Europa 2022

En los últimos meses, las decisiones políticas en Europa están siendo tomadas bajo la oscura sombra de la crisis de deuda soberana. Para evitar consecuencias inesperadas, es vital tener una brújula que muestre el camino a seguir. Las decisiones políticas a corto plazo necesitan ser compatibles con los objetivos a largo plazo. Estas decisiones deben ser guiadas por un objetivo que tenga una imagen nítida de la Unión Europea y el euro dentro de 10 años, en 2022.

En un entorno caracterizado por una cobertura mediática agitada e intereses cortoplacistas divergentes, esta no es una tarea sencilla. Por tanto, todos nosotros como ciudadanos europeos debemos respaldar la idea de una Europa que permita tomar decisiones de largo alcance. Desde mi punto de vista, existen una serie de pasos que, tomados en su conjunto, pueden crear una Europa fuerte.

En primer lugar, debemos fortalecer la legitimidad democrática de las instituciones europeas. Esto incluye un Parlamento Europeo dotado de poder para iniciar procesos legislativos. Los pasos lógicos serían una elección directa del presidente de la Unión Europea y una Comisión Europea más eficiente, cuyos miembros sean nombrados en base a su mérito y no a su nacionalidad.

La cesión de soberanía es el mayor obstáculo para conseguir una Europa más integrada. Las decisiones sobre qué políticas deben ser transferidas, y en qué medida, a la UE tienen que ser tomadas por todos los Gobiernos por unanimidad. Sin el consentimiento explícito de la población, no se deben llevar a cabo estos profundos cambios.

La unión fiscal es un tema central para unas instituciones europeas sólidas. Los países deben tener en cuenta que debe haber una intervención a nivel europeo si incumplen las reglas. Necesitamos controles severos impuestos por una institución europea, en otras palabras, un reglamento fiscal preciso que confiera, por ejemplo, a un comisario europeo de Asuntos Económicos el poder de intervenir cuando sea necesario.

En paralelo, la unión económica debe proveer un mecanismo efectivo a nivel europeo que detecte y corrija la evolución de los desequilibrios que hacen descarrilar la economía.

Una unión fiscal y económica para salvaguardar la estabilidad debe estar acompañada de políticas que potencien el crecimiento y la competitividad. Políticas comunes en educación, movilidad del mercado laboral, transporte y energía son candidatos obvios para estimular el crecimiento a través de inversiones en la infraestructura física e intelectual.

Otro paso político es la unión bancaria, una consecuencia institucional necesaria de la unión monetaria, que puede hacer una contribución a largo plazo a la estabilidad de la eurozona. Eso sí, no podemos tener una unión bancaria para nada. Incluso con una unión bancaria en la que el Banco Central Europeo tomara el rol de regulador bancario es necesario abordar cuestiones políticas sensibles, incluyendo en qué medida la soberanía de los Estados miembros debe ser transferida a Europa.

Finalmente, en los próximos 10 años, la Unión Europea debe esforzarse para establecer mecanismos de reestructuración de la deuda soberana ofreciendo liquidez a los Gobiernos cuando sea necesario, pero también garantizando un proceso ordenado en caso de quiebra. La improbable —pero no imposible— situación debe ser manejada eficientemente, para evitar que se repita la situación actual, donde se necesitan un sinfín de operaciones de rescate para prevenir cualquier quiebra desordenada.

La combinación de todas estas medidas debe ofrecer las mejores oportunidades de éxito para detener la pérdida de importancia de Europa como fuerza económica y política en el mundo durante los últimos años. De lo contrario, este proceso va a acelerarse en un mundo con nuevas potencias emergentes y cambios demográficos. La población de Asia crecerá en más de 1.700 millones de personas en las próximas cuatro décadas, y África, un continente inmenso —cinco veces más grande que Europa—, tendrá una población de 2.000 millones de personas, la mitad de las cuales tendrá menos de 20 años. Europa, por el contrario, verá caer su población en 20 millones en 2050.

Ningún país europeo en solitario tendrá una posición para ejercer una influencia de peso en las bases y valores del orden político y económico del mundo de mañana. Incluso Alemania, con la mayor población de todos los países de Europa, cuenta solamente con un 1,1% de la población mundial. ¿Qué éxito tendrá cualquier país europeo por sí solo en dar a conocer sus puntos de vista, por ejemplo en materia medioambiental, valores sociales o en políticas de libre mercado a nivel internacional, si no trabaja en equipo con sus socios europeos?

Por tanto, la integración y unidad europea debe ser elevada a un nuevo nivel. Una disolución del euro trabajaría justo en la dirección contraria, debilitaría Europa en muchas y distintas áreas. La ambición de los legisladores debería ser eliminar los defectos del actual marco institucional del euro, para fomentar la integración y la unidad entre la Unión Monetaria Europea y sus Estados miembros. En resumen, para unir y no dividir al Viejo Continente.

En el mundo en el que vivimos, la unidad europea es el camino a seguir si queremos preservar nuestra influencia en el orden mundial internacional y salvaguardar nuestro nivel de vida para las generaciones venideras.

Michael Diekmann es presidente del Comité de Dirección de Allianz SE y consejero delegado.

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