Europa cantando

Si los pueblos supiesen lo beneficiosa que es para ellos la Unión Europea, el referéndum británico nunca habría tenido razón de ser. El hecho mismo de que puedan plantearse seriamente abandonarla demuestra hasta qué punto Europa es una bella desconocida y lo mudos o incompetentes que son sus portavoces. ¿Dónde está, por ejemplo, Donald Tusk, el «presidente» actual de la UE, desde hace un año? Este hombre de Estado polaco, procedente de las filas de Solidaridad, un liberal convencido y que fue un destacado primer ministro de su país, podría explicar lo que la UE ha aportado a Europa del Este y cómo ha contribuido, en pocos años, a la transición del comunismo a la democracia y al desarrollo económico. O bien Donald Tusk se ha vuelto mudo, o bien los jefes de Estado europeos le hacen guardar silencio, o bien los medios de comunicación omiten lo que va bien en Europa y solo subrayan sus imperfecciones. O bien las tres razones a la vez, y, en ese caso, Tusk debería dimitir o rebelarse.

Europa cantandoSin embargo, las razones para querer a la UE son numerosas y persuasivas, y quizá tan evidentes que todo el mundo las da por sentadas, cuando son milagrosas y frágiles. Voy a citar siete, pero esta lista no es exhaustiva. En primer lugar, la paz: ¿ya nos hemos olvidado de que la UE ha logrado poner un fin, sin duda definitivo, a mil años de guerras civiles? Gracias al método elaborado inicialmente por Jean Monnet, que consistía en crear solidaridades económicas entre los europeos, y así entrelazar sus destinos. Y, de hecho, el comercio ha tenido éxito ahí donde todos los diplomáticos habían fracasado. Esta paz en concreto ha solucionado la «cuestión alemana» – la segunda razón para querer a la UE–, cuya potencia amenazaba la paz y el orden del continente desde hace un siglo. Esta Unión, mediante la facilitación de los intercambios, ha propiciado –tercera razón– un mayor crecimiento, que se calcula en un 1 por ciento anual, para todo el mundo en Europa. La miseria ha disminuido en todos nuestros países gracias a ese mayor crecimiento y a la solidaridad entre los miembros. Una cuarta razón, esencial, es la estabilidad monetaria que aportan el euro y las monedas que están vinculadas a él, como el franco suizo, la libra británica y la corona sueca. Gracias al euro y a su gestión independiente por parte del banco de Fráncfort, la inflación, que fue la causante de considerables desgracias, ha desaparecido totalmente, y ningún Gobierno nacional puede destruir ahora nuestros ahorros o acabar con nuestro poder adquisitivo, porque no puede manipular la moneda. La quinta razón, la libre circulación de personas y de mercancías –el derecho a estudiar y a trabajar allí donde se desee– enriquece nuestras vidas personales y profesionales, y enriquece también a los países de acogida, aportándoles talento y diversidad cultural. A pesar de ser reciente, esto está tan asimilado que olvidamos que solo la UE nos ha otorgado estas nuevas libertades. Los jóvenes que pasan un fin de semana en Gdansk o en Barcelona, que estudian en Milán y que trabajan en Londres, parecen olvidar que esta libertad de elección era inconcebible hace apenas una generación; pero los mismos que más se benefician de la UE son a menudo los que menos informados están y los menos militantes. A título informativo, recordemos que la inmigración de los no europeos no depende de la UE, sino de los países, lo que es lamentable. A las cinco razones positivas para querer a Europa que he mencionado, les añadiría dos en forma de refutación.

No, Europa no es demasiado costosa si tenemos en cuenta las ventajas que ofrece. Para los países que más contribuyen (Alemania, Francia y Gran Bretaña), la aportación es del orden de 2.000 euros al año por persona, pero a estos hay que restarles lo que Europa restituye, en subvenciones a la agricultura y a las infraestructuras. A Francia le devuelven dos tercios de su contribución, en particular para sus agricultores. Para España y los países del Este, Europa es casi gratuita. Y para el conjunto de la UE, cuesta menos de mil euros al año. ¿No los vale la paz? Y por último, subsiste el debate, más simbólico que real, sobre la identidad nacional: ¿menoscaba Europa nuestra identidad, nuestra soberanía? Los políticos populistas prosperan gracias a este temor constante, pero sin fundamento. En ningún caso la UE nos priva de nuestras raíces, sino que nos confiere una identidad adicional: además de conservar nuestra identidad local, nos hemos convertido en europeos, y el resto del mundo nos envidia por eso. En Asia y en Latinoamérica se considera que la UE es el mayor éxito diplomático de la posguerra mundial.

¿Qué le falta a la UE? Sin duda un movimiento intelectual que milite a su favor y organizaciones de ciudadanos europeos. Tenemos una bandera (inspirada, no es muy sabido, en el velo de la virgen María) y un himno, el Himno de la alegría de Ludwig van Beethoven, pero que nadie canta, porque no tiene letra. Es hora de escribirla, en esperanto quizá, para que cantemos al unísono.

Guy Sorman

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