Callar, callar hasta olvidar
En la cena de Navidad me tocó sentarme en la mesa de los niños. A pesar de que me afeito desde hace más de veinte años, alguna persona decidió que lo mejor para cuadrar los sitios era ubicarme con una panda de púberes cuya única meta vital consistía en agarrar la botella de vino de vez en cuando sin que sus padres se enteraran. Una meta que, por otro lado, yo compartía.
Pues bien, dado que había sido degradado en la jerarquía familiar, aproveché la oportunidad para hablar con mis primos pequeños. Cuando los granos de la adolescencia dejaron de afectar a sus tiernos cerebrillos, comencé a preguntarles por el colegio y esas cosas.… Seguir leyendo »