Europa, ante la lógica de Putin

Misiles tierra-aire en Gvardeysk, cerca de Kaliningrado, Russia, en 2019.Vitaly Nevar / Reuters
Misiles tierra-aire en Gvardeysk, cerca de Kaliningrado, Russia, en 2019.Vitaly Nevar / Reuters

Hace 100 años, la región polaca de Pomerania, una estrecha franja de tierra al oeste de Polonia, separaba dos posesiones alemanas no colindantes: el territorio principal de la República de Weimar al oeste, y Prusia oriental, con su capital Königsberg. Suspendida entre ambas se encontraba la ciudad libre de Danzig.

Después de la II Guerra Mundial, la Unión Soviética se anexionó Königsberg, que fue rebautizada como Kaliningrado en honor a un revolucionario bolchevique. Ahora, la ciudad vuelve a estar separada de su nave nodriza por un corredor conocido como el corredor de Suwalki, una franja de tierra llana de 65 kilómetros de longitud en la frontera polaco-lituana, que debe su nombre a una ciudad polaca situada al sur del confín interterritorial. La brecha tuvo poca importancia en época de la antigua Unión Soviética, cuando Lituania y Bielorrusia eran repúblicas de la URSS y Polonia formaba parte del Pacto de Varsovia. Su importancia también fue escasa en los años inmediatamente posteriores a la desintegración de la Unión Soviética en 1990. Pero desde la semana pasada, cuando Vladímir Putin y Alexandr Lukashenko dieron los primeros pasos hacia una unión política, el corredor podría convertirse en otra fuente de tensión geopolítica. En dirección norte-sur, separa Kaliningrado de Bielorrusia; en dirección este-oeste, constituye la única conexión por tierra entre las Repúblicas Bálticas y el resto de la Unión Europea.

Una de las lecciones de la historia europea es que los corredores son endiabladamente peligrosos. Cuando oímos a Vladímir Putin acusar a Occidente de orquestar un golpe de Estado en Bielorrusia para derrocar a Lukashenko, prestamos atención porque las apropiaciones de territorios europeos suelen ir precedidas de acusaciones falsas y de incidentes fingidos. La antesala de la ocupación de Polonia por parte de Hitler fue el llamado incidente de Gliwice, un ataque contra una estación radiofónica alemana supuestamente perpetrado por soldados polacos, pero, en realidad, obra de los propios nazis.

Las tensiones entre Bielorrusia y Polonia se han agudizado. Hace poco, las fuerzas de seguridad bielorrusas detuvieron a miembros de la comunidad polaca en la ciudad de Brest, al sudoeste del país, a raíz de lo cual Polonia acusó a sus vecinos de perseguir a la minoría polaca. Lukashenko, por su parte, acusó al Gobierno polaco de dar refugio a traidores fugitivos, como él los calificó. A principios de este mes, Polonia desplegó en la frontera tropas de la 18ª División de la Primera Brigada Acorazada Varsovia en respuesta directa a la represión de la minoría polaca en Bielorrusia.

La semana pasada, Putin y Lukashenko acordaron un proceso gradual hacia una posible unión política. Muchos analistas occidentales parecieron aliviados cuando Putin no lanzó ninguna bomba diplomática durante el discurso sobre el estado de la Unión que pronunció esa misma semana. Pero el presidente ruso se dedica a alimentar activamente historias sobre un complot occidental para asesinar a Lukashenko. “La práctica de organizar golpes y planear asesinatos políticos contra las máximas autoridades rebasa todos los límites”, lanzó el mandatario. Me pregunto si nos dirigimos hacia un moderno incidente de Gliwice.

Cuando Hitler invadió Polonia, uno de sus objetivos era recuperar los territorios perdidos después de la I Guerra Mundial y reconectar las provincias escindidas. Su invasión contó con el apoyo de la población alemana de Danzig y Königsberg.

Hace siete años, antes de que Rusia anexionara Crimea, el Ayuntamiento de Sebastopol, controlado por partidos prorrusos, acusó a Ucrania de un complot terrorista. La población de Crimea votó abrumadoramente a favor de la secesión de Ucrania y la anexión a Rusia.

No es difícil imaginar un escenario que pudiese desembocar en un enfrentamiento militar en la zona fronteriza más amplia entre Polonia, Lituania y Bielorrusia.

En 2018, Ben Hodges, excomandante del Ejército estadounidense en Europa, fue coautor de un detallado estudio sobre qué sería necesario para defender el corredor de Suwalki. El análisis advirtió que se trata de una zona difícil de defender: solo tiene dos carreteras estrechas y una línea de ferrocarril. A Rusia no le costaría mucho cortar la conexión con las Repúblicas Bálticas.

Sería ingenuo pensar que la OTAN activaría de inmediato la cláusula de solidaridad del Artículo 5. Tampoco veo ninguna posibilidad de que Alemania participase en una acción militar contra Rusia, aunque esta invadiese las Repúblicas Bálticas. Basta pensar en las palabras del presidente alemán Frank-Walter Steinmeier, quien afirmó que Alemania debía a Rusia el gasoducto Nord Steam 2 para expiar sus propios pecados durante la II Guerra Mundial. En una ocasión, Steinmeier calificó a las maniobras de la OTAN en el corredor de Suwalki de “ruido de sables”. No veo mayoría alguna en la política alemana para ninguna clase de acción militar.

Hodges recomienda la estrategia que él denomina de “defensa preventiva”, consistente en no esperar a que Rusia actúe, sino en evitar que llegue a hacerlo. Esta estrategia requiere mejorar el equipamiento militar y la presencia de la OTAN en la zona, pero sigue dependiendo de que se produzca un desencadenante del Artículo 5. En mi opinión, ese es el eslabón más débil de la estrategia occidental. Cuanto más aumenta la dependencia de Alemania y otros países europeos del gas y de las vacunas rusas, menos probable es que estén dispuestos a enfrentarse a ella. Creo que hace tiempo que superamos el punto en el que eso habría sido políticamente posible.

Putin también lo sabe. El presidente ruso juega con la vista puesta en el futuro. La unión política con Bielorrusia forma parte de una estrategia a largo plazo. No tendrá lugar de la noche a la mañana, sino gradualmente a lo largo de varios años.

Recordemos que, en una ocasión, Putin se refirió al colapso de la Unión Soviética como una verdadera tragedia. Él no es Hitler. No va a recuperar toda al área geográfica de la Unión Soviética, pero sí que reivindica intereses de seguridad que van más allá de las fronteras inmediatas de Rusia. Una Unión Europea y una OTAN divididas favorecerían esos intereses.

Sus actos presentes tienen una lógica. Y esa lógica me lleva a concluir que el corredor de Suwalki podría ser un lugar muy peligroso.

Wolfgang Münchau es director de www.eurointelligence.com .Traducción de News Clips.

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