Estrategia de demolición

Las estructuras de poder político, económico y mediático organizadas en torno al aparato del Estado, en perfecta sintonía con el Gobierno del PP de Mariano Rajoy y de la fundación FAES de José María Aznar, ya han decidido: no habrá acuerdo, no habrá diálogo y no habrá concesiones; no negociarán ni siquiera una gestión razonable del desacuerdo. De manera que las fuerzas políticas catalanas harían bien en empezar a preparar los peores escenarios de confrontación y exigirse los niveles más altos de unidad y lealtad, imprescindibles para garantizar los intereses ciudadanos.
JOMA

El Gobierno de España no ofrecerá ningún pacto que no incluya directamente la rectificación. Han decidido presionar económicamente a los ciudadanos –partidarios o no de la soberanía–, bloquear el Govern, llevarlo al borde de la asfixia y exigir la rendición, en la confianza de que los catalanes, exhaustos y asustados, se acabarán sublevando contra la Generalitat. Que nadie piense que se trata de un movimiento táctico para negociar en mejores condiciones. Tampoco es consecuencia de la desidia, de la pereza proverbial de algún líder español, de un error de cálculo, o de una falta coyuntural de planificación.

Al contrario. Se trata de una estrategia minuciosamente trabajada, asumida transversalmente por los grandes partidos (que en caso contrario se suicidarían políticamente), y destinada a aprovechar un hipotético fracaso soberanista para derrotar globalmente el catalanismo y recuperar parte de las competencias y de la hegemonía que perdieron al principio de la transición. Alguien ha convencido al holding de intereses que vive a costa del Estado y que gobierna en Madrid que el catalanismo se dividirá y fracasará en todos sus objetivos.

Desde Catalunya cuesta entender el pronóstico, pero hay indicios a espuertas de que desde Madrid se ve así: unos presupuestos ofensivos que nadie se ha molestado en edulcorar; la ley Wert; el acoso a la lengua; las declaraciones del presidente Rajoy en Japón; el portazo a Alicia SánchezCamacho. Y, sobre todo, las respuestas cada vez más contundentes y negativas con que se han encontrado los intermediarios enviados a Madrid para sondear vías de diálogo: nada que discutir si antes Artur Mas no da marcha atrás.

El expresidente Aznar afirmó el lunes en San Sebastián que “hacer justicia, en definitiva, es que nosotros ganamos y ellos pierden”. Se refería a los terroristas, pero mezcló con intención a los nacionalistas y a quienes disienten de su lectura de la Constitución. Asusta. Pero no olviden que se trata del guardián de la ortodoxia en estos temas.

Dejémonos, pues, de ficciones y de escenarios virtuales. Al bloqueo de la política catalana no le darán otras salidas que la declaración unilateral de independencia después de unas elecciones plebiscitarias o la renuncia explícita a la consulta. Es la hora de mojarse en relación con estos dos escenarios, sin esconderse en posiciones teóricas que no son aplicables en el actual contexto político español.

En todo caso, CiU y ERC tienen que evaluar si en solitario –o con muy pocos aliados– se sienten capaces de dirigir este proceso hasta convertir Catalunya en un nuevo Estado de Europa, como han prometido; y también deben aclarar cómo piensan superar la transición hasta llegar a ese objetivo. Unió e Iniciativa, por su parte, deberán confirmar si la falta de propuestas desde Madrid los coloca definitivamente a favor de la ruptura. Y el PSC tendrá que explicar dónde se posiciona mientras espera que el relevo en la política española abra paso a un hipotético rediseño federal de España (para ello deberá esperar como mínimo el paso de toda una generación y entre tanto aclarar una estrategia temporal, porque de lo contrario ni los más partidarios del federalismo pueden considerarle útil en el escenario actual).

Si con estas premisas los partidos entienden que hay proyecto, ven claro el camino y se sienten con fuerzas, que lleven a los ciudadanos a las urnas y sigan adelante. Por el contrario, si no se ponen de acuerdo, no se sienten lo bastante fuertes o no ven ni una rendija por donde avanzar, que lo digan cuanto antes y dejen de ilusionarnos con escenarios que se acabarán convirtiendo en una frustración devastadora.

Es razonable y obligado seguir todas las formalidades que exige el cumplimiento de la más estricta legalidad democrática. Hay que apurar hasta límites casi surrealistas el protocolo y los formalismos. Pero una cosa es respetar las formas y otra acabar creyéndose la propia representación teatral. Quizás alguien todavía piense que no ha cambiado nada, que se puede seguir mareando la perdiz y que este impasse durará eternamente. No se equivoquen; los acontecimientos llevan inercia propia y esta vez el desenlace llegará, será rotundo y resultará inapelable. Pero en ningún sitio está escrito que será a favor de unos u otros o que no puedan salir derrotadas las dos opciones a la vez.

De hecho, una vez aclarados ellos mismos, los partidos deberán rehacer la unidad de acción, pactando el camino hasta las urnas y comprometiéndose lealmente con el resultado, aunque no coincida con su propia voluntad. Es muy probable que sin esta unidad, que debe incluir un acuerdo de regeneración democrática y un reparto más justo de los costes de la crisis, Catalunya no tenga ninguna posibilidad de éxito y acabe completamente desmoralizada. Pero el tiempo se agota y no parecen darse cuenta.

Rafael Nadal, periodista.

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