Estalinismo y democracia

El azar irrumpe a veces en la historia. Es lo que ha sucedido con un Partido Comunista que parecía abocado a desaparecer, convertido en acompañante de Podemos bajo las órdenes de Pablo Iglesias. Su retraimiento creó por sorpresa una situación excepcional donde una política comunista, Yolanda Díaz, personifica la presión social sobre el presidente Pedro Sánchez, e incluso se perfila como su rival en la dirección de la izquierda.

Nuevo azar. El regreso del PCE coincide con otra reaparición, la de su principal mito: Pasionaria. Tenemos como éxito de ventas una biografía militante, que se salta todo punto negro en la vida de Pasionaria y del PCE, recorriendo el país con presentaciones de su figura ejemplar. En ellas interviene la nieta de Dolores, recuperada para la tradición familiar. Augura que Yolanda Díaz desempeñará “un enorme papel en la vida política del país”.

Entierro de los abogados asesinados en la matanza de Atocha (Madrid), en enero de 1977. EFE
Entierro de los abogados asesinados en la matanza de Atocha (Madrid), en enero de 1977. EFE

La noticia de la Revolución de Octubre llenó de esperanzas a muchos trabajadores españoles en un momento de intensa conflictividad, pero la idea de formar un partido comunista no surgió de abajo. Fueron dos emisarios de Lenin, encargados de vender joyas de la aristocracia rusa e instalados en el hotel Palace, quienes iniciaron en el Ateneo de Madrid los contactos con jóvenes socialistas para formar un partido comunista. Nació el Partido Comunista Español, de 15 de abril de 1920, con el cual se fundieron, por decisión de la Internacional Comunista, los procomunistas escindidos del PSOE. El 14 de noviembre de 1921 se unificaron en el Partido Comunista de España. Sus 6.000 afiliados irían abandonándolo durante la década siguiente. “En España no tenemos un partido”, constató en 1929 un observador de la Internacional. El 14 de abril de 1931, el PCE era tan irrelevante como el camión desde el cual sus militantes gritaban en Madrid: “¡Vivan los soviets!”. Moscú obliga.

La debilidad del comunismo español se vio compensada en los años treinta por el enorme prestigio alcanzado en la construcción del comunismo en la URSS. Las películas de Eisenstein, las revistas ilustradas, las retransmisiones por radio contando las virtudes del koljós (granjas colectivas), los relatos de viajeros alimentados con caviar difundieron la impresión de que nacía un nuevo mundo, única alternativa además al nazismo. Rafael Alberti fue el símbolo en España de esa fascinación ante la Rusia soviética, que alcanza a muchos intelectuales de raigambre liberal en toda Europa, García Lorca incluido. Sin olvidar a sectores del socialismo (Largo Caballero) y particularmente de las Juventudes Socialistas, con Santiago Carrillo, que toman la senda de la bolchevización desde 1933.

Es entonces cuando realmente nace el PCE, y no porque su verdadero jefe, Victorio Codovilla, delegado de la Internacional entre 1932 y 1937, aporte más que dinamismo y sentido autoritario. José Díaz, y no Pasionaria, fue su primer colaborador y solo eso. Ambos dieron prueba, sin embargo, en 1934 de su sensibilidad ante tácticas disparatadas de frente único, pero nunca decidieron, en contra de la versión oficial. Entre tanto, Stalin definía ante Dimitrov, pronto al frente de la Internacional, su revalorización de la democracia, teniendo en cuenta su atracción sobre los trabajadores. Vía libre a los frentes populares.

Los dirigentes de las juventudes socialistas y los comunistas, forjados en ese periodo 1933-1936, basaron en lo sucesivo su estrategia en esa conjugación de democracia y estalinismo. Nada que ver con la dinámica propia, aunque dependiente de Stalin, del Partido Comunista Italiano. Lo precisará Carrillo en los ochenta: su eurocomunismo no procedía de Gramsci ni Togliatti, sino de Stalin. Era el partido comunista de siempre actuando en democracia.

