¿Estás realmente deprimido por la cuarentena o solo estás aburrido?

¿Estás realmente deprimido por la cuarentena o solo estás aburrido?

Últimamente, se ha hablado mucho acerca de cómo la pandemia del coronavirus ha desatado una epidemia de salud mental de depresiones y ansiedades.

Es cierto que la pandemia ha amplificado nuestros niveles de estrés. En efecto, se han realizado algunas encuestas muy publicitadas que demuestran que se han incrementado los niveles de trastornos psicológicos generales. Sin embargo, me preocupa que denominar esto como una oleada clínicamente significativa de depresión o ansiedad pudiera ser prematuro. ¿Y si en realidad solo estamos demasiado aburridos?

Muchos de mis pacientes que han batallado con depresión y ansiedad no han experimentado (sorpresivamente) ataques de sus enfermedades psiquiátricas en el transcurso de los últimos meses. No obstante, sí han manifestado sentirse frustrados y aburridos. Muchos amigos y colegas también afirman que la vida ha asumido una sofocante cualidad de invariabilidad.

La verdad es que aún no sabemos si lo que estamos viendo en estas encuestas aflorará en una epidemia plena de salud mental. Las encuestas son, después de todo, capturas instantáneas de cómo nos sentimos durante un periodo relativamente breve. Sus resultados necesitan ser corroborados por estudios de seguimiento.

No cabe duda de que muy poco de lo que estamos experimentando en la actualidad es placentero. Pero vale la pena recordar que el aburrimiento es un estado emocional normal que no deberíamos confundir con enfermedades graves como la depresión. Sin embargo, eso no significa que no debamos atenderlo.

La depresión clínica se caracteriza por el insomnio, la pérdida de autoestima, pensamientos y conductas suicidas y, sobre todo, una incapacidad de experimentar placer, entre otros síntomas. En el aburrimiento, la capacidad de sentir placer está completamente intacta, pero está frustrada por un obstáculo interno o externo, como vivir en cuarentena (el aburrimiento, además, tampoco produce ninguno de los otros síntomas de la depresión).

Aunque el aburrimiento no es depresión, la experiencia masiva del aburrimiento no es frívola. De hecho, el aburrimiento es una experiencia psicológica aversiva y casi universal que puede desembocar en problemas graves, lo cual lo hace merecedor de nuestra atención.

Si quisiéramos diseñar un experimento para fomentar el aburrimiento, no podríamos hacerlo mejor que con la pandemia. Encerrados en nuestras casas y apartamentos, hemos sido despojados de nuestras rutinas y estructuras diarias. Y sin distracciones, nos sentimos poco estimulados. Es este estado de deseo incansable de hacer algo —¡lo que sea!— sin tener una manera de lograr nuestro objetivo (si es que acaso sabemos cuál es) lo que conforma la esencia del aburrimiento.

Las personas son capaces de llegar a extremos notables con tal de escapar de estos sentimientos. Consideremos el siguiente experimento: los investigadores le pidieron a un grupo de personas que pasaran solo 15 minutos en una habitación y se les dio la instrucción de entretenerse con sus propios pensamientos. También se les dio la oportunidad de autoadministrarse un estímulo negativo en forma de una pequeña descarga eléctrica. Asombrosamente, al 67 por ciento de los hombres y el 25 por ciento de las mujeres les pareció tan desagradable estar solos con sus pensamientos, que prefirieron una estimulación negativa a no tener ninguna estimulación.

Esto sugiere que la introspección puede ser intrínsecamente desagradable y que le tenemos un pavor casi histérico al aburrimiento. ¿Sorprende entonces que estructuremos nuestras vidas con la finalidad de evitarlo?

Al parecer, esto no siempre fue así. El mismo concepto de aburrimiento parece ser una invención moderna. Como escribieron Luke Fernandez y Susan J. Matt recientemente en Salon, la palabra “aburrimiento” no entró al léxico en inglés sino hasta mediados del siglo XIX. Antes de eso, el tedio era parte normal de la vida. Fue solo con el auge de la cultura de consumo del siglo XX que a las personas les prometieron emoción casi permanente: el aburrimiento era la consecuencia inevitable de esas expectativas tan irreales.

Fernandez y Matt plantean que nuestra intolerancia moderna al aburrimiento podría incluso estar alimentando la propagación del coronavirus, a medida que los buscadores de novedades, hartos de la cuarentena, han empezado a enfilarse en bares, playas y parques de atracciones.

El hecho es que los humanos ansían —en diferentes grados— la estimulación, y una cuarentena nos impide, con eficacia, obtener mucho de eso. Aquellos que buscan más la novedad y las sensaciones, como los adolescentes, son en particular proclives al aburrimiento. También lo son las personas que consumen muchas drogas recreativas, porque están deambulando en un estado de baja estimulación en la que el mundo cotidiano se siente poco interesante.

Estar aburrido quizá se siente como algo insoportable, pero a diferencia de la depresión clínica, nunca dañará seriamente tus facultades ni te matará. Mientras que la depresión requiere de tratamiento, el aburrimiento es un estado normal. No necesita un tratamiento médico más de lo que la infelicidad diaria requiere un antidepresivo.

Sin embargo, podemos hacer algo al respecto. Quizás incluso podemos aprovecharnos de eso.

Sí, el aburrimiento es una señal de que estamos poco excitados, pero si pasamos el tiempo necesario con nuestros pensamientos y sentimientos incómodos, el aburrimiento puede proporcionarnos una oportunidad para reconsiderar si estamos invirtiendo el tiempo de nuestras vidas de manera gratificante y significativa para nosotros. ¿Qué cosas podríamos cambiar para lograr que la vida —y nosotros mismos— sea más interesante?

Mi intención no es sugerir que la pandemia no pueda causar un incremento de enfermedades mentales graves; eso es bastante factible. Solo estoy afirmando que es prematuro hacer ese juicio. Mientras tanto, no tratemos el estrés cotidiano con medicamentos. Y no le tengamos pavor al aburrimiento, más bien intentemos utilizarlo a nuestro favor.

Richard A. Friedman es profesor de psiquiatría clínica y director de la clínica de psicofarmacología en Weill Cornell Medical College. Es escritor colaborador de la sección de Opinión de The New York Times.

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