Europa: el asedio de los orcos

Cuando finalizaba la primera jornada del Congreso Católicos y Vida Pública en Madrid; en París humeaban los kalashnikovs después de un ataque por sorpresa a compatriotas europeos inocentes y desarmados que empezaban un fin de semana yendo al fútbol o tomándose una copa. En Madrid se abordaba el sentido de la democracia y el bien común. En París se abría fuego contra ciudadanos de la Unión Europea, libres e iguales. En Madrid se discutía sobre la necesidad de fortalecer las instituciones, las libertades, los valores de la civilización. En París se manifestaba la barbarie de los que no reconocen ninguna libertad, ningún derecho, ninguna diferencia. En Madrid se defendía la obra europea de construcción de regímenes prósperos, libres y pacíficos. En París se declaraba abiertamente la guerra y se encaraba el asedio de los orcos.

No es la primera vez que Europa se enfrenta a la infamia. Y no será la última. Tal vez ya no podamos hacerlo desde nuestras sociedades florecientes si una respuesta implacable no lo impide. Porque lo que sí es nuevo en Occidente es la percepción maleable del bien y del mal, lo justo y lo injusto, la verdad y la mentira. Estas contradicciones se manifiestan en dos grandes obstáculos que en mi opinión nos impiden ser resolutos contra la amenaza de la liquidación de Europa.

La memoria es muy corta y el bienestar muy zalamero. Por eso conviene recordar que orcos de todo tipo han puesto el pie y la espada en Europa por lo menos desde que la civilización grecorromana se reconoce como tal. Los orcos contemporáneos no llevan un letrero en la frente diciendo que lo son y no es fácil reconocerlos. No lo fue Hitler durante al menos una década, no lo fue Stalin durante al menos diez lustros; y no lo fue Osama Bin Laden hasta los últimos años de su larga vida. Hoy nadie osaría sacarlos de esa categoría.

Ese es el primer gran problema de esta tercera guerra mundial en palabras del Papa. Reconocer que los orcos son orcos. Y contra los orcos no hay diálogo, ni negociación, ni un milímetro de cesión. Hay guerra, fuerza y legítima violencia. Esto es, Estado y no tribu; civilización y no barbarie. No es sólo un problema de convicciones, sino un reto organizativo formidable. En la Europa de la libre circulación de personas, del derecho inmediato de asilo y la inmigración masiva; encontrar a los (todavía) poco orcos entre una población de 500 millones es trabajo no imposible pero si improbable.

La segunda barrera es quizá la más limitante por lo que tiene de inconsciente. Para luchar hay que estar convencido de la propia causa. O por lo menos de la superioridad moral frente al enemigo. El pensamiento líquido de Occidente que se afana en pactar con el islam en pie de igualdad –buen ejemplo son las negociaciones sobre Siria en Viena o nuestra Alianza de Civilizaciones– sin querer ver que nada hay que pactar con quien nada tiene que ofrecer. El rango de interlocutor válido hay que ganárselo y quien se deje engañar es porque así lo quiere.

Proclamar entonces la fe profunda en Occidente, su obra y su razón de ser, es el segundo momento que se requiere para plantar batalla efectiva en una guerra. Sin una respuesta positiva categórica a favor de los valores europeos, de la fibra espiritual, de la razón y de todas las libertades; no habrá victoria y por lo tanto no habrá paz. Como mucho el retraso angustiante de un final sin remedio.

Europa tiene futuro y para ganárselo necesita responder con una sola voluntad; no como un rebaño de acomplejados y confundidos. Que nadie lo dude y si alguien afloja que no haga el juego al enemigo. La mayoría silenciosa se convierte en cómplice cuando no toma posturas claras a favor del bien.

Quiero terminar con algo que en Alemania y en Austria nos ha tocado muy de cerca durante los últimos meses: la acogida de los refugiados de guerra. Porque no hay contraposición entre la acogida humana, cercana y personal con la determinación de una solución global. El pan de Cáritas se ofrece bajo el signo de la cruz. Sin arrogancia pero con orgullo. Sin esa conciencia, desaparecerá el pan y la tierra. Para todos. Esto es una guerra contra Occidente. No dudemos jamás en qué bando estamos.

Gonzalo Moreno-Muñoz, ingeniero, analista político.

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