Europa en fallo multiorgánico

El proyecto europeo se encuentra en el peor momento desde su creación. Primero fue la nefasta gestión de la Gran Depresión y la consecuente pérdida de legitimidad de las instituciones europeas. Ahora, una gestión de la crisis de los refugiados que ha desbordado Berlín y Bruselas y convertido el Mediterráneo en la frontera más mortífera del mundo.

En el último año hemos visto en jaque los dos mayores logros de la integración europea: el euro y Schengen. Y aún no es seguro que puedan sobrevivir a lo que se avecina. Para acabar de adobarlo hemos tenido una negociación con Gran Bretaña que ha pisado unas cuantas líneas rojas del proyecto europeo y se celebrará un referéndum de infarto que podría comportar la salida de un importante Estado miembro de la Unión.

Recapitulemos. La crisis del euro puso de relieve las deficiencias institucionales de una moneda desprovista de herramientas para hacer frente a dificultades económicas: sin presupuesto potente, sin coordinación de política fiscal, sin estabilizadores automáticos y sin un Banco Central digno de su nombre. Una moneda que había creado graves desequilibrios macroeconómicos en los balances por cuenta corriente entre el centro y la periferia y que había inundado algunos países de crédito fácil y barato.

La gestión de la crisis hizo públicas ingentes cantidades de deuda privada en un circulo vicioso que todavía no se ha conseguido romper. Esto dejó a la intemperie a algunos estados que absorbieron esa deuda sin un Banco Central que les respaldase y tuvieron que pedir ayuda. Finalmente la receta aplicada, austeridad y devaluación interna, se ha demostrado venenosa. Ineficaz económicamente y desgarradora socialmente. Ha dejado tras de sí sociedades quebradas por las desigualdades.

Al menos hay tres derivadas de esta política. Primero, el método de consenso y unanimidad junto con el margen de maniobra que dejan las nuevas normas fiscales a los gobiernos nacionales han achicado la democracia europea y deslegitimado sus procesos de decisión. Segundo, la Unión fue un proyecto creado para converger social y económicamente y el resultado de la gestión de la Gran Depresión ha sido abrir una gran brecha entre los países de norte y los del sur de Europa. Tercero, la gestión de la crisis ha mutado nuestras opiniones públicas y sistemas de partidos y lo ha hecho de forma contrapuesta en los países acreedores y deudores; cosa que dificulta y dificultará tomar decisiones comunes.

Se ganaron varias bolas de partido en este frente. Pero las amenazas económicas volverán a aparecer. Con las negociaciones sobre la política fiscal de los gobiernos nacionales, con los problemas de algunos sistemas financieros o con las turbulencias económicas que vienen del exterior. El único que parece estar a la altura es Mario Draghi; pero la política monetaria es necesaria y no suficiente para salir del atolladero. Es imprescindible estimular la demanda interna. Veremos. Pero no demos por cerrada esta carpeta.

En otro orden de cosas el 2015 trajo la llegada de más de 1 millón de refugiados a Europa. Al no tener una puerta legal de entrada y un sistema comunitario de asilo han acabado entrando por la ventana. Vía ruta de los Balcanes y con destino a Alemania. Tenemos la vecindad en llamas: una terrible guerra civil en Siria, caos institucional en Libia y conflictos latentes en Afganistán e Irak.

Los países que estaban absorbiendo refugiados (Turquía, Líbano y Jordania principalmente) dejaron de tener capacidad de acogida y el instinto de supervivencia suele ser más fuerte que el control de fronteras. Aquí cabría destacar que el Gobierno alemán ha hecho un gran esfuerzo de acogida que puede acabar costándole la cancillería a la mismísima Angela Merkel. Y apuntemos bien, quien bloquea tener una respuesta razonable a este fenómeno están siendo algunos gobiernos ultras en el Consejo con los que España se ha alineado.

Una respuesta que debiera ser un mecanismo de asilo comunitario, un sistema permanente de reubicación para repartir el esfuerzo de acogida y un corredor humanitario para la llegada de refugiados que evitara más muertes. Porque sin una política común y ordenada no habrá solución.

Por el contrario Europa parece decidida a externalizar la gestión de los refugiados a Turquía mediante el pago de una abultada factura y masivas devoluciones en caliente. Algo incompatible con la legalidad internacional y que requiere de un país que padece una preocupante deriva autoritaria. Y al mismo tiempo vemos en el campo de refugiados Idomeni las consecuencias de tensar la libre circulación de personas en su eslabón más débil, de nuevo, Grecia. Dejar caer a la pieza más frágil no sólo es moralmente inaceptable, sino que es políticamente tóxico para un proyecto de valores como es el Europeo.

Debiéramos aprender como mínimo una lección de este episodio: Europa no es una isla. Es un apéndice de la placa euroasiática y lo que pase a nuestro alrededor nos afecta, y mucho. Así que aunque sólo sea por interés, preocupémonos de ello.

Si todo esto no fuera poco los esfuerzos en Bruselas se han concentrado durante los últimas semanas en retener a Gran Bretaña en la UE. Para ello se está pagando un precio altísimo. El acuerdo con Gran Bretaña ahonda en su excepcionalidad política y destituye un consenso fundamental del proyecto europeo: la comunidad de derechos. Y ahora a la espera del referéndum.

Su salida comportaría una gran pérdida de peso económico, diplomático, demográfico y militar de la UE pero esto no es lo que más preocupa en la capital de Europa. Brexit significa pintar la puerta legal y política de salida de la Unión. Algo hasta hace muy poco impensable. Una puerta que podrían querer utilizar otros en el futuro.

De telón de fondo de todas estos fallos orgánicos del proyecto Europeo: el avance de la extrema derecha y las fuerzas euroescépticas y reaccionarias. Primeras en las encuestas en Holanda, Austria o Suecia y ya en el poder en Hungría o Polonia. Una alarmante pérdida de derechos y libertades en varios lugares de la UE que va siempre ligada al empobrecimiento del Estado de Derecho. La Ley Mordaza es un ejemplo de ello. De ser un espacio proyectado para aumentar nuestras libertades y derechos a estar preocupados por los pasos atrás que varios Gobiernos quieren dar en esta materia.

Europa como problema. Más bien, como parte del problema. Pero sin duda también como parte de la solución. El mayor de los riegos es que la ineficacia y las crisis que afrontamos acaben provocando un (mayor) repliegue nacional cuando la raíz de buena parte de nuestros problemas está en las capitales europeas. Y no en Bruselas.

Ninguno de los retos que afrontamos: económicos, migratorios o geopolíticos vamos a poder solucionarlos solos. Para ensanchar la democracia, asegurar un progreso económico bien repartido y representar en el mundo un espacio de dignidad compartida los europeos nos necesitamos como nunca nos hemos necesitado. Pero también necesitamos que nuestras instituciones europeas dejen de parecer una carcasa vacía de los valores que siempre habían aspirado representar.

Javi López es eurodiputado del PSC-PSOE

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