Eurolateralismo

La Unión Europea está sola, frente a grandes potencias que no muestran sintonía con su proyecto ni sus valores. En su discurso en Aquisgrán el pasado mayo, el presidente francés, Emmanuel Macron, rebajó a Estados Unidos al mismo nivel que Rusia o China: potencias a las que Europa no puede confiar su destino. “Europa ya no puede confiar a EE UU su seguridad”, afirma la canciller Merkel; “Europa es un enemigo”, responde Trump. En Bruselas y en la OTAN la impresión general es que el espíritu de la alianza transatlántica está agotado. Sin embargo, nadie extrae la consecuencia más obvia: que el fin de dicha alianza —y la consiguiente retirada de EE UU— conduce al fin del viejo sistema multilateral. Cuando se invoca un “multilateralismo fuerte” (Macron), en realidad nos estamos aferrando a una mera ilusión, por inercia, o por miedo al vacío.

Porque ¿qué pasa cuando los demás deciden actuar por su cuenta, o se sirven de las reglas únicamente cuando les beneficia? El “multilateralismo efectivo” que pretendía Europa no pasó nunca de ser una gran promesa, pero al menos se mantenía como un referente. Multilateralismo era sinónimo de inclusividad —todos podían participar en pie de igualdad— y de reciprocidad; proporcionaba solidez, servía de marco para un liderazgo. Sin embargo, si miramos de reojo al siglo XX, tenemos que reconocer que la expectativa de una “convergencia real” entre los grandes actores se está desvaneciendo. Naciones Unidas, el G20, la Organización Mundial del Comercio o la OTAN resistirán, pero ¿hasta cuándo? Algunas piezas fundamentales están saltando por los aires. La incipiente guerra comercial no fortalecerá a la Organización Mundial del Comercio, como tampoco la retirada de EE UU del Consejo de Derechos Humanos mejorará Naciones Unidas, ni un acuerdo bilateral entre Trump y Kim Jong-un reforzaría el Organismo Internacional de la Energía Atómica. Porque se está perdiendo lo fundamental: la confianza mutua.

Frente a esta dura realidad, la UE puede tomar tres vías posibles. Una vía lleva a la renacionalización, al retroceso en la integración por desacuerdos sobre el euro o la inmigración y a una dispersión en el exterior. Una segunda vía consiste en resistir el statu quo actual de Europa, a la defensiva, en función del fuego cruzado de los otros y sin influir apenas. Y una tercera vía es la que podemos llamar “eurolateralismo”, sustentada en la idea de Macron de una “soberanía europea”. Europa haría valer todo su peso económico y político para presionar en favor de nuevas reglas e instituciones y llegar a acuerdos beneficiosos para sus intereses y valores. No se trataría de responder con un Europa Primero, sino de liderar una nueva propuesta. Eurolateralismo significa mantenerse firme en la esencia de los acuerdos firmados (pacto nuclear con Irán, cambio climático), abrir nuevos tratados comerciales (México, Mercosur, Japón), marcar posiciones propias, diferenciadas en política exterior (por ejemplo, sobre Oriente Próximo), imponer la reciprocidad en el comercio (incluyendo represalias graduales y proporcionadas); o incluso establecer bloqueos diplomáticos a quien se salte las reglas. El eurolateralismo no aspira a aislar a EE UU —algo tan imposible como indeseable— sino a poder avanzar sin su socio. Eurolateralismo es reformar a fondo las instituciones multilaterales y crear reglas estables junto a otros Gobiernos, siempre en geometrías variables, dependiendo del asunto; incorporando incluso a ciudades, regiones u organizaciones transnacionales. Eurolateralismo es multilateralismo made in Europe, aquí y ahora.

La transición del viejo multilateralismo al eurolateralismo no va a ser fácil. El camino a la “autonomía estratégica” europea —en sentido amplio, no solo la defensa— se adivina turbulento, lleno de presiones internas y externas a la Unión. La UE tendrá que pagar un alto precio político para llegar ahí, pero en el nuevo entorno geopolítico, donde cada uno va a lo suyo, Europa no tiene otra opción para sobrevivir. Un nuevo relato va tomando forma: el de una Europa protectora y no proteccionista: que actúa en favor de un contrato global, económico y social. Puede ser un modo de evitar el desastre ante el populismo xenófobo en las próximas elecciones al Parlamento Europeo en 2019. Un modo de conectar con una mayoría social que todavía mantiene una actitud abierta hacia el mundo, pero que reclama lo que nos hemos dejado por el camino de la globalización.

Vicente Palacio es director del Observatorio de Política Exterior de la Fundación Alternativas y profesor asociado de la Universidad Carlos III de Madrid.

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