ETA: ni podemos ni debemos olvidar

Al igual que muchos españoles, en 2013 me sentí bastante perplejo al comprobar atónito como la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional excarcelaba de golpe a nueve etarras tras la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, anulando así la aplicación de la doctrina Parot. Y al igual que muchos españoles, achaqué la culpa de estas excarcelaciones al Gobierno. No por su negligencia, pues con la ley en la mano nada podía hacerse, sino por su falta de oposición e inmediato acatamiento de la sentencia. Ya por entonces comencé a intuir lo que hoy se ha convertido en una certeza para mí: el Gobierno, al igual que gran parte de la sociedad, estaba deseando olvidar.

Hoy, diez años después, lo hemos conseguido. Hemos cometido el irresponsable pecado de arrinconar abúlicamente en nuestros recuerdos el violento pasado de nuestro país, con todo lo que ello conlleva. Y por eso, porque yo particularmente me siento culpable, trato de enmendar mi error y disculparme con las personas que desgraciadamente no han podido hacerlo: las víctimas del terrorismo.

Es necesario recordar que, a lo largo de su cruenta historia, ETA ha asesinado a un total de 856 personas. El 42 por ciento del total son civiles asesinados de manera indiscriminada y el 58 por ciento restante son miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. En concreto, según datos del Ministerio del Interior y de la Fundación Víctimas del Terrorismo, la Guardia Civil es el colectivo con mayor número de muertos por ETA, con 230. Le siguen la Policía Nacional, con 183 y la Policía Municipal con 30. Además, ETA ha asesinado a un total de 103 militares. Desde los años 60 la banda terrorista ha perpetrado un total de 3.323 atentados. El último atentado lo cometió el 9 de abril de 2011 en Francia contra un gendarme. Y de todas esas víctimas, 20 eran niños menores de edad.

Maite Pagazaurtundúa, presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo entre los años 2005 y 2012, resumía muy bien el sentir de las víctimas en esta frase: «Se habla con frivolidad de los días sin muertos. No son días sin muertos, son días sin atentados, porque los asesinatos son irreversibles, y cada día desde el asesinato de un ser humano es para sus seres queridos un día más con muertos, porque el duelo del terrorismo no se cierra mientras no se realiza justicia, la concreta de que los responsables encarecen sus responsabilidades ante la sociedad, y la general que consiste en derrotarlos, no en apañarse con los que no han respetado la vida y la dignidad de los demás y no se sienten responsables por todo ello».

Por eso, nuestro deber es recordar siempre a las víctimas del terrorismo. Solo así conseguiremos reparar el daño que les han infligido tanto los asesinos como aquellos que durante estos años han querido blanquear impunemente una historia que, sinceramente, no debería tener otro color que el de la sangre y la vergüenza.

ETA y sus resquicios requieren de firmeza. No se puede consentir que un preso condenado por asesinar, o por pertenencia a banda armada, se presente a un cargo público. Es una aberración y un atentado directo no sólo contra la dignidad de las víctimas del terrorismo, sino contra la democracia y toda la sociedad en su conjunto.

Olvidar es un error moral y estratégico. Un error moral porque, como digo, menoscaba la memoria de los damnificados por esta lacra, y un error estratégico porque da pie a que ETA se recomponga estructural e ideológicamente. Si asesinaron en el pasado más reciente, no podemos tener motivos para creer que no lo harán en el futuro. Y si lo hacemos corremos el peligro de equivocarnos. Confiar en la palabra de una banda terrorista es un riesgo que no podemos permitirnos. Debemos rectificar este comportamiento y tenemos que hacerlo de forma urgente.

La única política posible contra ETA es el recuerdo. Y para recordar debemos sacar a las víctimas del terrorismo del ostracismo al que la sociedad parece haberlas relegado. Ellas son el vehículo necesario que necesitamos para no volver a cometer los mismos errores del pasado. El restablecimiento de su dignidad y memoria tienen que ser una prioridad.

La búsqueda de la paz es deseable y comprensible, pero si la paz es importante, la reparación y la justicia también lo son, ¿no les parece? La impunidad es un precio político demasiado alto que ni podemos ni debemos estar dispuestos a pagar.

Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *