Ética y tecnologías del siglo XXI

No entenderíamos el mundo en el que vivimos sin las TIC. Las tecnologías de la información y la comunicación hacen que la vida de mucha gente haya cambiado de forma considerable en los últimos 20 años. Ahora parece inconcebible no recibir o enviar e-mails, si nos dejamos el teléfono móvil estamos perdidos, y ¿cómo lo haríamos para encontrar los datos que nos interesan sin Google? Realmente, es extraordinario el poder de estas nuevas tecnologías, pero, como en otros casos, hay muchas maneras de utilizarlas, debemos reflexionar hacia dónde nos llevan y definir unas reglas para que no nos acaben creando unos problemas para los que no estamos preparados .

Las TIC han aparecido por el desarrollo continuo de un conjunto de nuevas tecnologías. Por un lado, por el aumento de la capacidad de cálculo y de memoria de los chips microelectrónicos. Estos se han combinado con varios modos de introducir y recuperar todo tipo de datos escritos, visuales o sonoros. Se ha ido creando una conectividad de gran velocidad por cable y por ondas, y evidentemente un tratamiento de datos de una enorme sofisticación. Las posibilidades que ofrecen las tecnologías basadas en internet nos parecen ahora casi ilimitadas, pero estas aplicaciones no se hacen sin que planteen cuestiones de muchos tipos. A petición del presidente de la Comisión Europea, el Grupo Europeo de Ética de las Ciencias y las Nuevas Tecnologías acaba de publicar una opinión sobre este tema.

Internet nos seduce, pero también preocupa por varias razones. Por un lado, el acceso a la red está siendo cada vez más amplio, pero aún están excluidas muchas personas porque la conexión no llega a donde viven, no pueden pagar el coste o no han aprendido a usar la red. Y, de hecho, cada vez hay más cosas en nuestra vida que dependen del acceso a internet. Hay compras y trámites de bancos, pero también procesos administrativos que progresivamente se pueden hacer de forma exclusiva por la red. Hay grupos que se quedan fuera de esta posibilidad e incluso los hay que no quieren. Tenemos que pensar maneras de que estos ciudadanos no queden excluidos, y nos tenemos que preocupar por la educación de las personas para poder utilizar esta herramienta de la mejor manera posible.

Es cierto que es posible que los que menos necesitan educación para utilizar las TIC sean los jóvenes, pero una cosa es usar los dispositivos y otra ser conscientes de las consecuencias de lo que se hace. Por ejemplo, internet da unas posibilidades magníficas para comunicarse grupos entre sí, pero hay que ser consciente de lo que estamos haciendo. En la red se puede actuar con una sensación de anonimato que puede ser el caldo de cultivo de comportamientos agresivos o intolerantes. Esta misma sensación hace que algunos, sobre todo los más jóvenes, se expongan de forma que los puede perjudicar en el futuro. Este es un ejemplo que nos lleva a lo que se llama «derecho a ser olvidados». A menudo encontramos en la red alguna información sobre nosotros que preferiríamos que no estuviera. En el fondo nos preocupa que la misma identidad personal esté transformándose en una identidad virtual que no podemos controlar.

Y también queremos controlar cómo se están utilizando nuestros datos. Con frecuencia no nos damos cuenta de que muchas de las herramientas que estamos utilizando, como las tarjetas de crédito y los teléfonos, pero también las redes sociales o los buscadores, están controlados por empresas privadas con sus propios intereses. En la red puede haber sobre nosotros más datos de los que somos conscientes y sería necesario que solo se utilizara lo que nosotros hemos consentido. El derecho a la vida privada está reconocido en Europa, y en el nuevo contexto no está claro cómo se preserva. En particular, preocupa que se combinen datos de distinta procedencia, con los que se podría tener una visión muy precisa del comportamiento de un individuo sin que este sea consciente de ello.

En resumen, preocupa que muchos aspectos de nuestra vida dependen cada vez más de la red. No es solo nuestro dinero, que ya es permanentemente virtual, es también nuestro trabajo, nuestras relaciones personales e incluso nuestra salud, cuestiones sobre las ponemos todos los datos en red. Esto que nos da ventajas nos hace también más vulnerables.

No hablamos únicamente de los asaltos a las páginas web. De hecho, la obsesión por la seguridad se ha vuelto tan grande que es la primera exigencia a la hora de conectarnos. Hablamos también de que la red depende de unas conexiones que no son fáciles de mantener, de una gran cantidad de energía y de materias primas poco abundantes. Han ido apareciendo temas graves de propiedad intelectual, de censura política y de criminalidad. La red debe ser un espacio de libertad y de conocimiento, por eso mismo hay que gobernarla en beneficio de todos. La ley de la jungla acaba beneficiando solo a unos pocos.

Pere Puigdomènech, miembro del Grupo Europeo de Ética de las Ciencias y las Nuevas Tecnologías.

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