ETA no tiene quien la escuche

No hay nada peor que la indiferencia; los niños mal criados llaman la atención y se ponen pesados para que les hagan caso. La receta es muy sencilla: dejarles llorar a pulmón libre para que se acostumbren a que el truco no funciona. Con el terrorismo, el asunto es meridianamente extrapolable. Lo peor que le puede ocurrir a ETA es que no se le haga caso.

La primera ecuación que hay que tener en cuenta es que ETA no mata para acabar con la vida de nadie; el crimen es un instrumento cruel para llamar la atención sobre su existencia y generar terror en la sociedad. Su meta es la claudicación para que desde el temor surja un deseo colectivo de ceder a sus exigencias con tal de que no haya más muertos. El que no haya más víctimas se convierte en un objetivo superior y se está dispuesto a negociar para acabar con el sufrimiento colectivo. Llevado al absurdo este argumento, habría que pactar con las mafias unas subvenciones para que dejaran el crimen.

Se ha teorizado mucho sobre las negociaciones con ETA. Todos los gobiernos de la democracia lo han intentado basados en una convicción que ha resultado falsa: si ETA ha sobrevivido 50 años, si tiene apoyo social para renovar su cantera, la única forma de que deje de ser un dolor de cabeza es llegar a un acuerdo para que deje de matar. Tal vez el espejismo de la negociación fructífera con la llamada ETA Político-Militar hizo que el intento se reprodujera en todas las demás ocasiones.

La negociación de la anterior legislatura partió de dos supuestos falsos. El primero, que la fruta estaba madura y que los jefes militares de ETA estaban dispuestos a pasar a un segundo término, cediendo el mando y el protagonismo al entramado civil de Batasuna: un acto de ingenuidad, probablemente influido por el síndrome de Estocolmo que padece Jesús Eguiguren, presidente de los socialistas vascos y adalid del entendimiento con Batasuna. El segundo error fue no caer en la cuenta de que, una vez más, ETA afirmaba que quería negociar como hace siempre que necesita tiempo para reorganizar un aparato en decadencia. A eso hubo que sumar el entusiasmo del recién llegado presidente Zapatero, en un clima en el que muchos periodistas e intelectuales aseguraban que el que no hubiera muertos era en sí mismo el justificante para que en paralelo hubiera una negociación política con Batasuna y con ETA. A Zapatero le ha salvado la posterior eficacia policial.

Hoy las cosas han cambiado, sustancialmente porque la banda terrorista, después del atentado de la T-4, se ha quedado sin crédito: tiene que pagar por adelantado. Y eso significa que no se le fía para que se disuelva después de un diálogo, sino que su desaparición como organización es la condición de que puedan obtener algunas ventajas personales quienes se arrepientan, pidan perdón a las víctimas y las resarzan de acuerdo con las sentencias.

Desde luego, tiene mérito que haya habido unidad en el rechazo a la oferta insuficiente de ETA. Para Zapatero, que soñó y puede que todavía sueñe que podía pasar a la historia como el presidente que terminó con ETA, la tentación está amortizada no solo por la experiencia, sino también por la reacción social que produciría un intento desde los parámetros actuales. No se lo podría permitir, aunque le entusiasmara la idea, porque lo que por una parte podría ser su única tabla de salvación electoral, por la otra podría terminar por hundirle en el abismo de la derrota total.

Ahora entran en escena los mediadores internacionales, que son aparatos de propaganda -probablemente bien intencionados-; otra vez la cantinela de un conflicto de naturaleza política que hay que zanjar en una mesa. Luego ETA dosificará su oferta, ofrecerá una mediación internacional con comprobación de la tregua…

El marco es distinto. En primer lugar, Alfredo Pérez Rubalcaba ha creado un mecanismo político y policial prácticamente imparable. Europa entera busca terroristas debajo de cada cama. La organización, dentro y fuera de las cárceles, está trufada por los servicios de inteligencia: la cadencia de desarticulación de comandos es imposible de resistir. El clima social en el País Vasco ha corrido la cortina del miedo y saborea pasear por la playa de la Concha sin miedo al estallido de un coche bomba. Batasuna sabe que si se queda otra legislatura al margen de las instituciones, sus simpatizantes pueden llegar a caber en un taxi un poco amplio. Pero ETA hace el paripé, solo para intentar que no le culpen del ostracismo de la izquierda aberzale.

El éxito, las expectativas de lograrlo, por muy pequeñas que sean, es lo que mantiene vivo un proyecto aunque sea tan atávico como el de ETA: todo el mundo se ha dado cuenta de que el terrorismo en Euskadi ya no tiene futuro y mientras ETA leía su comunicado los vascos seguían haciendo sus cosas. A ETA le ha ocurrido lo peor, como a los niños mal criados: ya nadie la escucha, nadie le hace caso por muy fuertes que sean sus berridos. Seguirá llorando sus amenazas; puede que vuelva a matar, pero al final se cansará y se quedará dormido. Entonces será el momento de darle la puntilla.

Carlos Carnicero, periodista.