¿Este perrito está feliz de verdad?

¿Este perrito está feliz de verdad?
Jaromir Chalabala/EyeEm, vía Getty Images

¿Cómo es ser perro?

He estado buscando la respuesta a esa misteriosa pregunta a través de la ciencia. Soy investigadora de la conducta y la cognición canina: estudio la manera en que los perros perciben el mundo y cómo interactúan entre ellos y con las personas.

Incluso cuando me separo de mis sujetos de estudio, la pregunta sigue en mi mente. Y es que, adondequiera que mire, me encuentro cara a cara con los perros.

Perros en películas, GIF y memes: siempre están presentes en las publicaciones de Twitter y Facebook. El Supertazón tiene una versión con cachorros: su aparición en los anuncios vende de todo, desde papel de baño hasta tacos. Extrañamente, la omnipresencia de mi sujeto favorito me causa malhumor, no me fascina. ¿Por qué no puedo soportar ver una foto más de un “perro gracioso”?

La razón es que estos perros solo son emoticonos peludos: representaciones de sentimientos y emociones. Cada una de ellas reduce a esa compleja e impresionante criatura a un objeto de nuestra imaginación más banal. Como la filósofa Lori Gruen ha señalado: ser visto como algo distinto a lo que uno es, o ser objeto de risa, le roba a uno la dignidad. Que se les trate así quizá no sea mortificante para el perro (de hecho, esa es una pregunta legítima: la de si los perros pueden sentirse mortificados; yo sigo sin estar convencida), pero es degradante para la especie.

A pesar de la ubicuidad de los perros en nuestra cultura, hay mucho que no sabemos sobre ellos. Mi campo está en pañales. Sabemos que, de entre los animales, ellos están singularmente atentos a la mirada humana, pero su sobrenatural sensibilidad a nuestras emociones y comportamiento desafía una explicación fácil. Aunque estamos descubriendo la historia de su domesticación, aún sabemos poco sobre cómo experimentan el mundo a través del olfato, su sentido principal.

Suelo ver cada una de las películas que tienen a los perros como personajes con el optimismo de que una representación ficticia bien pensada pueda proporcionarnos un vistazo a cómo son esos animales en realidad, siempre espero que sus creadores hayan visto algo del mundo canino que los científicos no hemos percibido. La nueva cinta animada Isla de perros, producto de la sensibilidad fantasiosa de Wes Anderson, parecía prometedora. Fui a verla con grandes esperanzas, pero al salir del cine me sentía molesta.

Isla de perros es una película maravillosa y la animación cuadro por cuadro es muy muy buena, pero los perros son lo peor. Aunque están hermosamente retratados en un estilo peludo, sus personajes son profundamente humanos, con voces humanas y preocupaciones humanas. Son cuadrúpedos con etiquetas perrunas: no son perros.

Ese es el meollo del asunto: casi nunca se permite que los perros sean perros. En la película, se presentan como sustitutos de humanos tiernos y peludos. Esta antropomorfización va desde simplemente asignarle emociones y deseos humanos a los perros (vean a Lassie o Benji) al inexplicable género de perros que sobresalen en deportes humanos profesionales (Air Bud y Soccer Dog).

En el mundo digital, los perros sufren incluso peores representaciones. En imágenes típicas los perros adoptan poses muy humanas, como hablar por teléfono, sentarse a la mesa o usar audífonos, y se visten con atuendos humanos: anteojos, traje y corbata tamaño perruno e incluso pantimedias.

A pesar de la incomodidad que eso seguramente implica, estas imágenes se consideran hilarantes. Otras veces la expresión de un perro se representa erróneamente como si fuera humana, como la de un perro “sonriente” (en realidad esa expresión indica que la criatura está asustada o preocupada) utilizada para expresar deleite.

Es justo decir que los creadores de memes y películas no están tratando de hacer cine realista sobre los perros. Entiendo que las imágenes son desenfadadas: se trata de escapismo, no de ciencia. Sin embargo, creo que debería ser posible hacer películas e imágenes que respeten a los perros como perros.

Una película así seguro que no incluiría a perros que hablen en lenguaje humano ni tampoco perros motivados por deseos humanos. Seguiría su ritmo cardiaco y su nariz, y mediría el mundo visto a una altura de 60 centímetros (más o menos) del piso.

Requesting boop on nose pls. pic.twitter.com/ymYTfaKmFQ

— Cute Emergency (@CuteEmergency) March 22, 2018

Al respecto encuentro algunos motivos para ser optimista en cierta vertiente de los GIF o videos cortos sobre perros que, en lugar de presentarlos como los humanos peludos que nos gustaría que fueran, muestran el comportamiento canino como ocurre naturalmente.

Perros que retozan en la nieve, que brincan anticipando una caminata, que olfatean, lamen o se menean emocionados.

El placer de esos videos radica en la expresión exuberante del perro: quizá con reminiscencias de los brotes de emoción que sentíamos de niños. Muy pocas veces giramos alocadamente con una alegría retozadora cuando vemos a un ser amado. Así que podemos encontrar un gozo indirecto en la desinhibida actitud del perro.

Cuando veo a estos perros también siento lo ajeno del mundo visto desde sus ojos (o, más exactamente, su nariz). No son cuadrúpedos parlantes que quieren encontrar una pareja, conseguir un buen trabajo ni establecerse. Sus motivaciones no son claras; lo que huelen es incierto. Parece, en ese momento, muy sorprendente que compartamos una casa (y, en la mía, un sofá).

¿No creen que las historias o fotos más arrebatadoras para compartir serían las que en verdad traten de considerar al perro como un “otro” —imaginando el punto de vista de alguien o algo fundamentalmente extraño a nosotros— en lugar de simplemente trasplantarles nuestra historia? Si en verdad estamos tan poco dispuestos a imaginar la perspectiva de otro ser o somos tan incapaces de hacerlo, lo único que podremos ver en la vida será a nosotros mismos. Para eso, no necesitamos alejarnos de un espejo.

Alexandra Horowitz dirige el Laboratorio de Cognición Canina Horowitz en Barnard y es autora de Being a Dog: Following the Dog Into a World of Smell.

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