Ocio

El valor de ser mediocre

Siempre quedo sorprendido por cuántas personas me dicen que no tienen ningún pasatiempo. Podría parecer algo insignificante, pero (aunque suene grandilocuente) para mí es una señal de una civilización en decadencia. Después de todo, la idea del ocio es un logro ganado a pulso, pues presupone que hemos rebasado las exigencias básicas de la supervivencia. Sin embargo, aquí en Estados Unidos, el país más rico en la historia, parece que nos hemos olvidado de la importancia de hacer las cosas por el simple hecho de que disfrutamos hacerlas.

Sí, lo sé: es que todos estamos tan ocupados. Entre el trabajo y la familia y las obligaciones sociales, ¿cómo esperan que tengamos tiempo?…  Seguir leyendo »

Tú ibas a relajarte. Igual te tomaste la molestia de caminar hasta una cala apartada. Y allí tuviste que elegir trágicamente entre colocar la toalla donde el reguetón o donde la retransmisión del partido. Y vale, aquello fue un fastidio. Pero, por lo menos, no estabas en un hospital y compartías habitación y televisor con alguien duro de oído. Tampoco, de noche en casa y comprobando con amargura que los tapones de cera de poco sirven cuando ladra el perro del vecino.

Como señala David Le Breton, la modernidad trae consigo el ruido. Es así porque supone apiñarnos en ciudades. Y hacerlo rodeados de múltiples artefactos, muchos destinados a producir un flujo ininterrumpido de comunicación cuyo contenido interesa menos que aportar continuidad al mundo.…  Seguir leyendo »

QUERIDO JOËL DICKER:

No te conozco personalmente, pero permíteme que responda a la carta abierta que has escrito a todos aquellos con los que te cruzas por la vida y que te incomodan por el mero hecho de llevar en la mano un teléfono inteligente y no un libro bajo el brazo. Supongo que, preferiblemente, uno tuyo.

Me cuesta mucho criticarte porque en el texto queda claro que amas la lectura e intentas transmitir ese amor. Es una querencia poderosa y mágica que une a todos los que la compartimos en una hermandad invisible. Quiero que mis hijos sean lectores, como lo somos sus padres, y en mi casa intentamos transmitirles esa pasión día a día.…  Seguir leyendo »

En 1932, en su ensayo Elogio de la ociosidad, Bertrand Russell planteaba una situación alegórica. Supongamos —decía— que un cierto número de trabajadores fabrican al día, en una jornada de ocho horas, todos los alfileres que necesita el mundo. Supongamos a continuación que alguien inventa un artilugio que permite fabricar el doble de alfileres con el mismo esfuerzo. “En un mundo sensato”, decía Russell, “todos los implicados en la fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás continuaría como antes”: el empresario seguiría teniendo el mismo beneficio y los alfileres costarían lo mismo.…  Seguir leyendo »