Estamos frente a una pandemia: debemos atacar al virus, no a las personas vulnerables

El personal médico del hospital de la Cruz Roja de Lyon, en Francia, vigila a un paciente de covid-19.JEFF PACHOUD / AFP
El personal médico del hospital de la Cruz Roja de Lyon, en Francia, vigila a un paciente de covid-19.JEFF PACHOUD / AFP

En un momento en que la lucha por contener la covid-19 prosigue en todo el mundo y en que crece el agotamiento causado por la pandemia, se oyen voces que abogan por procurar la denominada “inmunidad colectiva”, argumentando que esta se puede conseguir gracias a una “protección selectiva”. Esta estrategia implicaría reabrir por completo nuestras sociedades y blindar a las personas mayores y a las que presentan otras enfermedades, con el fin de conseguir dicha inmunidad colectiva en el transcurso de los próximos seis meses, a la espera de una vacuna.

Esto podría parecer muy sencillo, pero los hechos demuestran lo contrario.

En primer lugar, la inmunidad colectiva se puede lograr administrando una vacuna para proteger a las personas de un virus, no exponiéndolas a él. Por ejemplo, para conseguir la inmunidad colectiva contra el sarampión se necesita vacunar a cerca del 95% de las personas, quienes, una vez inmunizadas, actúan como escudo protector para prevenir la circulación del virus y la infección del 5% restante de la población que no ha sido vacunada.

En segundo lugar, nuestros niveles de inmunidad están todavía muy lejos de los necesarios para evitar la transmisión de la covid-19. Los datos de los estudios seroepidemiológicos indican que menos del 10% de la población mundial ha presentado signos de infección. Es decir, la vasta mayoría de las personas todavía son vulnerables al virus SARS-CoV-2. De acuerdo con los cálculos, para alcanzar la inmunidad colectiva contra este virus mientras no se disponga de una vacuna tendría que infectarse entre el 60% y el 70% de la población mundial (más de 5.000 millones de personas), lo cual puede tardar años en suceder. Además, como ya ha ocurrido con otros coronavirus, no puede descartarse que se produzcan reinfecciones; de hecho, es algo que ya ha sucedido. Es decir, es posible que la población esté repetidamente expuesta a presentar la enfermedad.

En tercer lugar, si permitimos que el virus se propague sin control entre la población, las consecuencias para las sociedades y los sistemas de salud serán devastadoras. El número de personas que enfermaría gravemente y fallecería sería inmenso, los hospitales se saturarían debido a la afluencia de pacientes —sobre todo ahora que, en el hemisferio norte, empieza la temporada de gripe— y el abrumador número de personas que precisarían atención sanitaria ocasionaría enormes estragos en las comunidades.

Si permitimos que el virus se propague sin control entre la población, las consecuencias para las sociedades y los sistemas de salud serán devastadoras

Por otro lado, desconocemos cuánta gente sufrirá los efectos debilitantes del síndrome post covid-19 (es decir, la forma crónica de la enfermedad), y durante cuánto tiempo. Muchas personas refieren haber sufrido cansancio, dolor de cabeza, obnubilación y dificultades para respirar de forma persistente y durante meses. Asimismo, no podemos olvidar que se han notificado otros síntomas graves de la covid-19, como limitaciones físicas y cognitivas, trastornos psiquiátricos y afectación de los pulmones, el corazón y el cerebro.

En cuarto lugar, es un error pensar que este virus solo afecta gravemente a las personas mayores y a las que presentan enfermedades. Los datos obtenidos en las investigaciones indican que la mortalidad aumenta de forma marcada con la edad, pero, también, que muchos jóvenes sin enfermedades subyacentes se han enfermado de gravedad y han fallecido. Por ejemplo, en el momento de máxima intensidad del brote registrado en Italia, el 15% de los pacientes ingresados en cuidados intensivos tenían menos de 50 años.

Por último, me pregunto cómo podría aplicarse en la práctica la supuesta protección selectiva. En la actualidad, se recomienda a los Gobiernos que protejan a los grupos de mayor riesgo, como parte de una serie de medidas de salud pública cuya eficacia depende de que se apliquen simultáneamente. Seleccionar una sola intervención, sin tener en cuenta las características de la transmisión local, sería una decisión irresponsable, ineficaz y letal.

Como ha afirmado el Director General de la OMS, no se trata de elegir entre dejar que el virus circule libremente y paralizar nuestras sociedades. Este virus se transmite principalmente entre personas que tienen contacto cercano y ocasiona brotes controlables mediante la aplicación de medidas específicas. En vez de malgastar unos recursos inestimables imponiendo medidas discriminatorias para los grupos de mayor riesgo, nos deberíamos centrar en luchar contra el virus.

Si las pruebas de detección y el rastreo de los contactos se llevan a cabo con rigor, podemos saber con bastante precisión por dónde circula el virus y atajarlo con medidas de salud pública, como el aislamiento de los casos y la cuarentena de los contactos. Se trata de medidas probadas que todos conocemos y cuya eficacia ya se ha demostrado.

Si se adaptan las intervenciones al contexto local y se dirigen a los grupos de casos, no es necesario confinar a todo un país sin tener en cuenta las variaciones en la transmisión dentro de la comunidad. Asimismo, podemos reducir la morbimortalidad de la covid-19 informando a la población sobre el modo en que pueden protegerse a sí mismos y a sus seres queridos. Hemos comprobado que esta estrategia funciona en muchos países.

Si se adaptan las intervenciones al contexto local y se dirigen a los grupos de casos, no es necesario confinar a todo un país

Es una labor ardua, pero ahora contamos con nuevas herramientas que son más eficaces que las disponibles hace nueve meses. Por ejemplo, muchos países han formado y equipado mejor a los profesionales de la salud, y contamos con mejores tratamientos y medios de diagnóstico y con aplicaciones digitales que nos ayudan a informar a los pacientes y a encontrar a los contactos de los casos.

En todo el mundo, los Gobiernos deben actuar de forma decidida para poner fin a la transmisión, reducir la mortalidad y empoderar a sus ciudadanos para que actúen a fin de protegerse a sí mismos. Las autoridades de salud pública deben dialogar con las comunidades a las que sirven para conocer los obstáculos y las limitaciones que enfrentan y para tratar de solventarlos. Los Gobiernos deben apuntalar sus sistemas de salud para que satisfagan todas las necesidades sanitarias e invertir en el desarrollo de herramientas de diagnóstico, tratamientos y vacunas que nos ayuden a poner fin a esta pandemia.

En la actualidad hay más de 200 vacunas candidatas, varias de las cuales se encuentran en las etapas finales de los ensayos clínicos. Es posible que, el año próximo, dispongamos de un suministro limitado de una vacuna eficaz contra el CoV2-SARS. En ese momento podremos plantearnos si es seguro y realista hacer un esfuerzo para conseguir la inmunidad colectiva.

Por el momento, debemos ser más inteligentes que el virus para entender cómo y dónde se propaga y para cerrarle todas las puertas.

Soumya Swaminathan es doctora y científica jefa de la Organización Mundial de la Salud

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