Eugenio Trías: la filosofía del límite

¿Dónde se ubica la filosofía, a la vez género literario y disciplina del pensamiento, e n esta época de cambio profundo y acelerado de los modos de vida y experiencia? Si quieren encontrar algunas claves profundas en respuesta a esa cuestión recorran la obra de Eugenio Trías, una de las voces filosóficas más sólidas y originales de nuestro tiempo. Cuando la aventura de su vida, jugando a la paráfrasis con el título de uno de sus libros, acaba, tristemente, de llegar a su final, la fuerza y profundidad de su pensamiento se abre al destello de lo que constituye un patrimonio de cultura imprescindible. La palabra que interroga. ¿Quiénes somos? ¿De dónde brota y adónde arriba la experiencia humana del mundo?

Desde su primer libro: «La filosofía y su sombra» (1969), Eugenio Trías fue construyendo una obra regida por la coherencia, por la continuidad de la búsqueda, en la que lo no dicho, lo subyacente, lo no explícito, se hace fluir a través del pensar-decir, su manera de traducir a nuestra lengua lo que los primeros filósofos, los griegos de la antigüedad, llamaban lógos. La dimensión arqueológica de las ideas, en una estela que tiene sus claves de referencia principales en Nietzsche, Heidegger y Foucault, propicia en sus libros una irradiación de las cuestiones, una mirada que asume la complejidad en espiral de lo que la filosofía va sacando a la luz. En ese itinerario, Platón resulta crucial, pero en Trías a Platón se le da la vuelta: no sólo se sube al cielo de las ideas, sino que también se desciende por debajo de las sombras y la oscuridad de la caverna para intentar percibir dónde se pueden fijar los límites del mundo. Y en ese proceso destacan también, como interlocutores principales, Aristóteles, Kant y Hegel.

Como ha sucedido siempre con los grandes filósofos a lo largo de la historia del pensamiento, en la obra de Eugenio Trías se recoge, sintetiza y remansa la entera historia de la filosofía. Para ir más allá. Para mantener viva la interrogación. Un aspecto destacable de ella es su voluntad de estilo, la intensidad y claridad de su construcción literaria. El estilo de Trías está impulsado por lo que podríamos llamar el principio de variación, una dimensión en la que actúan dos de sus grandes pasiones: la música y el cine. Del cine se toma sobre todo el procedimiento de montaje para así construir de forma articulada la secuencia del pensamiento que fluye. De la música, la introducción de un tema expresivo y conceptual, que progresivamente se va contrastando, enriqueciendo, invirtiendo, en una serie abierta de variaciones que nos permite apreciar y comprender que las ideas no tienen una modulación de dirección única.

La realidad, las cosas, nos hace ver Trías, no son reductibles a un único plano. Por debajo de toda teoría filosófica se encuentra algo no dicho que instaura su sentido. Junto a todo «transcendental» filosófico: verdad, bien, belleza, se advierte la presencia de su inversión abismal. Y lo más importante: la construcción de una ontología es una tarea circular en la que, desde el sujeto, tenemos la experiencia del límite, pero a la vez esa experiencia se hace presente como gravitación de lo que está más allá del sujeto, de un plano distinto: el del objeto. En el despliegue de este planteamiento, la aventura filosófica se concibe como una suerte de itinerario marítimo, una sucesión de «singladuras» que desvelan distintos ámbitos de experiencia o «mundos», y en la que se trata de determinar el contenido de «lo que aparece». Es decir, por debajo de las dimensiones superficiales o reduccionistas de la apariencia, Trías intenta desvelar una dimensión más profunda en la que se articulan lo mismo y lo otro. Es en esa dimensión, precisamente, donde según él se encuentra el objeto de la filosofía: el límite como límite. La filosofía avanza a través de la experiencia de ese límite, que es también frontera: gozne y bisagra, que une y separa los planos del pensar-decir y del ser.

El comienzo, el punto de apoyo de toda su propuesta, se sitúa en la concepción de una existencia en exilio y éxodo, una existencia cuyo fundamento está quebrado o en falta. De ahí se pasa a la consideración del papel que juegan el límite y la aparición del símbolo, que remite desde la inmanencia a algo que está en otra parte. El atisbo de una ética fronteriza, inspirada por el imperativo de «obrar de tal manera que tu existencia se ajuste a tu propia condición fronteriza», conduce a una reflexión intensa y apasionante sobre la esencia del ser del límite, la muerte, la nada, el tiempo y la teoría de la verdad. Una trabadísima elaboración en cuyo trasfondo destaca un elemento clave, decisivo: ser y límite constituyen lo mismo.

En su atención continua al lenguaje, desde la exigencia del pensamiento y la voluntad de estilo, Eugenio Trías expresaba, a veces con un inevitable acento melancólico, cómo nuestra lengua, el español, no es considerada en nuestro tiempo como una lengua productora de cultura, lo que implica una relegación de nuestra filosofía en la escena internacional. Ojalá esa situación cambie de una vez por todas. En la España de hoy, después de Unamuno, D’Ors y Ortega, se ha producido una importantísima renovación del pensamiento filosófico, en la que precisamente Eugenio Trías ha desempeñado un papel desencadenante. Una renovación que tiene como líneas fundamentales la necesidad de abordar las grandes cuestiones de la vida y de la experiencia, en nuestro tiempo, con el lenguaje y las ideas de nuestro tiempo. Por la fecha de aparición de sus primeros libros, por la riqueza y extensión de su obra, se puede decir que Eugenio Trías abrió el camino de esa renovación que, por su coincidencia con el período histórico que se abre en España tras la muerte del general Franco, ha podido ser caracterizado, en referencia a un conjunto de pensadores que han ido publicando sus obras en los últimos treinta años, como la generación de la democracia.

José Jiménez, catedrático de Estética y Teoría de las Artes.

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