¿Estamos preparados para hacer frente al bioterrorismo?

Por A. Trilla, médico epidemiólogo. Director de la unidad de evaluación, apoyo y prevención del hospital Clínic. Profesor asociado de Salud Pública de la Universitat de Barcelona (LA VANGUARDIA, 23/03/03):

Es corta la lista de agentes biológicos capaces de ser empleados en un ataque, militar o terrorista. La OTAN incluye en su lista de armas biológicas 39 organismos distintos (bacterias, virus, rickettsias y toxinas). De los siete países que Estados Unidos cita como patrocinadores del terrorismo internacional, se sospecha que cinco tienen capacidad real de fabricar armas biológicas.
En 1969, Nixon anunció que Estados Unidos renunciaba al empleo de armas químicas y biológicas y se disponía a destruir las reservas existentes en territorio norteamericano. Según Nixon, “la guerra de gérmenes puede tener consecuencias masivas, impredecibles y potencialmente incontrolables. Puede causar epidemias globales y afectar profundamente la salud de las generaciones futuras”. Estados Unidos había experimentado con armas biológicas desde 1964 hasta 1969. Los resultados de estas pruebas indicaban que las biológicas eran armas estratégicas baratas y capaces de destruir un ejército, una ciudad o una nación.

En 1973, la URSS, firmante y garante del tratado de armas biológicas (BWC), estableció un programa de investigación y producción biológica denominado Biopreparat. El objetivo era la creación y producción de armas biológicas utilizando técnicas científicas avanzadas. En 1989, un director científico de Biopreparat desertó al Reino Unido e informó de que la URSS había fabricado una gran variedad de armas biológicas, entre las que se incluía una cantidad indeterminada de virus de la viruela. En 1992, Rusia confirmó que el programa Biopreparat quedaba suspendido. En dicho año, el número de empleados del Instituto de Koltsovo, uno de los más importantes del Biopreparat, era de 4.000. En 1997, la plantilla de Koltsovo se redujo a 2.000 empleados, muchos de ellos científicos o técnicos de alta cualificación, de los que, en algunos casos, se ignora el paradero actual.

En 1991, durante la guerra del Golfo, analistas militares consideraron que Iraq había estado próximo al empleo de armas biológicas contra Kuwait y la coalición aliada. Iraq había firmado el BWC en 1972. Sin embargo, en conversaciones posteriores con inspectores de la ONU, altos cargos de la Administración iraquí indicaron desconocer si su país había firmado o no el BWC, pero que este hecho no era importante para ellos. Una mayoría de los soldados norteamericanos desplazados a Iraq en la operación Tormenta del Desierto recibieron una dosis de vacuna contra el carbunco y antibióticos profilácticos. Al acabar la guerra del Golfo, inspectores de la ONU identificaron y clausuraron instalaciones iraquíes destinadas a la producción de armas químicas y biológicas, entre ellas una planta denominada Al Hakam que, según los oficiales iraquíes, se destinaba a fabricar “pesticidas naturales para eliminar insectos”. En 1995, Iraq reconoció que Al Hakam era una fábrica de armas biológicas. En 1996, tras un año entero de papeleo y negociación diplomática, durante el cual la planta se mantuvo activa, la ONU destruyó Al Hakam. Iraq admitió también que otra planta de “vacunas para animales”, denominada Al Manal, había sido convertida en una fábrica de armas biológicas y había producido más de 80.000 litros de toxina botulínica, cantidad suficiente para matar a toda la población del planeta y, en términos prácticos, más que suficiente para arrasar Kuwait. Gran parte de la tecnología de Al Manal procedía de compañías europeas, aunque resulta imposible determinar qué grado de conocimiento poseían éstas sobre la finalidad real de Al Manal. La ONU procedió a destruir las instalaciones, aunque no pudo encontrar un solo milímetro cúbico de los 80.000 litros de toxina botulínica presuntamente producida.

Una de las consecuencias de los ataques terroristas con esporas de “B. anthracis” (el agente causante del carbunco o ántrax) en el año 2001 en Estados Unidos, fue la toma brusca de conciencia de la sociedad, en los países de la UE, de que las armas biológicas existen realmente y pueden emplearse con fines terroristas contra la población. La atención informativa que merecieron estos ataques fue notable.

