de acusar a Estados Unidos de respaldar al ISIS. ¿Cómo puede Estados Unidos aunar fuerzas con un país que hace este tipo de declaraciones falsas y retrata a Estados Unidos como el enemigo?

En quinto lugar, Putin tiene que frenar el flujo de combatientes de Rusia a Siria. Hasta las estimaciones rusas sugieren que para septiembre de 2015, unos 2.400 ciudadanos rusos se habían sumado al ISIS.

Finalmente, para ser un socio útil en Siria, Rusia debe dejar de esperar concesiones de parte de Estados Unidos en cuanto a Ucrania. Esta asociación nunca funcionará.

Para facilitar la cooperación con Rusia, Estados Unidos y sus aliados también deben hacer algunos ajustes –así como asumir algunos compromisos-. Primero, no debería obligarse a los grupos de oposición moderados que reciben dinero y armas de Estados Unidos a combatir sólo al ISIS. Más bien, deberían poder definir sus propias estrategias militares y por qué no combatir a las fuerzas de Assad como una manera de obligar al régimen a negociar. No se puede esperar que combatan al ISIS cuando Assad los está atacando.

Segundo, las autoridades estadounidenses deben presionar al Kremlin para que presione de manera seria a favor de una transición política, que incluya en definitiva elecciones libres y justas. Estados Unidos y el resto del mundo no pueden caer en la tentación de creer en la falsa promesa de una estabilidad autocrática. La dictadura de Assad ha producido sólo muerte, desplazamiento e inestabilidad en los últimos cuatro años. No hay razón para esperar que su régimen pueda producir estabilidad en el futuro.

Tercero, los líderes norteamericanos deben ser claros como el agua respecto de separar el respaldo de Estados Unidos a Ucrania y una cooperación con Rusia en Siria. No sirve de nada enviar señales ambiguas.

Finalmente, los líderes estadounidenses deben seguir siendo realistas respecto de las pocas perspectivas de una cooperación exitosa. La campaña de bombardeo de Rusia ha cambiado poco en el terreno, y sus promesas de respaldar una transición política no son nuevas. Dos esfuerzos internacionales previos a favor de la paz en los que participó Rusia (Ginebra I y Ginebra II) terminaron en fracaso.

En el próximo año, Estados Unidos debería buscar una alianza con Rusia para derrotar al ISIS; pero debería hacerlo sin ilusiones sobre la probabilidad de éxito –y con una preocupación real por el costo del fracaso.

Michael McFaul, US Ambassador to the Russian Federation from 2012 to 2014, is Professor of Political Science, Hoover Institution Fellow, and Director of the Freeman Spogli Institute at Stanford University.

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