Europa, a las puertas de la deuda

Golpeada por la pandemia del COVID-19 y la guerra en Ucrania, la Unión Europea necesita dinero. Y dado que Paolo Gentiloni, el comisionado de Asuntos Económicos del bloque, no puede conseguirlo directamente de los estados miembro de la UE, tiene que pedirlo prestado. El propósito parece no importar. Lo que importa es que la Comisión reciba dinero -en grandes cantidades-, aunque eso signifique acumular una montaña de deuda.

En 2020, Gentiloni desempeñó un papel crucial en la creación de NextGenerationEU (NGEU), el programa de emergencia que le permitió a la UE tomar prestados más de 800.000 millones de euros (858.000 millones de dólares) para hacer frente a los efectos de la pandemia del COVID-19. En mayo pasado, quiso recaudar fondos para ayudar a Ucrania y, en octubre, sugirió emitir deuda conjunta para ayudar a los ciudadanos europeos con sus facturas de gas. Ahora, en medio de una ola de emisiones de deuda común, la Comisión Europea planea competir con la Ley de Reducción de la Inflación de 369.000 millones de dólares del presidente norteamericano, Joe Biden, que incluye subsidios para proyectos de energía limpia. Si bien el nuevo plan podría no involucrar nuevo endeudamiento, propone un nuevo “fondo soberano europeo” para invertir en tecnologías verdes.

Es improbable que los beneficios de estos programas justifiquen sus costos. Por ejemplo, parece no haber ninguna correlación entre la distribución de los fondos de NGEU y la gravedad de los brotes de COVID-19 locales. Sin embargo, existe una correlación negativa entre la ayuda de NGEU y el PIB per cápita: algunos de los países más pobres que resultaron menos afectados por el virus recibieron cantidades pasmosas de dinero.

El problema con la juerga de endeudamiento actual de la Comisión es que las propias reglas de la UE le impiden asumir deuda. El Artículo 311 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea claramente establece que la UE debe financiarse “plenamente con sus propios recursos”. Es por ello que los estados miembro tuvieron que acordar de manera unánime la creación de NGEU.

Otro problema importante es la falta de claridad respecto de quién asumirá el costo de esta deuda. Los políticos y los economistas suelen decir que la carga de deuda de la UE inevitablemente recaerá en las generaciones futuras de contribuyentes, que serán quienes tendrán que pagarla. Si bien esto tiene algo de cierto, los ahorristas de hoy serán los más perjudicados.

Como gran parte del mundo desarrollado, Europa está padeciendo el retorno de la estanflación. En un contexto estanflacionario, los acontecimientos inesperados (como la guerra en Ucrania o el COVID-19) crean shocks de oferta que se traducen en aumentos de precios debido al exceso de demanda. La emisión de nueva deuda genera más demanda que, a su vez, alimenta aún más la inflación.

Si bien el incremento de los precios parece estar desacelerándose, la inflación de la eurozona todavía es del 8,5% -cuatro veces más alta que la meta del 2% del Banco Central Europeo- y podría volver a dispararse. Inclusive la tasa de inflación básica más reciente, que excluye los precios volátiles de los alimentos y de la energía, se mantuvo en el 6,2%, mucho más alta de lo previsto.

Durante la década estanflacionaria de los años 1970, pasó un tiempo hasta que se afianzó una espiral de precios y salarios. Sin un final a la vista para la guerra en Ucrania y frente a la continua salida de la fuerza laboral de la generación de posguerra, es probable que la inflación alta esté aquí para quedarse.

La persistencia de una alta inflación hace que los pensionados que ahorraron diligentemente para la edad avanzada, junto con los ahorristas que colocan su dinero en activos garantizados a valor nominal, como un seguro de vida, sean las víctimas reales del endeudamiento de Europa. Los efectos distributivos podrían terminar siendo profundos, si no desastrosos.

En su memoria El mundo de ayer, el escritor austríaco Stefan Zweig describe gráficamente cómo la hiperinflación de los años 1920 empobreció y radicalizó a la pequeña burguesía. Nada hizo que los alemanes resultaran tan “odiosos y estuvieran tan maduros para Hitler” como la inflación, escribió. El historiador norteamericano Gerald Feldman corroboró esta observación en su libro seminal de 1997 sobre la inflación alemana, El gran desorden.

Sin duda, el alza inflacionaria de hoy no tiene nada que ver con las crisis de hiperinflación de principios del siglo XX. Pero todo episodio inflacionario empieza siendo pequeño. El truco es cortarlo de raíz antes de que se transforme en una espiral fuera de control. Como decían los romanos, principiis obsta (“resistir desde el comienzo”).

Los planes de la Comisión Europea de recaudar miles de millones con la emisión de bonos de la UE a largo plazo son legalmente cuestionables y económicamente irresponsables. Este endeudamiento, para el que constantemente se buscan nuevas justificaciones, es claramente inflacionario. Asimismo, la estrategia de la Comisión podría minar la estabilidad europea y poner en peligro la moneda única.

De continuar en su trayectoria actual, la UE perjudicaría la credibilidad de los bonos gubernamentales europeos. Cuando la ex primera ministra del Reino Unido Liz Truss ignoró de la misma manera todas las advertencias e intentó incrementar la deuda nacional ya elevada de Gran Bretaña con su desastrosa propuesta de recorte de impuestos el año pasado, espantó a los inversores e hizo colapsar la libra, y rápidamente le mostraron la puerta de salida.

Los banqueros centrales en Europa y Estados Unidos han venido aumentando agresivamente las tasas de interés en los últimos 18 meses para dominar la inflación. Avanzar con los planes de Gentiloni socavaría estos esfuerzos. Cualquier deuda nueva hoy es inflacionaria y potencialmente devastadora para la estabilidad del euro.

Esto no quiere decir que los legisladores no deban perseguir causas nobles. Pero, en un contexto estanflacionario, la manera de hacerlo es a través de recortes de impuestos u otros gastos -no de deuda-. Si la Comisión Europea necesita dinero, debería pedírselo a los parlamentos nacionales de sus estados miembro. Y si ellos se niegan, la UE no debería endeudarse. De lo contrario, el sueño de la unificación europea estaría en peligro.

Hans-Werner Sinn, Professor Emeritus of Economics at the University of Munich, is a former president of the Ifo Institute for Economic Research and serves on the German economy ministry’s Advisory Council. He is the author, most recently, of The Euro Trap: On Bursting Bubbles, Budgets, and Beliefs (Oxford University Press, 2014).

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