Europa ante el espejo del doble rasero

No recuerdo ahora quién dijo que el analfabeto del siglo XXI sería no el que no supiera leer ni escribir sino el que no supiese descifrar el significado de unas imágenes. A tenor de cómo se ha recibido la última viñeta polémica de Charlie Hebdo (con contestación cursi de la reina de Jordania incluida) se diría que los analfabetos no sólo están por todas partes sino que no temen lo más mínimo hacer gala de su ignorancia y la multiplican en insultos. Como seguro que saben, la viñeta, tremenda, violentísima, representa en un margen al pequeño Aylan, muerto en la orilla turca, mientras deja el cuerpo central para los sucesos de Nochevieja en Colonia donde se produjeron decenas de agresiones sexuales y actos vandálicos muchos de ellos protagonizados por refugiados. La leyenda pregunta: «¿Qué hubiera sido del pequeño Aylan si se hubiese hecho mayor?». Y responde al pie: «Acosador de mujeres en Alemania».

Europa ante el espejo del doble raseroBien, la lectura que se ha hecho multitudinariamente parece entender que Laurent Sourisseau, Riss, firmante de la viñeta y actual responsable de la revista, vaticina que el niño muerto en la costa turca después de huir del espanto de la guerra siria con sus familiares y otros cientos de persona a bordo de uno de los botes que llegaron o se hundieron en su singladura hacia Europa, se hubiera transformado en uno de los muchos violadores de la noche alemana (más de 500 denuncias de agresiones sexuales) y por lo tanto de alguna manera celebra esa muerte pues con ella se nos ahorra nada menos que un delincuente en potencia. Una lectura tan boba de la viñeta -¿y hasta cuándo vamos a seguir considerando el viñetismo como mero humor? ¿Es mero humor El Roto? ¿Puede alguien utilizar la palabra chiste para cualquier obra de un viñetista? ¿Cree alguien de verdad que el viñetista Riss ha tratado de hacer un chiste?- casi no merece ni ser rebatida, pero es la que se ha impuesto no sólo gracias a miles y miles de tuits que reprenden a Charlie Hebdo acusándolo de racista, de no tener sentimientos, de burlarse de algo tan trágico como la muerte de un niño de tres años que huía de una guerra, sino también en mucha de la información redactada sobre la polémica en medios de comunicación profesionales: se ve que el analfabetismo visual no conoce fronteras.

Parece evidente y al alcance del entendimiento de cualquiera que lo que la viñeta pretende -pero al parecer con la suficiente oscuridad intelectual como para que no se la comprenda: se diría que ya ni lo obvio está al alcance de los analfabetos- es precisamente lo contrario de lo que ha conseguido: denunciar el racismo de Europa, su doble vara de medir, su sentimentalismo trágico tan dispuesto a convertirse en justiciero y violento racismo a la menor oportunidad que tenga. Pues el sentimentalismo tiene de débil esa capacidad suya para acogerse a la generalización y renunciar a cualquier razonamiento para apoyar sus lágrimas abundantes o sus abundantes gritos, dependiendo del hecho ocasional que lo ponga en acción. Parece claro que quien habla en la viñeta no es otra que esa Europa. ¿La misma Europa conmovida por la muerte de un niño captada en una imagen insoportable, la misma que levantó la voz unánime e impaciente con un «hay que hacer algo y hay que hacerlo ya», es la que, también de forma impaciente, ahora clama que por dejar pasar a tanto refugiado sin severos controles de calidad se haya propiciado la jarana lamentable de Colonia y otras ciudades? Pues sí, esa misma Europa, a juzgar tanto por el llanto como por el griterío producidos por uno y otro hechos, es la que formula la pregunta y la que responde.

Y en ambos hechos el mismo flanco débil: la facilidad con que nos acogemos a la generalización a partir de un caso particular, como si no fuese razonable pensar que no porque un niño muera en una playa cuando estaba a punto de alcanzar el sueño de Europa, todos y cada uno de los que aspiran a refugiarse son tan inocentes como él -no, no los representa- y como si no fuese razonable pensar que no porque veinte, treinta o cincuenta violadores en potencia armaran la que armaron en Colonia en Nochevieja todos los que han entrado en Alemania son tan indeseables como ellos -no, no los representan.

