La descomunal indecencia del silencio
José K. tiene una extraña peculiaridad lingüística. Será, quizá, por ese carácter insurrecto y levantisco que le acompaña desde pequeño —¡qué lejos aquellos tiempos de Pepito K.!— pero que se ha agudizado con la edad, casi tanto como las arrugas de la cara o, admitámoslo, también las del alma. La enfermedad, leve, es sin embargo manifiesta. Así que le dicen dulce y responde acíbar, le dicen blanco y contesta negro, le dicen dios y responde bueno o generoso. No puede remediar esta singularidad, por lo que ahora, a estas alturas de garrota, ha tomado la decisión de adoptarla como se admite a cierta edad la firma y la rúbrica.… Seguir leyendo »