Estados Unidos era consciente de la amenaza de sufrir un ataque con armas biológicas. Su Gobierno había destinado una importante cantidad de fondos a preparar planes de emergencia, aunque con resultados discretos. Con la perspectiva del tiempo transcurrido, podemos concluir que los esfuerzos y dispositivos preventivos fueron relativamente ineficaces. Una vez identificados los ataques con cartas contaminadas por esporas de “B. anthracis”, la situación se descontroló de forma notable. Probablemente, éste era el objetivo final de los terroristas, fuesen extranjeros o nacionales. Introducir esporas de “B. anthracis” en un sobre es un método muy poco eficaz e inseguro de producir carbunco a los receptores de las cartas: se registraron 22 casos de carbunco, con cuatro muertes relacionadas. Ambas cifras muestran que, en términos absolutos y relativos, los ataques fueron poco trascendentes.

Existe, sin embargo, otra cara del problema: en este mismo periodo, las autoridades de Estados Unidos recibieron más de 10.000 amenazas de ataques biológicos, más de 300 oficinas de correos y otros edificios de la Administración tuvieron que ser investigados y analizados para descartar la presencia de esporas, y más de 32.000 ciudadanos recibieron profilaxis con antibióticos al haber estado potencialmente expuestos. Los Centers for Disease Control and Prevention, la agencia principal de salud pública de EE.UU., recibieron más de 14.000 consultas referidas a posibles ataques con “B. anthracis”.

En España, tras el periodo de crisis provocado por las primera noticias, y tras una fase de exposición masiva de la población a reportajes sobre el carbunco y el bioterrorismo en general, la situación recuperó la normalidad, es decir, alcanzó mucha menos trascendencia pública. Los organismos públicos y la administración elaboraron una serie de recomendaciones y protocolos a seguir en caso de sospechar la existencia de una enfermedad transmisible potencialmente inducida con intención criminal (bioterrorismo). En una reunión realizada recientemente en Barcelona, patrocinada por la Fundación Vila Casas, diversos expertos y técnicos analizaron, junto a periodistas españoles, la situación derivada de las noticias sobre el posible uso de armas biológicas. Se hizo patente la necesidad de mejorar la preparación, coordinación y colaboración entre las distintas administraciones, a la vez que se destacó el importante papel de la información responsable, alejada del sensacionalismo. Exagerar la amenaza o los posibles efectos del bioterrorismo aumentaría el pánico de la población general, aunque el número potencial de afectados fuese escaso. Como afirma el presidente actual de la Sociedad Americana de Microbiología, “la mejor defensa frente al bioterrorismo, o frente a cualquier otra enfermedad infecciosa, es la información”.

Existen todavía notables oportunidades para mejorar nuestros sistemas de prevención: los profesionales sanitarios deben recibir información adecuada y puntual sobre la conducta que seguir ante un posible caso de bioterrorismo, cómo reconocerlo y confirmarlo rápidamente y cómo actuar sin indecisión; los sistemas de salud pública y vigilancia epidemiológica deben estar dotados y preparados para responder en todo momento a las necesidades reales de los profesionales y establecimientos sanitarios; los hospitales deben recibir recursos suficientes para desarrollar y aplicar planes de emergencia y responder adecuadamente ante aumentos inusuales en la demanda de asistencia por parte de la población. Una ventaja incontestable de estas medidas preventivas es que son de uso dual: aunque no se materialice nunca un ataque bioterrorista, el sistema sanitario estará mejor preparado para responder adecuadamente ante una epidemia de cualquier enfermedad transmisible natural.

Uno de los objetivos de los terroristas es hacer que sintamos inseguridad y miedo. La mejor medida contra el terror es la confianza. Los profesionales sanitarios y los responsables políticos han de poder, y saber, transmitir esta confianza, que debe basarse en un excelente sistema de prevención y salud pública, bien dotado, coordinado y con capacidad de respuesta real frente a situaciones diversas. Si no, seguiremos siendo vulnerables y alguien, intencionada o inintencionadamente, más pronto o más tarde, aprovechará nuestra vulnerabilidad.

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