Europa debe demostrar solidaridad financiera ya

La pandemia del coronavirus está golpeando Europa con intensidad, tanto en términos humanos como económicos. Los efectos de la crisis están sometiendo a nuestros sistemas de salud a pruebas extremas. Aplicar políticas de salud pública de gran alcance es inevitable, pero ello limitará la actividad económica y pondrá en peligro empresas y puestos de trabajo.

Es hora de que los gobiernos mitiguen estas profundas consecuencias económicas mediante el aporte de liquidez y las transferencias directas. Ello exigirá un desembolso sustancial de fondos públicos. Todos los países deberán ser capaces de tomar las medidas necesarias para proteger a su población, estabilizar la economía en la medida de lo posible y revitalizarla rápidamente una vez que se supere la crisis.

Para que todos los países miembros lo consigan, independientemente de su situación presupuestaria, Europa debe demostrar solidaridad financiera en la gestión de esta crisis. Los fuertes deben ayudar a los débiles. Ha llegado la hora de que Europa demuestre que realmente es la comunidad de destino que a menudo asegura ser.

¿Cómo pueden asumirse los enormes costes de esta situación? Los comercios cerrados, las fábricas paradas, la insolvencia empresarial y un nuevo aumento del desempleo podrían provocar una recesión profunda y prolongada. Por ello, la tarea consiste en amortiguar las consecuencias en la medida de lo posible sin que los países tengan que enfrentarse a dificultades financieras individualmente y pierdan capacidad de respuesta.

En estos momentos, los mercados financieros no saben con certeza ni cuál es la voluntad ni cuál es la capacidad de actuar de los estados europeos. La rentabilidad de los bonos italianos a diez años ya ha aumentado de forma significativa. Aunque las reformas al sistema bancario acometidas desde la crisis de 2008 han demostrado su eficacia y los bancos tienen ahora más solidez, la duración desconocida de la crisis del coronavirus y las cuantiosas pérdidas de ingresos que ya se han producido implican riesgos enormes para el futuro. Una lección fundamental que debemos recordar de la última crisis es que hace falta actuar con decisión para atajar ataques especulativos y despejar dudas acerca de la estabilidad del sistema bancario.

¿Cómo puede llevarse a cabo esta tarea hercúlea? La solidaridad europea y la distribución del riesgo pueden y deben desempeñar un papel crucial. La historia demuestra que los países siempre se han ayudado entre sí en tiempos de guerra y de graves crisis económicas. La Comunidad Europea emitió un Bono Comunitario para combatir las consecuencias de la crisis del petróleo de 1974, por ejemplo.

En estos momentos, los países de la eurozona se enfrentan a perturbaciones simultáneas de la oferta y la demanda. La crisis financiera de 2008-2009 afectó principalmente a los bancos y a los sectores de la construcción y la producción, pero esta vez una recesión industrial coincide con una recesión en el consumo. Empresas saneadas y con buenos modelos de negocio se ven de repente al borde del colapso por problemas de liquidez. Sin un apoyo considerable por parte de los gobiernos, el desempleo se disparará, el gasto en consumo se derrumbará y la crisis se intensificará. El apoyo a la liquidez en forma de préstamos, garantías y aplazamientos de pago de impuestos, además de una reducción de los costes empresariales mediante indemnizaciones por paros temporales son medidas importantes que contribuirán a normalizar la situación. Pero no serán suficientes.

Hacen falta amplias ayudas gubernamentales, especialmente para la pequeña empresa (empresarios individuales, autónomos, propietarios de pequeños negocios, trabajadores por cuenta propia), pero también para las medianas y grandes empresas. Las grandes compañías internacionales están más preparadas para sortear dificultades financieras pero, si la crisis se alarga, su situación también se tornará precaria.

Las medidas fiscales que implican una respuesta de tipo "cueste lo que cueste" exigirán el colosal desbloqueo de recursos en todos los países. En Alemania, los planes del gobierno para ayudar a los autónomos aparentemente conllevarán un desembolso de 50.000 millones de euros. No todos los Estados europeos tienen el mismo nivel de margen de maniobra en sus presupuestos. Es fundamental evitar que la crisis del coronavirus se convierta en una segunda crisis de deuda soberana. Por ello, la crisis actual exige que los estados cooperen para enviar una señal fuerte a los mercados financieros: cualquier intento de especulación contra la eurozona o alguno de los estados miembros será en vano. Comparada con la crisis del euro, la política fiscal actual se enfrenta a circunstancias muy diferentes. En particular, la ayuda que se necesita no puede venir con los condicionantes que sí estaban justificados para las medidas de 2010 y posteriores.

