ETA y sus motivos

ETA sigue sorprendiéndonos cada vez que fija el sello de la muerte. En cuando el cadáver yace en el asfalto, arranca un mecanismo rutinario. Los políticos redactan una reacción políticamente correcta y acomodada a sus estrategias, sin que esto signifique necesariamente insensibilidad. Se preparan las condenas rituales intentando un fleco que las haga diferentes de la anterior. Los amigos de los asesinos brindan con champán. Los abertzales pusilánimes que pretenden un atisbo de humanidad miran para otro lado, intentando que el charco de sangre no les ensucie los zapatos de sus conciencias.

Luego se procede a examinar las conductas de los demás y la existencia de algún reproche cruzado en las diferencias tantas veces sostenidas. Mientras tanto, la Policía, la Ertzaintza y la Guardia Civil se dejan la vida para saber quiénes han sido los autores. En cada casa del país vasco donde habita un objetivo potencial de ETA --que son todas en las que no vive un entusiasta de la muerte-- tiemblan las lámparas del techo recogiendo el sobresalto de cada corazón acorralado.

Después, la búsqueda de los motivos. Se analiza a la víctima, estudiando si reunía alguna condición que explique el crimen. Un examen de la profesión y las circunstancias personales que hagan luz en la razón por la que ETA lo eligió. Se resaltan sus virtudes para hacer más execrable el atentado. Todavía a esas alturas el muerto está en el instituto anatómico forense. Para entonces la viuda ya no tiene consuelo; los hijos se preguntan por qué nacieron en España y los amigos, incrédulos, detallan a los periodistas las anécdotas compartidas más entrañables. España tiembla de emoción y de cólera. En muchas tertulias se reclama la cadena perpetua. Los pesimistas aseguran que no hay solución y los pusilánimes se reafirman en la negociación.
Ya se sabe por qué lo mataron. Un guardia civil que no pudo ocultar su identidad cuando estaba franco de servicio tiene una explicación clara. Hubo una época en la que los asesinos tenían predilección por los militares. Se razonaba que para los etarras el Ejército era el poder fáctico al que había que doblegar. Murió el ingeniero José María Ryan y todo el mundo entendió que había sido acribillado por trabajar en la central nuclear de Lemoniz, causa ecologista de los máximos defensores del pueblo vasco.

Han asesinado a concejales, diputados, médicos, cocineros, cobradores de autopista, niños que dormían en cunas de casas cuartel de la Guardia Civil. Incluso en alguna ocasión, que no recuerdo, ETA admitió que se había confundido de objetivo. Hasta Dolores González Cataráin, Yoyes fue asesinada y todo el mundo entendió que no había respetado el código de la ormetá vasca que impide abandonar la secta a la que se pertenece de por vida.

El asesinato del empresario Ignacio Uria es paradigmático de este cúmulo de errores con que la sociedad y sus dirigentes analizan cada crimen de ETA. Se ha resaltado que el empresario trabajaba para el tren de alta velocidad, el AVE vasco, declarado objetivo inaceptable por la organización terrorista ETA. Se ha estipulado que hay una lógica en el crimen porque ETA trata de impedir ese proyecto. Enseguida salió el presidente del Gobierno para garantizar que los terroristas "no conseguirán su objetivo" y que la Y vasca de la alta velocidad "seguirá adelante". ¿Podría ser de otra manera? ¿Existe alguna posibilidad de que ETA obtenga una victoria? La afirmación realizada no hace sino ratificar la posibilidad de que ocurriera lo contrario. Una respuesta tan innecesaria confiere involuntariamente a los terroristas la condición de interlocutores con la sociedad democrática a través del crimen aunque sea para decirles que no conseguirán sus objetivos.

¿Estamos seguros de las razones de ETA para matar a sangre fría a Ignacio Uría? ¿No lo habrán hecho sencillamente porque no llevaba escolta? Porque era un hombre de costumbres fijas y quizá el más fácil de matar de una lista de objetivos que a la postre es tan grande como el listín telefónico de España. ¿No lo habrán hecho para demostrar que Txeroki tiene digno sucesor? ¿De verdad es útil y necesario buscar explicación a cada crimen?

ETA no tiene motivos para matar. Buscarlos no es más que hacerle el juego a su pretensión de defender algún tipo de causa, aunque sea bastarda. Hasta la mafia siciliana mata para garantizar un mercado para la droga ocupando un territorio. Pero a ETA no se le puede conferir ninguna causa ni ningún objetivo. Eso la fortalece. ETA mata porque es la forma de extender el terror como única tecnología para su influencia.

Si se acabase la humanidad, matarían gorriones en los parques y perros en las veredas solo para que se supiera que están vivos. La muerte, en sí misma, es su única motivación. Y lo que hacemos con nuestra respuesta rutinaria cada vez que ETA aprieta un gatillo o dispara un detonador es alimentar la ensoñación de que la barbarie puede llegar a tener explicación. No sería ninguna tontería diseñar una respuesta a cada uno de los crímenes que ETA pueda llegar a cometer. No es tan complicado: sencillamente lo hace porque sigue un orden misteriosamente elegido para acabar con todos y cada uno de nosotros.

Carlos Carnicero, periodista.