¿Estamos en guerra?

Es evidente que a España no le llegan los ecos de las batallas que se libran en Ucrania, y mucho menos alarman las disposiciones preventivas que se están tomando en el ámbito de la defensa nacional, entre otras cosas porque parece que no existen, o al menos no trascienden al vulgo. Es completamente seguro que a nivel del Estado Mayor de la Defensa, a través de su Mando de Operaciones y Mandos asociados, se están preparando los planes adecuados, no solo para participar en el esfuerzo de 'apoyo indirecto', que se lleva a cabo para favorecer las operaciones ucranianas ante la invasión rusa, sino los de contingencia ante acontecimientos con menos probabilidad pero posibles, como podría ser la utilización del arma nuclear por parte de Rusia, y estimo que ya se puede identificar la amenaza de país, en lugar de la de presidente, después de las intervenciones de la Duma, de la anexión múltiple de territorios y de la aceptación pública de los mismos, aunque la oposición rusa brille por su ausencia en un país que ha se ha deslizado hacia la autocracia.

Lo que no es tan seguro, y no se aprecia, es que estemos preparados a nivel de las gentes ante estos posibles acontecimientos que nos parecen lejanos, cuando nos afectan tan directamente en lo económico y social y cuando somos objetivos, tanto por nuestra pertenencia, sobre todo a la OTAN, pero también a la UE, cuyo Tratado, artículo 47.2, es tan coactivo como el V del de Washington, pero también porque tenemos acuerdos con los Estados Unidos, desde hace décadas, refrendados con la presencia de fuerzas norteamericanas, derechos de uso de nuestras bases, navales y aéreas, y participación en el dispositivo antimisiles del aliado americano.

Si un primer miércoles de un mes cualquiera se pasea por París, a las doce del mediodía, se puede escuchar el sonido de las sirenas, que son también visibles y características en los tejados de esa hermosa ciudad, y acostumbran al ciudadano a ser sensible a las alertas, que anuncian una posible amenaza. Esto, que es anecdótico en relación con los modernos sistemas de información, con gran difusión entre la población, da idea de que existe una defensa civil que se preocupa de la incorporación de los recursos no militares a la defensa nacional de un país, aspecto que crea una verdadera seguridad nacional, no como un elemento más del organigrama del Estado, sino como un efecto que asegura la protección de la sociedad y por lo tanto del país.

Pero el problema subsiste cuando en las leyes especializadas en seguridad nacional, en defensa nacional, etcétera, no se describen claramente cuáles son las amenazas actuales, quién es el enemigo y a qué tienen realmente que enfrentarse los responsables de la defensa nacional –tan evidenciados por la realidad–, y no se hace por mantener un perfil político aceptable dentro de una deseable corrección, ausente de firmeza, normalmente.

Tampoco se deciden, en España, los dispositivos previstos para la reactivación de la sociedad para estos casos descritos, y menos para su movilización, palabra temida por los políticos como ninguna otra, pues se la relaciona únicamente con su componente militar, cuando significa muchas cosas más; además en España se han suprimido las estructuras que en el pasado conformaban la ley, hoy obsoleta por ser preconstitucional, aunque ha habido otras que se han mantenido por su eficacia, a pesar de este matiz político. Pero movilizar, o tener preparada una movilización, es «disponer de un conjunto de previsiones y acciones que garantizan la adaptación ordenada, rápida y segura de los recursos de la nación, cualquiera que sea su naturaleza a las necesidades de la seguridad nacional o a las planteadas por circunstancias excepcionales, cuando estas no puedan afrontarse con medidas contenidas en otras disposiciones legales». No se trata más que de prever la «puesta en marcha» de la sociedad cuando sea necesario.

¿Estamos en guerra? No es fácil responder con certeza, pero Europa, sujeto paciente de las últimas controversias mundiales, se encuentra en un momento donde impera la desconfianza. Todas las medidas y tratados que aseguraban este aspecto han sido conculcados; el INF, que regulaba la proliferación de misiles de alcance intermedio, que tanto afectaba a los europeos, ha sido denunciado, retirándose los firmantes, Rusia y Estados Unidos; el ABM, que impedía la de los sistemas de misiles antimisiles, fue revocado unilateralmente por Estados Unidos; el de Cielos Abiertos, por ambos; el FACE, sobre el control de las Fuerzas Armadas convencionales en Europa, no se aplica desde hace años; el Star III, de reducción de armas nucleares estratégicas por Rusia y Estados Unidos, ha sido renovado, sin avances sobre el anterior de 2011, hasta 2026.

Si esto sucede en lo que se refiere a las medidas de confianza que suponen los tratados sobre armamento nuclear y fuerzas, la desconfianza que proyectan las instituciones internacionales encargadas de reforzar la paz y la seguridad en el mundo es importante. A la inactividad efectiva de la ONU, 'petrificada' por el derecho de veto de la potencia agresora, Rusia, y de su contrafuerte geopolítico, China, miembros del Consejo de Seguridad, se añade el 'parón de efectividad' de la OSCE, antes muy activa para acontecimientos de menor envergadura y 'muy preferida' por Rusia para debatir los diferendos políticos en Europa. Además, la diplomacia bilateral, enfrentada por asuntos irresolubles y por posiciones cada vez más enfrentadas, también brilla por su ausencia.

Estados Unidos, alejado recientemente del escenario europeo, está decidido a hacer frente a Rusia a través de su apoyo incondicional a Ucrania, antes de 'ocuparse' de su principal objetivo para este siglo, China, y dada la marcha de las operaciones en el frente es difícil que, tampoco esta vez, abandone su apoyo, que difícilmente puede acabar en un enfrentamiento nuclear general, dada la disuasión imperante entre las dos potencias. Por supuesto que el 'pez rémora' que acompaña a los americanos en esta empresa es el Reino Unido.

Rusia no era tan fuerte militarmente, algo que se demuestra día a día, y no tanto por la cantidad de sus medios, sino por la calidad de los mismos, por las deficiencias tecnológicas que presenta, aspecto donde Occidente en general y Estados Unidos en particular tienen una cierta ventaja, y más ahora, por el efecto de las sanciones sobre los repuestos de alta tecnología. Además, toda potencia invasora tiene enfrente a los medios, su relato no termina de ser verosímil y, aunque se apoye en algún punto más fuerte, solo le queda su superioridad nuclear relativa, y no lo olvidemos, su enorme parque de agresivos químicos.

La disuasión nuclear, como escudo que impide la guerra, solo funciona entre potencias nucleares. Las armas nucleares, u otras de destrucción masiva, pueden ser empleadas contra objetivos limitados –MacArthur lo propuso en la guerra de Corea–, y más ahora, en su modalidad táctico-neutrónica, pero también puede ser empleada como efecto político demostrativo, inicialmente, de una voluntad de escalar el conflicto. En esta condiciones, ¿estamos en guerra?

Ricardo Martínez Isidoro es general de División (R) y exdirector de la Escuela de Guerra del Ejército de Tierra.

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