Europa, en la hora del Líbano

Por Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat de Catalunya (EL PAÍS, 14/09/06):

El conflicto del Líbano se ha convertido sin duda en el acontecimiento más importante y trascendente de este verano, por encima incluso de algunos de nuestros acuciantes problemas más próximos. Desde esta esquina del Mediterráneo lo hemos vivido con preocupación y angustia crecientes. Hoy, después de las interminables semanas en que sólo hablaron las armas, el alto el fuego alcanzado constituye una brizna de esperanza entre tanta injusticia y sufrimiento causados por la guerra.

Por destino y por vocación, todo lo que sucede en Oriente Próximo nos interesa y nos afecta. Desde nuestra inequívoca identidad mediterránea, estamos comprometidos firmemente con la causa de la paz y la cooperación entre los vecinos de las dos orillas del Mediterráneo.

Precisamente este compromiso euromediterráneo es lo que nos hace más conscientes de la complejidad de la situación de Oriente Próximo. Y lo que nos lleva a rechazar las visiones simplistas y maniqueas que no hacen otra cosa que alimentar el conflicto.

Estamos predispuestos a entender las razones, los temores y los anhelos de los diversos actores del drama. Las de un Estado de Israel que tiene derecho a existir y a defenderse. Las de un pueblo palestino que tiene derecho a crear su propio Estado en condiciones de dignidad. Las del Líbano que tiene derecho a dotarse de un Estado que organice la convivencia de sus diversas comunidades sin injerencia extranjera. La de los países árabes que tienen derecho a desarrollarse en un contexto de paz y seguridad.

Y más allá, incluso estamos predispuestos a escuchar las razones de los movimientos islamistas que -agrade o no- forman parte del problema y por consiguiente tendrán que formar parte de la solución. Posiblemente este reconocimiento elemental sea una condición necesaria para hacer posible el abandono de la violencia.

Estados, Estados en precario, movimientos político-religiosos, milicias armadas... son la expresión de la complejidad de un conflicto que -como explica Joschka Fischer en su reciente libro El retorno de la historia- se desarrolla simultáneamente en tres planos: el nacional, el regional y el religioso.

La conciliación de todos estos derechos e intereses es la obligación formalmente asumida por Naciones Unidas. Así lo ha venido haciendo con las sucesivas resoluciones del Consejo de Seguridad sobre Oriente Próximo desde 1947 hasta hoy mismo. Es el camino que va de la resolución 181 -por la que se abre la puerta a un Estado judío y a un Estado palestino- a la resolución 1701 -que arbitra el alto el fuego en el Líbano-. Entre ambas, se han sucedido las resoluciones que han ido perfilando la fórmula para resolver el conflicto árabe-israelí: el pleno reconocimiento del Estado de Israel y la creación de un Estado palestino con las fronteras anteriores a 1967.

Nada de todo esto es nuevo. Los esfuerzos por aproximarse a la paz en Palestina son lo más parecido a los trabajos de Sísifo: un eterno volver a empezar. Pero éste es el único camino ante una alternativa peor: el de la resignación a una guerra infinita, que es lo que parece predicarse en los círculos neoconservadores.

Crear las condiciones para el cumplimiento efectivo de las resoluciones de Naciones Unidas sobre Oriente Próximo es responsabilidad de todos los actores que tienen un peso real en el escenario mundial. Esta era la intención del denominado cuarteto compuesto por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y la propia Organización de Naciones Unidas, con su hoja de ruta para avanzar hacia la paz.

De las dificultades actuales en llevar adelante dicha iniciativa surge precisamente la convicción de que Europa debe y puede ser un actor mucho más implicado en la resolución del conflicto de Oriente Próximo. Entre otras razones porque -a diferencia de Estados Unidos- el futuro de una Europa próspera y en paz depende en buena medida de una evolución pacífica de toda la región del Oriente Próximo y Medio.

