Por Xavier Rubert de Ventós (LA VANGUARDIA, 02/07/04):
El cofrecillo es siempre un cajón de las sorpresas, una guarida de nimiedades, un refugio de antiguallas ya olvidadas. Lo abrimos y al fondo nos aparecen muñecos, pajaritas, devocionarios, collares y abalorios. Pero al ir removiendo su contenido aparecen los objetos más pequeños –insignias, perlas falsas, algún caramelo que se ha depositado en el fondo–. Fue tras la muerte de mi abuelo, cuando yo anduve fisgoneando en un cofre así, que siempre había mirado con curiosidad, situado en la esquina más oscura de su cómoda.
Al principio aparecieron medallas y cajitas con gemelos desparejados; luego, más al fondo, agujas de corbata, tarjetas de visita y una foto del abuelo con sus cuatro hermanos en el Broadway neoyorquino.… Seguir leyendo »