Lo que la viñeta viene a decir es que los bárbaros han entrado en Europa, sí, pero no son los refugiados sirios, qué va, son todos esos que viven del blanco y negro tajantes, que no entienden de matices en nada, que aprovechan la muerte de un niño en una playa para decir que Europa es criminal e inhumana y aprovechan la borrachera de unos tarados para decir que Europa es débil y patética. Tan buena es la viñeta que utiliza el mismo mecanismo que utilizaron todos aquellos a los que ridiculiza de veras: la demagogia. Sólo que lo que pretende, sin aparentemente haberlo conseguido, es poner en solfa esa misma herramienta, una herramienta que, no se olvide, sirvió para atacar a la alcaldesa de Colonia por decir algo tan razonable como que se debía tener cuidado con quien se mezcla uno en las celebraciones eufóricas. Un ministro, dispuesto a rematar a puerta vacía, llegó a recordarle a la alcaldesa que los culpables eran los violadores no las mujeres: ¡pues claro! Pero que alguien te diga que no vayas a un barrio peligroso de madrugada, no significaba que esté quitándole culpa alguna a quien te vaya a atracar, sino sólo pidiéndote que seas precavido.

Una demagogia en fin que ha seguido sirviéndose impúdicamente de la imagen del niño Aylan pero le reprocha a Charlie Hebdo que utilice su imagen, como si esa imagen no se hubiese utilizado miles de veces, por quedarme corto, para subrayar la criminalidad de Europa.

La viñeta de Riss tiene el mérito de poner un espejo ante la mirada europea y el defecto de que quizá ha sobrevalorado la capacidad de esa mirada para entender lo que sale reflejado en ella. La lectura analfabeta de la imagen hiriente, muy hiriente, de Charlie Hebdo ni siquiera parece haberse dado cuenta de que el viñetista no se mofa del pequeño Aylan, sino de nosotros, de nuestra patética incapacidad para entender que ellos, los otros, los refugiados, los que huyen, no pueden ser un cuerpo unánime y por lo tanto no pueden ser así mirados, ni conmovedores e inocentes como el pequeño Aylan, ni nauseabundos y criminales como los protagonistas de la noche de Colonia. Haciendo bueno el eslogan que pretende que una imagen valga más que mil palabras, la viñeta de Riss podría haber sido la más eficaz denuncia de esa rebaja de la razón que padecemos y que puede disfrazarse lo mismo de racismo indómito que de desasosegado sentimentalismo. Pero hubiera hecho falta acaso que el analfabetismo en la lectura de imágenes no tuviera tantos forofos encantados, por otra parte, de hacerlo público.

Supongo que todos ellos al leer esa formidable viñeta de Forges en la que un funcionario pregunta a un blasillo: «¿Profesión?», a lo que el blasillo le responde: «Mando a distancia de mi señora», entenderían que el viñetista estaba haciendo burla de la virilidad, como pidiendo a los machos que nos reveláramos: las lecturas literales de imágenes propenden a esas pobrezas. Y no sé porqué es tan difícil que muchos lectores de viñetas -humorísticas o políticas- no caigan en la trampa de los menos ágiles lectores de ficciones, aquellos que cuando un guardia civil es un corrupto consideran que el autor ha querido decir que la Guardia Civil es corrupta y cuando una mujer joven y bonita se va con un cincuentón adinerado el autor quiere vender el mensaje de que las jóvenes bonitas son todas putas. Ese mismo defecto es el que ha permitido que el analfabetismo haya visto en la viñeta de Riss justo lo contrario de lo que en ella hay: no, Riss no se está mofando del pequeño Aylan, se está mofando de cómo ha perdido músculo en Europa aquella herramienta que tanto hizo por construirnos: la razón. Y cómo esa pérdida nos lleva por igual a las peligrosas sendas donde la razón queda abolida: las sendas de la demagogia encantada de hacer gala de sentimentalismo barato y de carísimo racismo.

Juan Bonilla es escritor.

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