Nuestro divorcio no acabó conmigo ni con mis hijos
Cuando mi primer esposo y yo nos separamos —en 1989, cuando teníamos unos 30 años, después de doce años de matrimonio— un libro bastante popular sobre el impacto negativo del divorcio en los hijos estaba circulando por los programas de televisión. Su autora —una psicóloga que había realizado un estudio sobre los hijos de parejas divorciadas en el condado de Marin, California— sugería que, para los niños cuyos padres se separaban, el daño podía durar décadas. Ningún terror que habría podido imaginar en aquel momento tenía más fuerza que la funesta predicción de la psicóloga, según la cual los niños privados de la oportunidad de crecer en “una familia intacta” sufrirían un bajo rendimiento escolar, dificultades para comprometerse y formar relaciones sanas, y una alta incidencia de divorcios.… Seguir leyendo »