Eurodesorden y cooperación

Es una desgracia absoluta que no hayamos podido controlar y desmontar nuestros fantasmas interiores y que, finalmente, el golpe de Estado parlamentario de la Cataluña española, tal vez incruento, pero sin duda violento, se haya europeizado de la peor manera y en el momento más inoportuno. La total, absurda e incomprensible lenidad de los Gobiernos de los últimos decenios, la banalización del mal más absoluto, la inhibición querida del Estado de derecho y la excesiva fragilidad de nuestras leyes (también querida) contra los golpes palaciegos antidemocráticos han permitido lo intolerable y la confusión de la UE. Y ello, en vísperas de un discurso del presidente Macron en el Parlamento de los europeos, que, como anunciamos en una carta unos cuantos parlamentarios de muchas nacionalidades y sensibilidades, se propone dar un paso fuerte hacia una UE más sólida, más integrada, más protegida, más ciudadana, para luchar contra el gran y letal enemigo de Europa: la renacionalización de sus políticas de la mano de los nacionalismos que ya ejercieron hace un siglo.

Profundicemos un poco. Lo primero que observamos es el surgimiento de una fuerte reacción eurófoba entre cierta población española, que considera que las instituciones europeas le han traicionado, o incluso humillado. No es así, por ahora. Como tantas otras veces, se achaca a la UE una acción, claramente deficiente (no lo digo yo, lo dicen la señora Merkel y la Fundación Adenauer) de un Estado miembro. Incluso en su origen, de un alto Tribunal Regional de un Estado miembro. La cacareada justicia europeano se ha pronunciado ni tiene jurisdicción. Si el juez Llarena interpela a Luxemburgo sobre si ha sido ajustada a derecho, desde el punto de vista procedimental, el tratamiento de la euroorden por parte del tribunal regional, entonces sí podremos hablar de la justicia europea.

Por ahora, si ha habido conducta impropia, ha sido de un tribunal regional alemán, no de Europa. No seamos eurofobos avant la lettre. Es más, razonemos, si existiese una ley europea declarando que Europa es una unidad indisoluble de Estados indisolubles, sometida a la vigilancia de una especie de Tribunal Constitucional Europeo, como sucede por ejemplo en EEUU, entonces sí podríamos hablar de una justicia europea, y verían ustedes cómo el dislate del golpe separatista catalán duraría muy poquito. Por lo tanto, observemos que la solución vendría a través de más y mejor Europa, y no mediante la eurofobia.

En segundo lugar, tomemos nota, una vez más, de uno de los problemas recurrentes de esta etapa de la construcción europea: la fragilidad de basar temas fundamentales en cooperación y confianza. La euroorden se basa en la cooperación, lealtad y confianza de los sistemas jurídicos de los distintos Estados miembros, y voluntariamente de los sistemas jurídicos, que no de los Gobiernos, para preservar la independencia del poder judicial. Pero la confianza, como la cooperación, son conceptos volubles, indefinidos, caprichosos, arbitrarios, a veces sujetos a lobbies y mercadeos, dependientes de ideologías, sentimientos coyunturales, quién sabe si de intereses...

Recordemos que el Reino de Bélgica protege ominosamente desde hace lustros a una presunta brutal asesina de ETA, por ejemplo. Es una base frágil para crear una sociedad integrada. Por la misma razón que en otros escritos reclamaba una CIA o un FBI europeos para aumentar la seguridad de los habitantes de Europa, reclamaría ahora una unidad de criterio, de organización y de decisión mínima, pero europea, supranacional, en el caso de extradiciones y contenciosos judiciales entre Estados miembros. Europa, en los aspectos fundamentales para la ciudadanía, debe ir a la integración y decisiones uniformes. En caso contrario, seguiremos en la divergencia voluble entre Estados miembros, muy dañina para los ciudadanos.

Y llegamos a lo peor, como consecuencia de los malos políticos, sin convicciones europeas, sin visión de Estado, sin visión de futuro, sin respeto a la ciudadanía europea. Para sorpresa, muy desagradable, de muchos, el verdadero problema europeo desencadenado por nuestro golpe de Estado tan palaciego como disparatado, ha venido de la reacción de dos altos mandos del Partido Socialdemócrata alemán: la ministra de Justicia federal y el vicepresidente del grupo parlamentario del SPD. La primera, extralimitando sus funciones, sus evidentes limitaciones y su mala educación, ha deslizado la idea de que España no es un país libre. No es ofensivo para España, entiendo yo, porque ofende quién puede, y si su bagaje político consiste en recordar nuestro pasado autoritario, es demasiado fácil la chanza de recordarle el nazismo. No entraré en ese juego.

Sus palabras y su atrevimiento son una ofensa al espíritu democrático y europeo. Son el más rancio nacionalismo receloso que mina todo lo construido por los padres fundadores. El que se sitúa al borde de la xenofobia, la que puede destruir Europa, algo que ya intentó. Pero peor aún son las declaraciones de Herr Rolf Mützenich, quien ha arremetido contra la euroorden. Asegura que, si no se ha aplicado bien, lo que hay que hacer es.... cambiar el sistema de euroorden o suprimirla. Es decir, propone prescindir olímpicamente de uno de los pocos instrumentos europeos, existentes en este momento, creados para satisfacer la seguridad y libertad de la ciudadanía europea. Más antieuropeo y renacionalizador, y además de manera obscena, no se puede ser. Y eso, viniendo de ese partido, es un torpedo en la línea de flotación de la UE. Hasta su socia Merkel se ha asustado.

Y he aquí cómo la culpable incompetencia y lenidad de nuestros gobiernos desde hace decenios han desembocado en el peor momento en una grave crisis europea. Para salir de ésta, tendremos que restablecer de una vez el orden constitucional y democrático en todas las regiones de nuestra patria, sobre la base de una ciudadanía de libres, iguales y solidarios. Y después, poder mirar a Europa a los ojos con credibilidad.

Enrique Calvet Chambon es eurodiputado de ALDE (Grupo de la Alianza de los Liberales y Demócratas de Europa) y presidente de la plataforma ULIS.

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