Estudien gramática, señoras y señores

La ministra Aído se ha ido un poco de la lengua con ese invento de «las miembras». Es parte del invento feminista, que hasta apoyan algunos hombres: intentan, y a veces lo consiguen, suplantar al verdadero creador y mantenedor de la lengua, el pueblo español.

El invento es más o menos esto: todo nombre substantivo tiene o debe tener, creen las promotoras del invento, una variante masculina en -o y una femenina en -a; y esas marcas de género son interpretadas como marcas de sexo. De macho y hembra, hablemos claro.

Esta es la teoría, bien diferente, muchas veces, de la lengua común, la que hablamos. En esta, a veces ello es así, el lobo y la loba marcan género y sexo. Pero a veces no, la zorra y el murciélago indican indiferentemente el macho y la hembra, igual el zorro, la rata, el ratón. Son los nombres epicenos. Ni -o es exclusivamente masculino, ni -a es exclusivamente femenina. Y mil palabras en -n, -r, -s, por ejemplo, pueden ser o masculinas o femeninas y marcar sexo o no. Exclusivamente femenino, indicando al tiempo sexo, es el sufijo -esa (duquesa, princesa), un sufijo griego, ya ven.

En fin, dentro de lo humano, el crear una variante de hombre y otra de mujer, es mil veces innecesario, puro engorro.

En español, como en casi todas las lenguas indoeuropeas de Europa y Asia que conservan los géneros masculino y femenino (los han perdido, entre otras, el inglés), esos dos géneros poco tienen que ver con el sexo: la -o y la -a pueden ser no sexuales (el banco y la banca, el barco y la barca). Y las cejas, los labios, las espaldas, los miembros (¡!), y sus singulares, son de hombres y mujeres, también, a veces, de animales de cualquier sexo.

Al revés: algún órgano propio del sexo femenino termina en -o, es bien notorio, y hay órganos masculinos en -a (no vamos a decir el pollo aunque el inglés diga the cock).

Ignacio Bosque me decía que en la Sintaxis que prepara la Academia cientos de páginas insisten en que sexo y género son cosas diferentes.

Y la marca del sexo en nuestra lengua, a través de los géneros, es irregular y deficiente. El masculino puede llevar -o o -a y marcar o no marcar el sexo, uno u otro sexo. Hay el niño y la niña, sí, y aquí la concordancia (el artículo y el adjetivo) subrayan el género, que indica sexo en este caso, en otros no. Pero los niños implica los dos sexos, suma de niños y niñas. En el artista y la artista, el poeta y la poeta, solo la concordancia define género y sexo.

Y hay las mil palabras que vienen de la tercera declinación latina y no tienen género sino con ayuda de la concordancia (el/la estudiante, pero los estudiantes). A veces se ha introducido, secundariamente, un femenino con -a (la jueza, pero la gente en general prefiere la juez). Ven el complejo panorama.

Complejo panorama que viene de una compleja historia, imposible explicarla aquí: hay que aceptar sin más lo que nos ha traído, solo mínimos retoques pueden introducirse, véase luego. No este. Miembro viene del latín membrum, del género neutro, el que no marca «ni lo uno ni lo otro». Resto, los neutros, de una época arcaica en que la lengua tenía un género animado y uno inanimado. Este último se conservó a veces cuando, en fecha posterior, el animado se escindió en masculino y femenino: a veces sexuales, a veces no, no es fácil averiguar por qué. Pero con toda clase de irregularidades en lo formal y lo semántico.

Una parte de estos nombres que llamamos masculinos no eran ni sexuales ni genéricos. Tienen dos sentidos. Uno general, heredado, así el niño en sentido general: la vecina ha tenido un niño, no indicamos el sexo, los niños (= niños + niñas) en plural. Otro sexual, el niño por oposición a la niña. Son dos usos que hacen mal los gramáticos llamando a ambos «masculino». O sea, no es que el masculino «invada» al femenino, es que hay un masculino general, indiferente al sexo, y un masculino sexuado, que históricamente procede de una polarización frente al sexo femenino.

Este es el nuevo género-sexo que se creó: el femenino fue el verdadero invento, el punto de partida para oponerle un masculino. En el tercer milenio antes de Cristo. Perdura en español y en muchas lenguas.

Pero fue una sexualización solo parcial. Si ahora alguien cree que todo masculino es macho y que a cada uno hay que oponer, inventándolo si es preciso, un femenino-hembra, está sexualizando la lengua, llevando el sexo a todas partes: a donde la lengua, muchas veces, no lo lleva. Crea Desigualdad (todo es macho o es hembra), la lengua a veces mantiene la Igualdad, ignorando el sexo.

El español y otras lenguas han heredado un estado antiguo, en el que masculino y femenino a veces nada tienen que ver con el sexo. Y en el que no existe regularidad formal para expresar el masculino o femenino ni, menos, el macho y la hembra.

Esto ocurre en español y en casi todas las lenguas indoeuropeas de Europa. Salvo en las que, como el inglés, eliminaron en un momento dado su masculino y femenino medievales (el sexo lo marca ahora raramente mediante recursos nuevos). Y como el inglés no tiene género gramatical, la palabra gender no indica nada gramatical y queda libre para especulaciones sexuales. Aquí en España llaman género, incorrectamente, al sexo, maltraduciendo gender. Ya sé que el género es difícil: el que quiera entenderlo, que estudie gramática, el que no, que hable simplemente nuestra lengua. Esta conserva cosas surgidas en otras edades y que hemos de aceptar como hechos crudos. La creación de esa oposición masculino/femenino, muy compleja, en el tercer milenio antes de Cristo, dejó vivas formas que no entran en la oposición de género ni menos en la de sexo.

No hagamos una nueva regulación pansexualista, con el macho y la hembra reflejándose siempre en la lengua con formas regulares. ¡Qué obsesión! Esto no es así. Y lejos de llevar a la igualdad, lleva a una visión de la lengua y el mundo escindida siempre en dos sexos. Sin embargo, a veces el macho y la hembra son simplemente humanos.

No cometamos este error, no inventemos un nuevo esperanto.

Pero la lengua no es inmutable, digámoslo por si es un consuelo. Cuando la evolución social ha hecho crecer el papel de las mujeres en ciertos sectores, junto al uso genérico no sexual tiende a crearse uno sexual: la ministra, la secretaria. No sin problemas: muchas mujeres prefieren ser llamadas médico y no médica, poeta y no poetisa. Y no se pueden crear a tontas y a locas femeninos que la sociedad no reclama.

Ni negar el uso no sexual, común, y sustituir los funcionarios por los funcionarios y las funcionarias, esto es tonto e inútil, destroza la economía de la lengua. Es grotesco.

Más podría añadir. En todo caso, miembra no cabe en el esquema del cambio, no hay base social alguna. Los miembros de un partido o grupo son hombres y mujeres, forman simplemente un conjunto, ese masculino no es machista. No sean tan susceptibles por un malentendido, señoras. No se puede improvisar sin base social y sin conocimientos.

Lean gramática antes de hacer prédicas, Sras. y Sres. No juzguen ni decidan tan deprisa, no va a seguirles nadie. En la jungla del género y en la del sexo, solo en parte la misma, no introduzcan especies raras, plantas artificiales e innecesarias. Un estorbo más bien. Puro sexismo.

Francisco Rodríguez Adrados, de las Reales Academias Española y de la Historia.