ETA lo dice con bombas

Joseba Arregi, ex consejero del Gobierno vasco (EL PERIODICO, 08/12/04).

Durante días y semanas los analistas se han dedicado a escudriñar el lenguaje de Batasuna para decidir si su último mensaje contenía novedades reales. La tentación está a mano para pensar que ETA ha decidido poner fin a las elucubraciones aclarando definitivamente el mensaje de Batasuna: no hay nada nuevo, ETA siempre hace lo mismo. Lo único que sabe hacer: usar ilegítimamente la violencia, aterrorizar a los ciudadanos para que sientan miedo y hagan así posible una política que de otra forma no lo es. Es bien cierto que ETA hace siempre lo mismo. Pero también es cierto que lo hace en contextos cambiantes. Y es cierto que el significado político de lo que ETA hace es distinto porque los contextos en los que actúa son distintos, aunque ETA misma crea que nada ha cambiado. Ese es, precisamente, su segundo mayor error, siendo el primero el recurso mismo al terrorismo.

El contexto en el que ETA ha colocado su racimo de bombas es un contexto marcado por el fin del mito de su propia imbatibilidad. Ya no estamos, como al principio de la transición, en un momento en el que se podía intentar parar la puesta en marcha del Estatuto y sus instituciones. Ya no estamos en un momento en el que alguien pueda albergar la esperanza de doblegar al Estado, matando militares y miembros de las Fuerzas de Seguridad, para que se avenga a negociar, aunque previamente se hubiera predicado que la amnistía no se negocia. Tampoco estamos en tiempos de obligar por medio del terror a un diálogo con fin predeterminado. Ni siquiera estamos en tiempo de obligar, asesinando a políticos del PP y del PSE, a esos mismos partidos a aceptar una definición institucional de Euskadi que niegue su pluralismo interno.

Estamos en tiempos marcados por la convicción adquirida por la mayoría de los ciudadanos vascos, aunque muy tardíamente, de que con ETA se puede acabar usando los medios legítimos de los poderes del Estado. Estamos en tiempos en los que el nacionalismo parece haber apostado por un último esfuerzo de alcanzar sus fines, una definición de Euskadi desde la hegemonía nacionalista, por un plan abocado al fracaso, el plan de Ibarretxe. Y es en este contexto en el que ETA tiene necesidad de hacerse visible. El racimo de bombas es un mensaje a los suyos: todavía estoy viva, a pesar de que anuncien mi próximo fin. Es un mensaje a los nacionalistas: tendréis que contar conmigo, porque vuestro plan no deja de ser una máscara. Para todos los demás es una simple amenaza de muerte.

Está además el contexto del 11-M. A ETA le es preciso mantener la línea de que lo suyo es distinto. Tienen que aprovechar el debate político para sacar ventaja: nosotros avisamos, no somos como esos otros que matan indiscriminadamente. Nosotros tenemos cuidado, actuamos como gente decente. Pero podemos hacer daño, mucho daño. Si no lo hacemos es porque no queremos: ¡tenédnos, por favor, en cuenta!

ETA ha vuelto a actuar en un contexto en el que tiene cerrada la puerta de una tregua condicionada y temporal. Se la cerró ella misma: ahora tendría que ofrecer una tregua de rebajas, reconocimiento previo a su situación de derrota. Por eso se tiene que mover en el filo de la navaja: su amenaza tiene que ser suficientemente seria para inducir miedo. Pero sabe que los tiempos de usar la estrategia de la tregua se han acabado. Sabe que no puede actuar indiscriminadamente. Sabe, aunque no quiera confesárselo, que la percepción de la ciudadanía ha cambiado radicalmente, que ha cambiado la actuación del Estado. ETA también ha actuado en el contexto del supuesto nuevo mensaje de Batasuna, un mensaje en el que ésta decía estar dispuesta a usar sólo las vías pacíficas de la política, apostando por la negociación entre todos los partidos, pidiendo a ETA que negocie la desmilitarización con los Estados, incluyendo, sin embargo, la exigencia de que la vía política por la que apuesta conduzca inevitablemente a un nuevo marco, a la realización del proyecto de ETA para Euskadi. Teniendo en cuenta este nuevo contexto, ETA pone de manifiesto con su racimo de bombas que no sólo ella se encuentra en el filo de la navaja, sino que también Batasuna y su nueva propuesta se encuentran en el mismo filo: sabiendo que el plan de Ibarretxe no es lo que quieren, aunque ni siquiera ese plan está garantizado, sino más bien abocado al fracaso; sabiendo que tienen que exigir que las vías políticas garanticen alcanzar la realización de su proyecto; sabiendo que esa garantía sigue estando, de existir, vinculada a la existencia de ETA, es decir, a la presencia del terrorismo.

Uno se siente tentado a pensar que en Batasuna y ETA se ha extendido la envidia de un PNV al que parece que no le cuesta conseguir la cuadratura del círculo: condenar la violencia de ETA, hacerse con los votos de una ilegalizada Batasuna cuya ilegalización igualmente condenan, plantear algo parecido al proyecto de ETA/Batasuna para Euskadi, su definición desde la hegemonía nacionalista, y seguir detentando casi todo el poder en las instituciones del Estatuto que rechaza.

Pero el hecho de que ETA/Batasuna no decidan su autodisolución y su incorporación simple y llana al proyecto del PNV quizá radique en que intuyen que no hay cuadratura del círculo, ni siquiera con el plan Ibarretxe, que además está condenado al fracaso, y que por eso no son solamente ETA y Batasuna quienes tienen que repensar radicalmente sus planteamientos, sino el conjunto del nacionalismo vasco que durante demasiado tiempo ha ligado sus fines a los de ETA. El tiempo post-ETA quizá ha comenzado y no va a ser simplemente prolongación del anterior. Con el fin de ETA algo más puede terminar para el nacionalismo.