Por decisión de la Internacional, de la siembra de soviets el PCE se convierte en el defensor de la democracia republicana, antesala de una “democracia de nuevo tipo”. De 1936 a 1939 será quien encabece la resistencia frente al golpe militar, con Dimitrov y Togliatti (Ercoli) como guías, Pasionaria de símbolo activo y a su lado hombres como José Díaz al frente de una gran movilización, a la cual Moscú aportó las Brigadas Internacionales. El precio fue quedar como “el partido de la guerra”.

La otra cara de la moneda consistió en la adopción de la fórmula estalinista de aniquilamiento del adversario, desde la Quinta Columna al satanizado trotskismo. La matanza de Paracuellos nos recuerda que, si bien Franco dirigió un genocidio, sectores del comunismo, anarquismo y socialismo practicaron crímenes que se deben incluir en la memoria histórica. Actitud punitiva que en el PCE de posguerra castigó tanto confesiones a la policía de Franco como disidencias. Según me contó Amaro Rosal, dirigente histórico de la UGT, fue inequívoca la respuesta del líder comunista a su viejo amigo Marino (Amaro), al censurar este en 1981 la inquina contra los “renovadores”: “…Y porque ahora no se puede con el revólver”.

¿Hacia un comunismo democrático?

De 1939 a 1963 (asesinato de Grimau), el “partido de la guerra” deviene “partido de las cárceles”, víctima además de ejecuciones masivas. Derrotadas las guerrillas, solo cabía mantener redes mínimas, para lo cual Jorge Semprún realizó una obra de arte desde su clandestinidad madrileña en 1953-1962. Paralelamente, bajo el liderazgo exterior de Pasionaria eran custodiados la fe en el comunismo, el culto de su personalidad y la vocación represiva estaliniana: “Una oveja sarnosa contagia al rebaño”, explicó Dolores. Semprún atraerá a intelectuales, organizando la protesta de universitarios de 1956, por encima de los orígenes republicanos o franquistas de los “alborotadores”. Fue el ensayo de la “reconciliación nacional” que constituye el eje de la política del PCE hasta la Transición y la Ley de Amnistía de 1977. Pasionaria la anuncia ya en abril, proclamando “el sentido de lo nuevo”, pero es Carrillo quien asume la dirección hasta 1982.

Cuenta también el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) en 1956, si bien la desestalinización interna se queda en el plano formal, según mostró el debate sobre la estrategia, que acaba más tarde con la expulsión por Carrillo de Fernando Claudín, su “otro yo”, y de Semprún. No así en el orden internacional, con la condena rotunda en 1968 de la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia. Luz verde a la democracia. Antes un cambio de legislación laboral, con los convenios colectivos, hizo posible el auge y la eficacia de Comisiones Obreras. El PCE asumió ser “el Partido”, capaz además al morir Franco de exhibir su responsabilidad controlando la protesta por el asesinato de los laboralistas de Atocha. Y de impulsar tanto el proceso constituyente como la dolorosa salvación de la economía por los Pactos de La Moncloa. Es el cénit del comunismo democrático en España, del “eurocomunismo”. Solo que el PSOE en las urnas le arrebató la hegemonía, mientras la crisis bloqueaba toda reforma económica y Carrillo, discípulo de Stalin, se mostraba incapaz de encauzar la conflictividad interna, haciendo que “el partido aparezca eurocomunista por fuera y lo contrario por dentro”. Marcelino Camacho dixit. Culminará la “cultura de la poda” de que habló Vázquez Montalbán.

La autodestrucción fue inevitable, limitándose el PCE a sobrevivir bajo la máscara de Izquierda Unida. Hubo una recuperación transitoria bajo Julio Anguita, hábil sembrador de expectativas al decaer el PSOE en los noventa, pero eludiendo la realidad (“las dos orillas”) e imponiendo una visión dualista, nueva clase contra clase, heredada luego por el fundador de Podemos y por el actual líder de IU, ambos fieles al legado de Lenin y de la Revolución de Octubre. Visión difícilmente compatible con la democracia. Toca ahora a Yolanda Díaz seguir o eludir ese “único camino”.

Antonio Elorza es historiador. Fue miembro del Comité Central del PC de Euskadi (1977-1982) y del grupo fundador de Izquierda Unida en 1986

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