
El calendario roto, los abuelos fantasma
Esta vez no habrá aviones. Ni pasaportes, ni colas kilométricas para superar los controles de seguridad, ni una maleta enorme cuyas ruedas se trastabillan en cualquier resquicio con la que pelearme, si es que no se había perdido durante el trayecto. En la historia no contada de los que nos marchamos a buscarnos las castañas a otro país, las Navidades siempre actuaron como un paréntesis de azúcar familiar —a menudo algodonada, pues casi no cabían las disputas en nuestra condición de visitantes— a partir del cual intentar en vano recuperar las raíces. Ahora, que he retornado por fin para quedarme, después de más de una década en Estados Unidos, puedo afirmar con la cabeza alta que esa provisionalidad de la invitada se acabó, con su trasiego de burocracia y encabalgamiento de medios de transporte —taxi, avión, autobús…—, pero que, cuando una pensaba haberse desprendido de los paréntesis puntuales, se encuentra con un fenómeno más desasosegante aún, la elipsis que nace entre la fecha de la emigración (2009 en mi caso) y la de llegada final, y aquí, en dicho suspiro de tiempo, es donde se juega la incapacidad de hilar la vida de antes y la vida de ahora, de aunar las dos como se cosen ambas orillas de una herida: imposible.… Seguir leyendo »