Europa, cada vez más en problemas

El ministro alemán de finanzas, Wolfgang Schäuble, declaró hace poco que la Unión Europea “transfirió soberanía al nivel europeo”. Es una afirmación sorprendente, ahora que los gobiernos europeos parecen estar defendiendo sus intereses nacionales más agresivamente que nunca desde la Segunda Guerra Mundial. ¿Hay que entender la declaración de Schäuble como una convocatoria a una mayor solidaridad europea? ¿O será una simple estratagema para eludir los pedidos de que Alemania contribuya más a la recuperación de la eurozona?

Schäuble lidera el intento alemán de conducir a Europa sin tener que pagar la factura. Con este fin, pidió cambiar los tratados de la UE para instituir un “comisario de presupuesto” en el nivel europeo, con autoridad para usar los fondos comunes europeos y desaprobar las estrategias fiscales de los países miembros que no cumplan las reglas establecidas. Según Schäuble, la negociación de estas reformas debería comenzar inmediatamente después de las elecciones de mayo para el Parlamento Europeo.

La estrategia de Schäuble puede parecer atractiva, pero como mucho es un cambio simbólico que no supone un avance real. En primer lugar, los fondos comunes son escasos, y no hay perspectivas de que aumenten (sobre todo, por la inflexible oposición de Alemania). Además, mientras los países miembros conserven la soberanía fiscal, crear un nuevo mecanismo para que sea más fácil denunciar a los transgresores presupuestarios no cambia nada. Hace dos décadas que todos los intentos de imponer disciplina fracasan por falta de autoridad ejecutiva real.

Claro que cuando no les queda más opción, los incumplidores comienzan a jugar según las reglas para poder acceder a los fondos de rescate. Pero como quedó demostrado por la experiencia de Grecia, esto no siempre implica que las cosas salgan según los planes. De hecho, el rescate a Grecia (financiado en forma conjunta por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional) fue un desastre desde el vamos, al demorar una muy necesaria reestructuración de la deuda y exigir estrictas medidas de austeridad. El resultado fue un aumento de la influencia de fuerzas políticas extremistas y una catástrofe sanitaria en ciernes. Aun así, en lo que parece ser una búsqueda interminable de más austeridad, Schäuble ve a Grecia como un modelo para la todavía más desafortunada Ucrania.

Europa está metida en un lío. Descartadas en principio las reestructuraciones de deuda, y sin un presupuesto central para ayudar a los países en problemas, provisto de fondos suficientes y con aprobación política, parece que los europeos decidieron darle un papel hegemónico a Alemania. Y aunque a Alemania le complace ese papel, no está capacitada para ejercerlo.

Para decirlo en pocas palabras: Alemania no está dispuesta a gastar los euros de sus contribuyentes para sostener a Europa. De la otrora sólida economía alemana queda poco más que el recuerdo. El crecimiento anual del PIB del 3% registrado en 2010 y 2011 se debió a que el auge de la economía china todavía sostenía una alta demanda de maquinarias y automóviles alemanes; pero luego la desaceleración del crecimiento chino se trasladó al PIB alemán, que disminuyó a menos del 1%. Aunque es probable que esta cifra mejore ligeramente, la economía alemana tiene por delante un bajo potencial de crecimiento a largo plazo, debido al envejecimiento de su población.

Como Alemania no tiene dinamismo económico para sostener financieramente a Europa, sus líderes no han querido correr riesgos políticos. En la elección de septiembre de 2013, de la que surgieron como coalición gobernante, los dos principales partidos políticos del país (los democristianos y los socialdemócratas) esquivaron hacer un debate público sobre Europa.

Incluso resulta más reveladora la defensa que hizo Schäuble del esquema de “transacciones monetarias directas” del Banco Central Europeo (que habilitaría al BCE a adquirir deuda de los países más débiles de la eurozona ilimitadamente). Aunque el Bundesbank alemán se opuso decididamente (y con razón) al programa de TMD, por su énfasis en la solvencia de los países más que en el riesgo de liquidez (lo que equivalía a crear una unión fiscal encubierta), el gobierno tomó con alivio la decisión del Tribunal Constitucional Alemán que, encargado de evaluar la legalidad del esquema, finalmente le pasó el fardo al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Después de todo, instituir una auténtica unión fiscal demandaría un fuerte compromiso político (y bastantes idas y venidas).

La Unión Europea es una estructura política admirable, que busca romper el molde de la nación‑estado decimonónica. Pero el avance hacia esa visión idealista no puede seguir dependiendo de símbolos gastados, de los que el más osado de todos fue el euro: una creación de dudoso valor económico con fragilidades bien documentadas. Su adopción fue un acto de hybris económica cuyos costos trascienden por mucho las fronteras europeas.

Hoy, los líderes europeos están cayendo en el triunfalismo de ver en el presente alivio temporal de la crisis económica una validación de fallidas estructuras de gobernanza transnacionales. Pero la profundidad y la persistencia de la crisis han puesto de manifiesto las fragilidades fundamentales del euro y deberían servir de advertencia: los parches tecnocráticos actuales tal vez no resistan otro cimbronazo.

Por desgracia, no parece (hoy menos que nunca) que vayan a emprenderse acciones decididas para resolver dichas fragilidades. Una cesión parcial del control nacional de los presupuestos que permita la integración fiscal parece políticamente imposible; y hablar de cambiar los tratados de la Unión (por más que lo haga el ministro alemán de finanzas) es hojarasca retórica.

Adoptar el euro fue un error. Pero el daño ya está hecho, y abandonar precipitadamente la moneda común no haría más que empeorar una situación que ya es mala. Visto que los países no quieren ceder soberanía, la única opción para Europa es renunciar a la ficción de la coordinación centralizada y dejar a los países y los bancos tratar directamente con sus acreedores (y con la disciplina del mercado). Tal vez este paso atrás, hacia un ordenamiento más estable, sea el único modo de seguir adelante.

Ashoka Mody is Visiting Professor of International Economic Policy at the Woodrow Wilson School of Public and International Affairs at Princeton University and a visiting fellow at Bruegel, the Brussels-based economic think tank. He is a former mission chief for Germany and Ireland at the International Monetary Fund. Traducción: Esteban Flamini.

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