Europa después del Brexit

Europa después del Brexit
Francois Lo Presti/AFP via Getty Images

El primer secretario general de las Naciones Unidas, Dag Hammarskjöld, dijo en cierta ocasión que la ONU «no se creó para llevar a la humanidad al paraíso, sino para salvarla del infierno». El infierno al que aludía era, por supuesto, la Segunda Guerra Mundial y la Shoah, en cuya comparación casi cualquier problema actual parece insignificante. Sin embargo, crisis como la pandemia de COVID‑19 y el Brexit han obligado a los europeos a cuestionarse muchas creencias que antes se daban por ciertas.

Gracias al liderazgo de la canciller alemana Angela Merkel dentro de la Unión Europea, Europa sobrevivió 2020 relativamente indemne. De hecho, es probable que su paso por la presidencia rotativa del Consejo Europeo durante la segunda mitad del año sea recordado como una de las actuaciones políticas más brillantes de la historia europea de posguerra.

Cuando a principios de este año se declaró la pandemia, pareció que entre los miembros de la UE iba a ser el sálvese quien pueda. Alemania, por ejemplo, prohibió temporalmente la exportación de ayuda y equipos médicos, pese a la horrorosa mortandad que se desataba en la vecina Italia. Pero después de eso, los europeos han mostrado una solidaridad impresionante en el combate a la pandemia.

Hace poco, la aparición de una cepa muy contagiosa del coronavirus en el Reino Unido dio a británicos y europeos un atisbo de lo que podía pasar si en Navidad no se hubiera alcanzado un acuerdo definitivo para el Brexit. Los pasos fronterizos entre Europa y el RU se cerraron de un día para el otro, y filas kilométricas de camiones quedaron varadas en viejos aeropuertos clausurados.

El acuerdo comercial final entre la UE y el RU puede describirse como la mejor entre varias alternativas malas. El hecho mismo de que se haya alcanzado es atribuible hasta cierto punto al resultado de la elección presidencial en Estados Unidos. Tras su acercamiento a Donald Trump (y antes de eso, sus insultos racistas al presidente Barack Obama), el primer ministro Boris Johnson sabe que la administración Biden no estará muy dispuesta a hacerle favores a su gobierno. Sin un acuerdo con Europa, el RU se hubiera encontrado completamente solo.

Por su parte, la dirigencia de la UE esperaba el acuerdo porque es consciente del daño que el Brexit ya le hizo a la Unión. En vista del considerable acervo de experiencia y capacidades geoestratégicas del RU (en particular el arsenal nuclear), evitar una ruptura total era crucial para Europa.

Pero dejando a un lado el Brexit, en la UE también hay divisiones internas en lo referido a la política económica, el Estado de Derecho y la separación de poderes. Y como si estos problemas no fueran suficientes, las últimas semanas han revelado una creciente divergencia entre Francia y Alemania. Los dos motores tradicionales de la unificación europea fueron artífices de la aprobación del nuevo fondo de recuperación de la UE, que era necesaria para la cohesión entre los estados miembros del sur y los del norte. Pero el nuevo debate europeo sobre política exterior y de seguridad, cuyo principal promotor es el presidente francés Emmanuel Macron, abrió una fisura en torno de la cuestión de la posición estratégica de Europa.

El llamado de Macron a la «autonomía estratégica» es en respuesta al desinterés de Estados Unidos en Europa y su reorientación hacia el Indo‑Pacífico y China. Macron no se equivoca al concluir que una retirada estadounidense del vecindario obligará a Europa a asumir mucha más responsabilidad por su propia seguridad. Para Alemania, esto implica que se acerca el momento de la verdad. Pese a ser el motor económico de la UE y el estado miembro con mayor población, Alemania (que es consciente de su responsabilidad por el sufrimiento indescriptible de la Segunda Guerra Mundial) lleva 75 años absteniéndose de actuar en forma estratégica.

Es verdad que sin esa abstención el proyecto europeo no hubiera sido posible. Pero el mundo cambió desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y la UE nunca podrá ser una fuerza geopolítica creíble mientras Alemania no aporte todo su peso económico, político y (también) militar. El problema, por supuesto, es que todavía hay muchos alemanes que le temen a la «geopolítica» o se aferran a una idea de superioridad moral que no los mueve a defender los intereses europeos.

En este contexto, los franceses tuvieron toda la razón al iniciar un debate sobre la autonomía estratégica. Ahora es el turno de Alemania. ¿Cómo respondería un futuro gobierno alemán, formado por la alianza conservadora Unión Demócrata Cristiana/Unión Social Cristiana y la coalición pacifista Alianza 90/Los Verdes, si un gobierno libio de unidad nacional pidiera que Europa use la fuerza para desmantelar los centros de tráfico de personas que se han instalado en áreas de Libia controladas por milicias? Es indudable que Francia oiría el ruego libio, pero con la expectativa de que Alemania y otros países la acompañen.

Con su búsqueda de una «autonomía estratégica» europea, Macron intenta llenar el vacío de liderazgo geopolítico creado por el Brexit y por la negativa alemana a participar en cuestiones geopolíticas. Como única potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU que le queda a Europa, no hay duda de que Francia es el país mejor posicionado para ocupar ese lugar, pero no puede hacerlo sola.

Alemania, al menos, hizo su parte en cuestiones de política interna, en particular en lo referido a preservar la unidad europea. Merkel lo demostró hace poco al negociar un acuerdo con Hungría y Polonia, que habían amenazado con vetar el fondo de recuperación y el presupuesto plurianual de la UE por desacuerdo con la aplicación de un nuevo «mecanismo de Estado de Derecho» al desembolso de fondos de la UE. El gobierno alemán también ha insistido en que cualquier intento de lograr «autonomía estratégica» debe complementar y fortalecer la alianza transatlántica, no ponerla en peligro.

El Brexit reactivó viejas cuestiones estratégicas latentes en torno a la unidad interna de Europa y su política exterior conjunta, y casi ninguna tendrá una solución rápida. Por eso, Francia y Alemania deben buscar senderos compartidos para Europa, que permitan acceder a los beneficios de la autonomía sin perder de vista sus límites. Ni el eurooptimista más ferviente podría afirmar con razón que a Europa le puede ir bien en el siglo XXI sin una alianza estratégica estrecha con Estados Unidos.

Sigmar Gabriel, former federal minister and vice chancellor of Germany, is Chairman of Atlantik-Brücke. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *