Ética y estética del cambio

«El timbre inconfundible de la verdad humana» creyó reconocer un Antonio Machado de 13 años en Pablo Iglesias Posse al escucharlo por primera vez. Era el año 1889. «Parece que es verdad lo que ese hombre dice», rememoraba el poeta. No hay mejor cualidad para un político que despertar en los demás la certeza de que la verdad acompaña a sus palabras. Los socialistas hemos reconocido esa calidad en Pedro Sánchez y, también por esa razón, acabamos de otorgarle mayoritariamente, y con el voto directo de los militantes, el liderazgo del PSOE.

La verdad y la política no pueden sino estar íntimamente unidas. Ese es el primer mandamiento ciudadano, tantas veces desoído. Sirva un ejemplo: el pasado 22 de enero, el presidente del Gobierno se comprometió en el Congreso a legislar sobre el aborto con «sensibilidad y delicadeza». No tuvo reparos Mariano Rajoy en pronunciarse así a pesar de que no haya conceptos más antagónicos a su intención real. No pocas veces el lenguaje sirve a determinada forma de hacer política y a determinados políticos para edulcorar intenciones que nada tienen que ver con el terciopelo de las palabras que las esconden. Se ha escrito mucho sobre el uso y el abuso de los eufemismos en la dedicación política. Esa mala costumbre, irritante y extendida, pesa también en el fondo del desafecto ciudadano hacia las instituciones y contribuye a extenderlo de forma lenta e inexorable, como recorre una mancha de aceite el papel de estraza.

El término sensibilidad se malbarata tantas veces en política que a fuerza de olvidar su sentido ha degenerado en un término vacío dentro del diccionario hueco que conforma esa jerga artificial que hay quien llama politiqués. Los socialistas acabamos de abrir una nueva etapa que quiere devolver a las palabras -a esa verdad que evocaba Machado- su valor real, que es el que cotiza en la bolsa de la calle y no en los salones y las tertulias. Elegido con la fuerza del voto directo, el secretario general del Partido Socialista, Pedro Sánchez, lidera un proyecto que va a llevar a La Moncloa dos conceptos, cambio y sensibilidad, tan necesarios como ausentes en el actual Gobierno del PP.

El lema que ha presidido el reciente Congreso Extraordinario de los socialistas, «Cambiando España, cambiando el PSOE», era más que una declaración de intenciones. Es el anuncio de un tiempo nuevo para un partido que siempre ha sabido liderar las transformaciones políticas y sociales llamadas a perdurar. Cambiar es una actitud y ahora es también una necesidad colectiva. Cambiar es transformar la resignación en ganas, el miedo en esperanza y los sueños en realidad. Cambiar es la esencia del Partido Socialista, que nació hace 135 años para dignificar la penuria y la falta de derechos de los trabajadores y trabajadoras que el PSOE incluyó con orgullo en sus siglas, de donde nunca se han bajado. «Transformar la sociedad para convertirla en una sociedad libre, igualitaria, solidaria y en paz» es el primer mandato que recogen nuestros estatutos y no es una idea cosmética. El cambio es nuestra raíz y razón de ser.

Esta es la premisa desde la que Pedro Sánchez lidera la transformación que los socialistas queremos llevar al país que compartimos. Queremos hacer realidad el cambio en nombre, precisamente, de los trabajadores y trabajadoras con y sin empleo y de las clases medias ahogadas por las políticas de Rajoy frente a la crisis.

De acuerdo con este compromiso, cambiar España es derogar la reforma laboral que desempolva en el siglo XXI condiciones de trabajo propias del siglo XIX. Cambiar España es abrir el futuro a los jóvenes que sufren el exilio económico, a los que necesitamos tanto como echamos de menos, y devolver una oportunidad a los hombres y mujeres mayores de 45 años que se sienten sin horizonte ni esperanza. Cambiar España es combatir la reforma involucionista de la ley de interrupción voluntaria del embarazo que anhela la derecha para retroceder a un pasado en blanco y negro en el que se siente más cómoda. Cambiar España es devolver los derechos perdidos a quienes se sienten sin defensa frente al rodillo de los más poderosos. Cambiar es también apostar por un modelo de convivencia en el que quepamos todos y liderar una regeneración democrática basada en hechos y no en palabras que gane el pulso al descreimiento legítimo de los ciudadanos con la palanca de la transparencia, la coherencia y la ejemplaridad.

Nada de esto se consigue sin un elemento necesario en cualquier proyecto político que aspire a mejorar la sociedad a la que se debe, es decir, que merezca ser llamado transformador. Ese elemento es la sensibilidad, un intangible asociado en su esencia a dos conceptos que también forman parte del genotipo de nuestro partido: humanidad y empatía. Los socialistas queremos cambiar España armados con estas palabras porque sabemos que están cargadas de fuerza y de futuro -con permiso de Celaya-.

La sensibilidad es, entre otras cosas, una cualidad estética, y por eso cabe invocarla desde la política en un momento en el que la ciudadanía exige estética indisolublemente unida a la ética. Se trata, en efecto, de que la mujer del césar no sólo lo parezca sino de que, sobre todo, lo sea. La sensibilidad es también la facultad que tenemos los seres vivos para percibir estímulos en nuestro entorno. Abrirse y escuchar es una obligación democrática que los socialistas queremos convertir en protagonista del cambio que propugnamos. Y sensibilidad es, por último, una medida de la eficacia y el buen funcionamiento de algunos mecanismos complejos, como compleja es una formación política que quiere ser útil a la mayoría social de su país y un país que ha perdido la fe en los partidos políticos. La sensibilidad nacida del reciente Congreso socialista es especialmente exigente en este aspecto.

Gobernar con sensibilidad. Eso nos proponemos en este tiempo nuevo en el que la derecha confunde personas con estadísticas y estados contables con estados de ánimo. Escuchar y no sólo oír y mirar a los ojos, que es más que ver, deberían ser actitudes inseparables de la tarea política y son nuestra forma de ser. No hay otro camino para sembrar de futuro, libertad y derechos el páramo en el que el Gobierno y el PP han convertido España.

«El cambio es ley de vida. Cualquiera que sólo mire al pasado o al presente, se perderá el futuro», reza la célebre cita del presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy para sintetizar una idea tantas veces repetida como ignorada. El PSOE no tiene miedo al cambio. Este concepto nunca ha causado tanto daño como el inmovilismo, sea cual sea su forma, ya que es bien conocida su habilidad camaleónica para disfrazarse de reformas que son todo lo contrario, como acredita a diario el Gobierno de Mariano Rajoy.

Ni el PSOE ni nuestro país pueden permitirse rutinas ni acomodarse en inercias. Se lo debemos a la gente que ha depositado en nosotros su última esperanza y a aquellos que nos contemplan con expectación dispuestos a comprobar si es cierto que los socialistas hemos tomado nota. No se van a sentir defraudados. Tanto es así, que estoy convencido de que las próximas elecciones municipales y autonómicas de 2015 prologarán una sonora reconciliación entre el electorado y el PSOE. Será así porque lo que está en juego no es el futuro de nuestro partido, sino la existencia misma de las condiciones de libertad y dignidad que forjaron sobre leyes socialistas tres generaciones con su esfuerzo. Está en juego que nuestro país pueda ponerse frente al espejo sin miedo y mantener la cabeza alta sosteniendo la mirada.

No será fácil. El PP y los oscuros satélites que conforman a su alrededor toda una constelación de poderes nos saldrán al paso en el camino de este nuevo proyecto, conscientes de que el modelo de hierro que tratan de imponer con el el miedo como arma y la crisis como excusa es aún reversible. Tiene que saberlo ya la derecha: esta vez, su empeño será en vano. Los socialistas, con Pedro Sánchez a la cabeza, hemos cambiado para cambiar España.

César Luena es secretario de Organización y Acción Electoral de la CEF del PSOE.

1 comentario


  1. Déjà vu en forma de ladrillo. Cuarenta años en el PSOE dan para esto y para más. No sé cuánto aguantaré.

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