La estrategia que proponemos se basa en bonos de crisis con responsabilidad solidaria, lo que obligará a la política fiscal europea a dar un paso al frente. Para ello, el BCE debe asumir un papel fuerte pero complementario y erigirse en garante de la estabilidad financiera y de la transmisión de la política monetaria. El BCE ya ha reaccionado al aumento de la prima de riesgo de los bonos del gobierno italiano, pero tan solo ahora ha pedido una respuesta común e inequívoca de los estados miembros.

Es necesaria la emisión de bonos comunitarios para repartir el coste de la crisis tan ampliamente como sea posible. De esa manera, podremos ayudar a aquellos países especialmente afectados y evitar que se enfrenten a una crisis de solvencia de la que no son responsables. Los países de la eurozona deberían emitir bonos comunitarios por valor de un billón de euros (alrededor del 8% del PIB de la Eurozona), limitados a la crisis actual. Los países miembros recibirían ayuda de este fondo si perdieran acceso a los mercados de capital. Gracias a la responsabilidad solidaria, los niveles de deuda de los países más afectados solo aumentarían de forma relativamente pequeña. El factor fundamental reside en que se trataría de un fondo de emergencia para la gestión de la crisis, es decir, una medida puntual como los bonos comunitarios que se emitieron durante la crisis del petróleo. La madurez de los créditos debería extenderse lo máximo posible y las obligaciones de reembolso y pago de intereses de cada uno de los estados se basarían en su porcentaje de participación en el capital del BCE.

Este tipo de bonos constituiría al mismo tiempo activos seguros para los bancos de la eurozona. Eso reduciría el círculo vicioso (doom loop) entre bancos en apuros y gobiernos con finanzas públicas débiles.

Es presumible que dicha emisión pueda lanzarse al mercado en condiciones favorables. Si no fuera así, valdría la pena considerar si sería posible dar prioridad a los bancos comerciales en el proceso de suscripción, de manera que puedan a su vez solicitar al BCE la refinanciación de los bonos.

Los bonos comunitarios enviarían un mensaje claro de que Europa afronta la crisis unida, un mensaje que no pasaría desapercibido. Los países en apuros no necesitarían suplicar ayuda. Los europeos afrontarían la crisis unidos. En otras palabras, la deuda no supondría un estigma.

El Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) es una institución de otros tiempos. Por tanto, no debería activarse en la situación actual, aunque podría establecerse que fuera el MEDE quien emitiera los bonos comunitarios y gestionara la financiación en los estados miembros. Ello garantizaría una implementación rápida y fiable, puesto que evitaría retrasos innecesarios ligados a la necesidad de ratificación de los distintos países.

Además, debería permitirse que el BCE normalizara los mercados de bonos a través de las Operaciones Monetarias de Compraventa (OMC), evitando así cualquier especulación acerca de la estabilidad de las finanzas públicas y refinanciando a su vez la deuda existente. Con este objetivo, deberían suspenderse temporalmente las humillantes condiciones ligadas a los programas del MEDE. Este punto es clave para garantizar la liquidez e integridad de los mercados de bonos y al mismo tiempo sería una medida complementaria para evitar la especulación contra países individuales.

Por último, se necesitarán cuantiosos recursos para proporcionar una red de seguridad a los bancos de la Eurozona. La experiencia de instituciones existentes, como el MEDE, constituye un activo adicional. Es importante disponer de recursos suficientes para recapitalizar cualquier banco que pueda verse en dificultades. Lo 60 mil millones de que dispone el MEDE para recapitalizaciones bancarias deberían aumentarse a 200 mil millones, lo que representa aproximadamente el 50% de la capitalización bursátil de todos los bancos de la eurozona. Ello contribuiría a garantizar que no surgen dudas respecto a la solvencia de los bancos. Este mecanismo debe emplearse con flexibilidad y no, como ha sido el caso en el pasado, solo cuando se hayan agotado los recursos del estado miembro en cuestión. Ello contribuiría a evitar el riesgo de autorefuerzo de bancos débiles y una disminución de la confianza de los mercados en la estabilidad de las finanzas públicas.

Sebastian Dullien es director del Instituto de Política Macroeconómica IMK; Peter Bofinger fue miembro del Consejo de Asesores Económicos de Alemania; Gabriel Felbermayr es presidente de Instituto para la Economía Mundial de Kiel; Michael Hüther es director del Instituto Alemán de Economía; Christoph Trebesch es director de Economía Internacional del Instituto para la Economía Mundial de Kiel; Moritz Schularick es profesor de Economía en la Universidad de Bonn; Jens Südekum es profesor de Economía de la Universidad de Colonia.

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