Este aparente escrache a Dios

Mi liberada:

Te he visto a ti y a tus amigas francamente apocadas ante el juicio a Rita Maestre, la hoy concejal y otrora joven gamberra, que el jueves fue juzgada por un presunto delito de ofensas a la religión. Aunque en realidad no habéis hecho nada más que seguir la senda del apocamiento que ha marcado la propia Maestre, que hace semanas pidió incluso confesarse con el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. Y que obtuvo no sólo la confesión sino también el ego te absolvo: el arzobispo le dijo que lo suyo había sido una cosa de críos y que se fuera en paz. Dos días antes del juicio la ya modosita Maestre filtró a los medios su encuentro con el arzobispo y su feliz resultado para influir en el ánimo de los que iban a juzgarle. Ni qué decir tiene que el arzobispo importa. Aunque la concejal puede ser condenada, la ofensa decae si el ofendido (¡o persona delegada!) exhibe su perdón. Supongo que habrás advertido la diferencia entre la actitud de la concejala y la de Pablo Iglesias. Una ha pedido perdón por su escrache a Dios mientras que el otro jamás pidió perdón por su escrache a Rosa Díez. Ya comprendo que se trata de divinidades distintas, pero ahí queda eso.

Este aparente escrache a DiosLa concejal ha sido juzgada por el título del Código Penal que protege los sentimientos religiosos, y en razón del agravante turbatio sacrorum, que no hará falta que te traduzca. La relación entre los sentimientos y el Código Penal español es interesante. No sólo están los sentimientos religiosos. También la ofensa a la bandera. E incluso a los animales. Esta última ofensa la introdujeron hace poco tus amigos políticos y ha provocado una situación pintoresca. España debe de ser el único lugar gravitacionalmente conocido donde se prohíbe hacer el amor con una vaca y se permite el espectáculo con la muerte de un toro. Una lógica catastrófica teniendo en cuenta que lo que se juzga no son las sensaciones de la vaca o del toro, imposibles de determinar con el actual grado de conocimiento sobre la conciencia, sino los sentimientos que experimentan los hombres ante el amor a la vaca o ante la muerte del toro.

El agravante sentimental no regiría si un grupo de islamistas (perdona que cambie de canal, pero tengo de la valentía un concepto distinto del de tu Ada Colau, ésa que llama valientes a sus poetisas de corte: quiero decir que a mí me gustan los toros y arrimarme, femoral, nada más) irrumpiera en una clase de la facultad de Biología y escrachara a Darwin, como más o menos le sucedió a la profesora Maryam Namazie en su facultad de Londres cuando hablaba de la religión musulmana en términos veraces.

Y, huelga decir, que tampoco el singular agravante rigió en el escrache del valentón Iglesias a Rosa Díez. Por el contrario sí regiría en la hipótesis de que podémicas irrumpieran en una mezquita española y escracharan a Mahoma. La cosmovisión religiosa goza de sobreprotección en la ley española. Viene de lejos. No en vano el artículo 12 de la Constitución de Cádiz, estandarte del liberalismo sentimental, pero qué vachaché, ya decía: «La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquier otra». La sobreprotección no es una exclusividad española: rige en otros países de impronta católica. Y es desconocida en las sociedades sujetas al derecho anglosajón.

La sobreprotección tiene consecuencias no meramente retóricas. Los escrachadores de Rosa Díez afrontaban un delito de coacciones contra el ejercicio de un derecho fundamental, que es el de la libertad ideológica. El mismo que afrontarían los religiosos que irrumpieran en un asamblea laica. Pero las máximas penas previstas para sus actos son la mitad de las que podrían imponerse a la concejal Maestre y a cualquiera que atentase contra los sentimientos religiosos.

De ahí que yo habría querido para la concejal y ex gamberra un juicio civil. Un juicio basado estrictamente en los hechos, que siempre son laicos. Como acostumbran con cíclico ritualismo, unas personas se reúnen en asamblea pública para intercambiar opiniones sobre el origen y finalidad del mundo y las consecuencias morales que se derivan de ello. Una asamblea pacífica y protegida por el ordenamiento jurídico. Lo que se entiende, en fin, por libertad de culto, que desde el estricto punto de vista civil es una variante de la libertad de expresión. De pronto irrumpe en el lugar una turba intimidadora que rompe la asamblea, insulta y veja a los participantes e impone abruptamente su cosmovisión (ovarios por rosarios) en el lugar donde se expresa otra diferente.

Yo quiero un tribunal que juzgue, que os juzgue, por esto. Un tribunal que distinga entre la libertad de expresión y la libertad de escrache. Y que entienda que la paralización violenta de una ceremonia, sea el rezo del Ángelus o sea la audición del himno en el Estadio no es un acto contra la religión ni contra el Estado sino un acto contra la libertad, que como tal debe castigarse.

Y, en consecuencia, habría querido que el caso de la concejal Maestre le hubiera servido al partido Podemos para plantear por vez primera una iniciativa política razonable e incluso una iniciativa política de izquierdas. Es decir, la petición de una reforma del Código Penal que acabara con la sobreprotección del sentimiento religioso, incompatible con un Estado aconfesional. Pero en vez de eso sólo se ha visto una concejal modosita y el estruendoso silencio podémico.

Es comprensible. No sólo porque el partido Podemos comparta tantas cosas decisivas con el Papa Francisco, empezando por el beato Laclau. Es que el principal interés de la colegiala es salvar la piel. La aceptación humillada, a golpes de torso, de la jurisdicción religiosa es una forma de trabajarse el perdón, correlacionada con la plena disposición del señor arzobispo. Por lo demás, si la concejala y sus podémicos hubieran desvirtuado la legitimidad del principio religioso sólo habrían hecho que revelar el auténtico objetivo de un escrache que, más allá de toda apariencia argumental, atentó contra el innegociable principio de la libertad.

Y sigue ciega tu camino...

Arcadi Espada

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