Este ejercicio de empatía puede ayudarte a entender mejor a los demás

Este ejercicio de empatía puede ayudarte a entender mejor a los demás

En los últimos años he recibido muchas llamadas telefónicas de pacientes en la policlínica donde superviso a los residentes de psiquiatría, que me piden cambiar de terapeuta. Un hombre gay de unos 30 años me dijo que aunque su nueva terapeuta parecía estar bien calificada, se sentiría más cómodo si otro hombre gay lo trataba. Una mujer mayor blanca con depresión, que había perdido recientemente a su esposo, dijo que no había forma de que su terapeuta residente de veintitantos años tuviera suficiente experiencia de vida como para entenderla.

“¿Qué puede saber él sobre la pérdida?”, preguntó. Debajo de su pregunta hay una más amplia: ¿Qué tan bien podemos entender a las personas cuyas experiencias de vida —o identidades— son enormemente diferentes a las nuestras?

Como terapeuta, he lidiado con este dilema por años. Soy experto en el tratamiento de la depresión severa resistente a tratamientos. ¿Que qué sé yo sobre la depresión? A nivel personal, nada. Nunca he estado clínicamente deprimido y soy un optimista alegre sin remedio.

Pero mi falta de experiencia compartida nunca me ha impedido vincularme o ayudar a mis pacientes. Eso se debe a que no necesito experimentar pensamientos o sentimientos suicidas para reconocer cuán perturbadores y peligrosos son para mis pacientes. La formación psiquiátrica enseña que la empatía —la capacidad de imaginar lo que pasa en la mente de los demás— es fundamental para ser un terapeuta eficaz. La empatía es en realidad la teoría de la mente en acción: nos permite comprender a las personas cuyas experiencias de vida son muy diferentes a las nuestras, es decir, probablemente la mayoría de nuestros pacientes y de las personas en el mundo.

Este es un ejercicio que podría ayudarte a potenciar tu empatía: escucha con atención a alguien con quien quieras comunicarte mejor y elige algo que haya dicho o hecho que no te guste o con lo que no estés de acuerdo. Ahora imagina al menos dos razones por las que esa persona podría haber dicho o hecho eso. Luego, pídele a la persona que te cuente su experiencia, y no reacciones de forma emocional a lo que diga. Esto se trata de que abras tu mente a la de la otra persona y aprendas todo lo que puedas. Obtén los datos y resérvate lo que piensas y sientes para más adelante. Ahora, ¿puedes imaginar por qué esta persona piensa o se comporta de la manera en que lo hace?

Esta estrategia —enfocarse intencionalmente y evitar una reacción emocional— puede ser mucho más efectiva para abrir una línea de comunicación que decirle a alguien que está equivocado (o que está desinformado o que es un ignorante). Del mismo modo que los psiquiatras no necesitan haber tenido experiencias personales similares para ser capaces de ayudar a sus pacientes, muchos de nosotros podríamos entender mejor a los demás, incluidos a quienes tengan otros entornos, si nos esforzamos un poco en ello.

Por supuesto, existen límites para la empatía y para lo que podemos esperar unos de otros. Algunas experiencias de vida, como traumas violentos, pueden hacer que sea comprensiblemente difícil abrir la mente a otras que son diferentes, y, por supuesto, nuestra intención no es volver a traumatizar a una víctima por insistirle en que lo haga. Sin embargo, hay muchas situaciones en las que las personas harían bien en considerar los beneficios potenciales de conectar con alguien fuera de su grupo en particular.

Vale la pena reflexionar sobre esto no solo para obtener unas vacaciones potencialmente más tranquilas, sino quizás también para ayudar a reconciliar algunas de nuestras diferencias más amplias. Piensa en lo que sucede cuando un paciente blanco trabaja con un terapeuta de color, o viceversa. En ese caso, el paciente y el terapeuta abren sus mentes a alguien cuya experiencia de vida es evidentemente diferente. Cuando colaboramos con personas de diferentes orígenes sociales y raciales, no solo nos encontramos con la mente de los demás, sino que también podemos descubrir intereses compartidos. Fomenta la capacidad de conectar con personas que son diferentes.

La empatía ofrece una salida a nuestros conflictos aparentemente incurables; piensa, por ejemplo, en ese amigo que se niega a vacunarse contra el COVID-19. A diferencia de la compasión, que es sentir lástima o pena por la desgracia de otro, la empatía no requiere una respuesta emocional. Tampoco significa que tienes que estar de acuerdo con (o incluso que te tenga que agradar) la persona con la que intentas comunicarte. Solo tienes que ser lo suficientemente abierto y curioso para obtener una idea de lo que sucede en la mente de otra persona. Ten en cuenta que incluso se puede abusar de la empatía: algunas personas pueden usar la empatía para explotar los agravios o convertir la ira de otros en un arma.

Al final, la paciente anciana deprimida decidió darle una oportunidad a su joven terapeuta residente y terminó encariñándose mucho con él. Lo que al parecer cambió la situación fue que el terapeuta —sin que yo se lo comentara— le dijo a la señora mayor que podía sentir su preocupación de que su experiencia personal de vida fuera un obstáculo y no pudiera ayudarla. Ella, a su vez, probablemente concluyó que si el terapeuta había percibido su preocupación, quizás había otras cosas sobre ella que iba a poder comprender.

La empatía no es fácil, y tratar de ser empático no le funcionará a todos. Pero la mayoría de nosotros somos susceptibles a la atracción de la empatía porque preferimos que nos entiendan a que seamos demonizados o despreciados. No propongo un festival de amor, sino solo un poco de teoría de la mente y la tolerancia.

Richard A. Friedman es profesor de psiquiatría clínica y director de la clínica de psicofarmacología del Weill Cornell Medical College.

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