Por eso nos hemos de felicitar de la rápida reacción de la Unión Europea para intervenir en el Líbano bajo el mandato de Naciones Unidas. Lo ha resumido perfectamente Javier Solana: sin la fuerza de intervención de la ONU no habrá paz, pero sin Europa no habría fuerza de intervención de Naciones Unidas. Esta vez podemos afirmar que Europa no ha llegado tarde como sucedió en Bosnia y en Kosovo. La rápida decisión europea debe mucho a la determinación mostrada por el Gobierno de Prodi, que ha acabado por arrastrar a una Francia reticente ante las dificultades ciertas de la empresa.

No menor ha sido la determinación mostrada por el Gobierno español, coherente con la orientación de nuestra política en Oriente Próximo, basada en algunos puntos incuestionables. El apoyo al proceso de paz entre palestinos e israelíes, sobre la base de la existencia de dos Estados soberanos y viables que convivan en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas; el impulso a las relaciones bilaterales con Israel; la contribución activa a la modernización de las estructuras de gobierno de la Autoridad Nacional Palestina; la contribución a la pacificación y a la reconstrucción civil de Irak; el diálogo político constante con Egipto y Jordania; el apoyo -hoy con más razón que nunca- a los esfuerzos del Líbano para consolidar su independencia; y el reconocimiento de la importancia de las relaciones con Siria para garantizar este proceso con su retirada del Líbano. Sin olvidar la implicación para encontrar vías de diálogo en el difícil contencioso nuclear entre Irán y la comunidad internacional.

Se trata de una política de Estado y así lo han entendido todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso al dar luz verde a la decisión del Gobierno de participar en la misión de Naciones Unidas. Aunque no deja de sorprender -casi hasta el escándalo- que desde posiciones conservadoras se haya intentado inducir al líder del Partido Popular a adoptar una posición contraria a la participación de nuestras tropas en el contingente de la FINUL, con la perversa intención de querer convertir el Líbano en la tumba política del presidente Rodríguez Zapatero, para vengarse así de la oposición socialista a la participación española en la guerra de Irak.

A diferencia de entonces, se trata ahora de intervenir en una misión de interposición para garantizar un alto el fuego, con un mandato explícito de Naciones Unidas, con la autorización del Parlamento español y con una opinión pública prudentemente favorable a nuestra intervención.

Sin embargo, no puede esconderse el riesgo que asume España y Europa al aceptar el compromiso de defender a Israel de nuevas agresiones y al mismo tiempo de garantizar la plena soberanía del Líbano. La delicadísima cuestión del desarme de Hezbolá parece ser la piedra de toque de esta misión. Cuestión sobre la que Naciones Unidas busca una fórmula satisfactoria para todas las partes y que probablemente se resuelva más por la propia evolución del proceso político libanés que como resultado de una condición previa y ejecutable a corto plazo.

Sea como sea, hay que asumir el riesgo que comporta nuestro reafirmado compromiso euromediterráneo. Es también el riesgo asociado a la voluntad de Europa de ser un actor eficaz y reconocido en la escena internacional. Es, en definitiva, el riesgo que afrontamos para devolver a Naciones Unidos su papel de garante multilateral de la paz, una vez constatado el fracaso del unilateralismo norteamericano en Irak.

Y es evidente que no basta con la intervención militar para hacer factible y duradero el alto el fuego en el Líbano. Javier Solana nos advierte de que no podemos cometer la ingenuidad de pensar que podemos intentar arreglar el conflicto de Oriente Próximo con intervenciones parciales: o se resuelve el conflicto entre israelíes y palestinos o continuará la guerra infinita.

Desde la convicción generalmente compartida de que el conflicto no tiene solución militar, es preciso volver a poner en pie la hoja de ruta, con una implicación europea mucho más decidida y con la voluntad de contemplar globalmente el problema.

En resumen, tres líneas de acción:

- Pleno apoyo a la decisión del Gobierno español y de la Unión Europea de implicarse activamente en la Fuerza de Intervención de Naciones Unidas en el Líbano para asegurar el alto el fuego permanente entre Israel y la milicia de Hezbolá.

- Acentuar el compromiso de la Unión Europea en Oriente Próximo, con la cooperación al desarrollo, con la revitalización de la hoja de ruta del cuarteto y con la presencia en el territorio ayudando a la viabilidad del Estado palestino.

- Potenciar la política mediterránea de la Unión Europea, con unos aliados bien decididos como la Italia de Prodi.